Prisionera

6. No lo acepto.

Al bajar siento mi corazón a punto de estallar, ya no estoy lejos, ya puedo reconocer el espacio en el que me encuentro, aquí crecí, entre estas calles forjé mi carácter, aquí viví las peores experiencias y he aprendido a sobrevivir.

El tiempo que llevamos viajando hasta llegar aquí me dice que esos hombres nos tenían en cautiverio demasiado lejos de aquí, seguramente para asegurarse de que no escapáramos y si lográbamos hacerlo que fuera difícil volver. Y sí que no has costado, días han pasado desde que escapamos y es hasta hoy que podemos pisar tierras conocidas.

—Ya estamos aquí —menciona mi acompañante y a pesar de lo obvio, sus palabras me hacen creerlo con mayor fuerza. No estoy soñando, he vuelto.

—Gracias por traerme de vuelta. —La única manera que encuentro de agradecerle es aferrándome a su cuerpo, en un abrazo sincero, es todo lo que tengo.

—Las gracias son recíprocas. Ahora vamos adentro. —Me toma de la mano por costumbre y yo me dejo llevar acostumbrándome de manera peligrosa a su presencia.

—Pensé que me dejarías aquí, ya no tienes ninguna responsabilidad, ve a tu casa, descansa y disfruta de tu familia que espero hacer lo mismo. —Me mira como si tuviera tres cabezas.

—Jamás, no creas que se me olvida que gracias a mí has pasado este martirio y que es a ti a quien debo mi vida, no se me consideraría un buen caballero, si te dejo sola, necesito saber en qué situación está tu hermano y poder ayudarte en caso de ser necesario.

—De acuerdo. —Nos miramos y seguimos el camino que falta, sin soltarnos de las manos.

Miro detrás de mí y vienen los mismos hombres que nos vigilaban desde el hospital, vestidos de negro y con la cara más seria que jamás haya visto, no se separan de nosotros más que un par de metros, los suficientes para actuar en caso de ser necesario. Espero que no tengamos que requerir de su intervención.  

Mis ojos van hacia el fondo de la vecindad, a unos cuantos pasos de estar frente a mi puerta y no dejo de preguntarme si mi hermano se encuentra bien, si algún vecino se apiadó de él u si le regalaron algo de comer.

—¿Cuánto tiempo estuvimos fuera? —La duda no me deja en paz y quiero saberlo, a pesar de que lo he escuchado, quiero que me lo repita para que me lo crea.

—Tampoco lo sé, nadie ha querido decirme algo. Ni siquiera me he atrevido a encender el teléfono, pero sospecho que más de un mes.

—¡¿Qué?! Tanto tiempo. —Llevo mis manos a mi rostro imaginándome lo peor. Santi es pequeño y depende totalmente de mí y del alimento que pueda traerle cada día, jamás sale a la calle sin que yo pueda ir con él. Tiene miedo y lo entiendo.

—Tranquila, no puedo asegúrate que todo se encuentra bien, pero estaré ahí hasta que pueda saber que estás bien, que tengas a tu hermano a tu lado.

—Quiero que esté bien. —Al no encontrar más palabras que me puedan reconfortar. Ahora es él, quien me envuelve en sus brazos, me permite que coloque mi cabeza en su pecho mientras que sus manos suben y bajan sobre mi espalada hasta que me calmo.

El tiempo pasa demasiado lento, permanezco en los brazos de él, porque me siento segura. Hasta que reacciono y debo darme prisa. Abro la puerta con cautela y lo único que mis oídos pueden captar el rechinar de la vieja puerta, por lo demás, en casa se siente un silencio absoluto, tanto que da miedo.

—¿Santi?, ¿dónde estás? Ya he vuelto, hermanito, sal de tu escondite. —Poco a poco la voz comienza a entrecortarse hasta que me es imposible decir una palabra más, ya que empiezo a llorar. Me derrumbo sintiendo el suelo duro, frío, como mi vida al darme cuenta de que no voy a obtener respuesta, no hay nadie aquí, mi pequeño no está.

—Aquí estoy Rebeca, no estás sola.

Sus manos fuertes sostienen mi cuerpo. El dolor es más fuerte porque ya es real, las peores pesadillas que he tenido han llegado hasta mí, en esta cruda realidad. Mi hermano no está; duele, duele demasiado.

—¿Dónde estás, Santi?, ¿dónde? —pregunto a la nada.

De pronto me levanto y salgo corriendo en busca de cualquier vecina que pueda darme una pista, alguien que me diga que sucedió en mi ausencia. Toco una puerta sin recibir respuesta, después otra y obtengo el mismo resultado.

Así es la vida aquí en este vecindario de mala muerte, nadie se preocupa por nadie más, nadie va a detenerse, a auxiliarte ni porque te estés muriendo. Eso puede tener su lado malo, pero también el lado bueno, ese en el que te dejan ser sin molestarte. Eso me da algo de consuelo, puede que mi hermano se encuentre escondido en algún lado para que no lo encuentre.

Mi vida ha sido así, sin que nadie este al pendiente de nosotros, nadie pudo siquiera darme un plato de comida cuando estaba muriendo, nadie se acercó a mí a darme un peso cuando mi hermano estaba enfermo ni nadie que me diera algo de consuelo en momentos difíciles a cualquier palabra de aliento. No tengo ángel de la guarda que guarde por mí.

—Tranquila, Rebeca, podemos ir en busca de apoyo a las autoridades.

—No, porque si se enteran de la manera en que vivimos, estoy segura de que me lo van a quitar, y no puedo permitir eso.

—Nada de eso, te voy a acompañar y te aseguro que moveré mis influencias para que lo encontremos, sano y salvo y que puedas tener la oportunidad de abrazarlo de nuevo, así como yo la tuve con mis padres.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.