Ese beso me ha dejado tan aturdida, nunca me había sentido tan cómoda con unos labios contra los míos, nunca nadie había sido tan dulce y tan suave. Nunca me había encontrado tan atrapada en un beso.
Es cierto que antes de Benjamín llegar a mi vida yo por supuesto había tenido besos, luego, al principio, los besos de Benjamín se sentían bien, se sentían correctos y me gustaba, pero Jasper era tan calmado, tan... indescriptible. Toco mis labios y camino hasta mi oficina. Abro la puerta dispuesta a contarle a Diana lo que ha pasado y lo extraña que me siento en este momento.
—Así me abandonaste zorrita disfrazada—mi cuerpo entra en tensión inmediatamente ante la voz de Benjamín.
Miedo.
Terror.
Estoy horrorizada.
Sus ojos lucen molestos y mi pecho duele al recordar lo que es capaz de hacer cuando se enfada. Es como si alguien abre algo en mi cabeza y cada uno de los momentos con Benjamín siendo un total lunático me atacan, todos esos momentos me atacan y mi cuerpo siente esa corriente de pies a cabeza, ese que me indica el miedo que es que me invaden y mis ojos se inundan en lágrimas sin ser derramadas.
Él tiene los brazos cruzados a la altura de su pecho mientras me mira con menosprecio y asco. Sus ojos furiosos me miran de pies a cabeza buscando algo y cuando vuelve a mirarme a los ojos tengo ganas de apartar la mirada como cada vez que él me miraba mientras me pegaba. Siento la necesidad de bajar la cabeza ante su presencia como si él fuera más que yo.
Nunca agaches la cabeza ante nadie, todos somos iguales, además, la hermosa corona que llevas en la cabeza se puede caer y vas a impedirle al mundo mirar esos hermosos ojos que tienes. Recuérdalo, eres hermosa.
La voz de mi psiquiatra llega a mi mente y me ordeno calmar los temblores de mi cuerpo mientras lo miro desafiante y en silencio. Mi acción le hace apretar la mandíbula.
—No soy una zorra—mi voz sale un poco temblorosa por lo que respiro y trato de aclararla—y sí, te abandoné maldito miserable—cuando lo veo dar un paso el pánico se instala en todo mi cuerpo.
—Así que fuiste una grandiosa perra acostándote con todo lo que lleva pene entre sus piernas—lo veo sonreír sin gracia—mi mujer es una total perra—lo veo acomodarse en mi escritorio.
—No soy una perra y mucho menos tu mujer—respondo con el corazón martilllándome en el pecho.
—Eres una perra—dice con fuerza.
Trato de ordenar mis ideas mientras siento que estoy dando la batalla de mi vida, trato de acomodar lo que debo decir. La adrenalina, el miedo, las ganas de por primera vez alzar la voz y decirle todo lo que quiero me invadan. La impotencia de recordar a todo lo que me he sometido.
No quiero un príncipe azul, no necesito un héroe. Quiero ser quien me salve de la destrucción a la cual iba, quiero ser la única que me salve. Quiero solo depender de mí, quiero ser yo quien se encargue de sanar. Pero si quiero a alguien que me sostenga mientras lo intento, mientras intento continuar.
—Yo...
—Espero que recojas todo y vuelvas o me voy a enojar mucho Allen y no me quieres ver así—lamo mis labios de manera nerviosa y mis ojos deben demostrar la necesidad que tengo de huir. Él mira mis labios y sonríe—me encanta cuando lo haces, me recuerda a lo que esa boquita es capaz de hacer—me mira de manera lujuriosa—lo bien que chupas las pollas—siento el asqueo atacarme sin piedad y unas ganas enormes de vomitar .
Recuerdo, recuerdo esas veces que me obligaba a practicarle sexo oral. Una lágrima baja por mi mejilla mientras me siento cansada, muy cansada, pero aun en mi cansancio lucharé porque él no vuelva a manejarme de la manera en la que lo ha estado haciendo todo este tiempo. Porque estos meses que he pasado yendo a terapias y grupos de ayuda es para hacer que este hombre salga de mi vida para siempre. Ya no quiero temer salir a la calle, no quiero temer llegar a mi casa y que alguien me tome de saco de boxeo o que me toque cuando quiera sin mi consentimiento. Quiero ser libre sin las ataduras que él tiene sobre mí.
—Eres un cerdo asqueroso—mi voz sale tan firme que me sorprende—jamás me volverás a humillar, Benjamín—le digo y su cara se descompone—ya no más. Quiero el divorcio, te haré pagar cada una de las veces que me hiciste sufrir maldito enfermo de mierda—las lágrimas bajan por mis mejillas empañándome levemente la vista—te haré pagar todo, todo este dolor, estas ganas de desprenderme de mi vida, de acabar con ella. Te haré pagar por todas y cada una de mis lágrimas, cerdo infeliz. Ya no seré la misma que se queda callada, no voy a ser quien agacha la cabeza nunca más—mis manos se sujetan de manera disimulada en la pared más cercana porque siento que mis piernas me fallaran en cualquier momento. Respiro tratando de regularizar los latidos descontrolados de mi corazón y mi respiración errática.
—Hasta aquí—camina hasta mí y levanta la mano, ella impacta en mi mejilla y doblo la cara a un lado con sorpresa, pero entonces no lo veo venir y mi mano impacta con mucha más fuerza en la suya. Le cruzo la cara y me aparto con rapidez de ahí viendo como sus ojos están sorprendidos.
—Nunca, escúchame, maldito cochino—lo señalo—nunca me vas a volver a poner una mano encima, esta será la última vez—él me sonríe.
—Estoy enojado Allen—lo veo acercarse y la puerta se abre y Jasper entra luciendo molesto, palidezco al saber que escuchó.
Sus ojos grises miran mi mejilla y sé que esta roja, la furia latiendo con fuerza en esos ojos hacen que tiemble.
—¿Te atreviste a pegarle?—cuestiona enojado e incrédulo. Hay muchas emociones diferentes reflejadas en su rostro.
-Jaspe...
—¡Jasper nada bastardo!—grita con fuerza y me sobresalto—tú—lo señala—la maltratas—dice y veo sufrimiento en su mirada.
Entonces me doy cuenta.
Jasper si lo considera un amigo. Mis manos se sujetan con fuerza del sillón porque mi mente ha trabajado demasiado hoy.
Editado: 24.10.2023