Prohibido para ambos

Capítulo 1

El miedo a que me golpee otra vez me paraliza. Cada grito que lanza mi nombre desde el otro lado de la puerta resuena como un trueno en mi cabeza. Mis lágrimas caen sin cesar mientras me escondo en un rincón de la sala, abrazándome a mí misma como si pudiera protegerme. Me cubro los oídos, desesperada por silenciar su furia, pero nada lo apaga. Su voz se clava como cuchillos en mi pecho, y el terror me inmoviliza.

De repente, el sonido ensordecedor de la puerta al abrirse inunda el departamento. Mis manos caen de mis oídos, y mi cuerpo entero se congela. El pánico me consume cuando lo veo entrar. Su mirada, llena de odio y furia contenida, está fija en mí. Sé lo que viene. Lo he vivido demasiadas veces.

—Así que aquí estás, zorrita —dice con una sonrisa torcida, su voz goteando veneno mientras avanza hacia mí.

No tengo a dónde ir. Mi espalda ya está contra la pared, y mis lágrimas caen con más fuerza. Solo puedo negar con la cabeza, incapaz de emitir palabra.

—Por favor, Benjamín, no me golpees otra vez —suplico, mi voz rota por el llanto.

Él se detiene, solo por un segundo, y me observa con esa mirada que odio, esa mezcla de desprecio y satisfacción que me hace sentir más pequeña que nunca. Luego, sonríe con malicia.

Antes de que pueda reaccionar, su mano impacta con fuerza en mi mejilla, haciendo que mi cabeza se mueva bruscamente hacia un lado. El ardor y el dolor me dejan sin aliento, pero no tengo tiempo para procesarlo; ya está sobre mí.

—Te lo dije muy claro, idiota —gruñe, agarrando un puñado de mi cabello y tirando de él con fuerza. Un gemido de dolor escapa de mis labios—. A mí me respetas por las buenas o por las malas, zorra. Si quiero que hagas algo, tú lo haces, ¿entendido? —Su aliento, una mezcla de menta y alcohol, me asfixia. Siento náuseas y mareo.

—Por favor... te lo suplico —digo entre sollozos, intentando zafarme. Pero él no escucha.

Me arrastra por el suelo hasta la habitación, sus pasos pesados resonando como un eco de mi derrota. Me lanza sobre la cama con violencia y comienza a despojarse de la ropa. Cada prenda que cae al suelo aumenta mi desesperación. Por instinto, retrocedo en la cama, pero él es más rápido. Me agarra del tobillo y me hala hacia él.

—Lo vas a disfrutar, zorrita —murmura en mi oído, sus palabras cargadas de un sadismo que me revuelve el estómago.

—¡Déjame! —grito, intentando luchar contra él, pero su puño se estrella contra mi estómago, dejándome sin aliento.

El dolor me nubla la vista. Solo deseo perder la conciencia, desaparecer, no estar aquí para lo que sé que viene. Cierro los ojos y me entrego al vacío, esperando que la pesadilla termine.

********

Estoy sentada en el suelo del baño, con las rodillas abrazadas a mi pecho. El frío de las baldosas contrasta con el ardor de las marcas que cubren mi cuerpo. Mis lágrimas se confunden con el agua que sigue corriendo en la ducha. Me siento rota, un cascarón vacío.

Seco mis lágrimas y me levanto. Me miro en el espejo y apenas reconozco a la mujer que tengo enfrente. Mi rostro está hinchado, con moretones en lugares estratégicamente ocultos, donde la ropa puede cubrirlos. Benjamín siempre es meticuloso. Su crueldad es un arte, y yo soy su lienzo.

La imagen de mi reflejo me transporta al pasado, al día que lo conocí. Una sonrisa amarga se forma en mis labios. Qué ilusa fui.

Tenía 20 años cuando lo vi por primera vez. Era mi segundo año de universidad, y corría por los pasillos tratando de llegar a tiempo a clase. Tropecé con él, y el impacto me dejó aturdida. Levanté la vista y me encontré con su rostro perfecto: cabello negro, ojos marrones que parecían llenos de picardía, y una sonrisa que me desarmó al instante.

—¿Estás bien? —me preguntó con una dulzura que ahora parece una cruel mentira.

Nunca debí responder. Nunca debí mirarlo a los ojos. Pero lo hice, y ese fue el comienzo de mi ruina.

Un año más tarde, Benjamín comenzó a comportarse de forma extraña, siempre me celaba con cualquier persona, incluso con mis amigas. Llegó al punto de prohibirme cosas, como salir con ellas. También empezó a cuestionar mi manera de vestir, criticando cada detalle. Estaba loco, y en ese momento supe que debía terminar la relación, pero no contaba con su amenaza. Fui una tonta que no vio las señales, hasta que llegó aquel día.

Estaba sentada en los muebles de mi casa, esperando que Benjamín llegara. Sentía los nervios a flor de piel, y para empeorar las cosas, estaba completamente sola en casa. Cuando tocaron el timbre, me levanté con el corazón latiendo rápido. Al abrir la puerta, traté de sonreír, pero mi gesto no era más que una mueca forzada.

—Hola, Benjamín —dije sin mucho entusiasmo. Ya no me sentía cómoda con él; en el fondo, sabía que le temía.

—Vamos —ordenó, jalándome del brazo sin previo aviso. Me condujo hasta su auto y prácticamente me obligó a subir. Él ocupó el asiento del conductor, encendió el motor y puso el auto en marcha, mientras mi mente intentaba encontrar las palabras adecuadas para la conversación que temía.

Más tarde llegamos a su departamento. Al cerrar la puerta, se giró hacia mí con una sonrisa que me produjo escalofríos, aunque no de los buenos.

—¿Qué tenías que decirme, Allen? —preguntó, con una voz que intentaba sonar amable, pero que tenía un trasfondo oscuro.

Respiré profundo y reuní el valor para hablar.

—Verás, Benjamín, lo he pensado mucho, y creo que lo mejor para ambos es que esto acabe. —Intenté mantener mi tono firme, aunque su mirada ya me estaba desmoronando—. Tú estás actuando mal, y yo ya no quiero seguir contigo. —Retrocedí un paso cuando él comenzó a avanzar hacia mí.

—No creo que sea conveniente continuar así —agregué, tragando en seco mientras sus ojos parecían brillar con furia contenida—. Es momento de cortar esto porque no es sano para ninguno de los dos.

Sus palabras no tardaron en llegar, pero su tono fue diferente al que esperaba. Frío, decidido, aterrador. —Vas a estar conmigo cuándo y dónde yo quiera. —Antes de que pudiera reaccionar, me agarró del cabello, tirando de él con fuerza—. Eres mía, Allen. Si terminas conmigo, tu hermosa familia pagará las consecuencias. —Sus palabras se clavaron en mí como cuchillos.




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