Prometí quedarme, aunque no debía.

CAPÍTULO 6 Una llamada inesperada cambió todo

El teléfono sonó cuando ya me había resignado al silencio.

No estaba durmiendo. Tampoco despierta del todo. Estaba en ese estado incómodo en el que la mente repasa decisiones equivocadas como si fueran escenas de una película mal editada. La pantalla iluminó el cuarto con una luz fría, impersonal.

Número oculto.

No atendí.

Volvió a sonar.

—Si sos una mala idea —murmuré—, al menos tené el coraje de mostrarte.

Atendí.

—¿Así que sos vos? —dijo una voz femenina, firme, sin rodeos—. Pensé que tardarías menos.

Me incorporé en la cama, con el pulso acelerado.

—Creo que se equivocó de número.

—No —respondió—. Nunca me equivoco cuando se trata de él.

El aire se volvió espeso.

—¿Quién es usted? —pregunté, intentando no sonar alterada.

Hubo una breve pausa. No de duda, sino de cálculo.

—Alguien que llegó antes que vos —dijo—. Y que no piensa irse.

No pregunté su nombre. No hacía falta. Algunas presencias se sienten antes de definirse.

—No sé de qué habla.

—Claro que sí —continuó—. Sabés perfectamente de qué hablo. Y si sos tan inteligente como parecés, vas a empezar a alejarte hoy mismo.

Sentí una risa nerviosa escapárseme.

—¿Esto es una amenaza?

—No —corrigió—. Es una advertencia.

La llamada se cortó sin despedida. Me quedé mirando la pantalla apagada, con la sensación absurda de que acababa de cruzar una frontera invisible.

Mi primer impulso fue llamarlo. El segundo, no hacerlo. Elegí el tercero: ducharme con agua demasiado caliente para pensar.

No funcionó.

Apenas salí, el celular vibró otra vez. Esta vez era él.

—Decime que estás bien —dijo sin preámbulos.

—Me llamaron.

Silencio.

—¿Quién?

—Una mujer. Dijo que llegó antes que yo.

Respiró hondo.

—Escuchame con atención —dijo—. No importa lo que te digan. No tomes decisiones ahora.

—Eso no es una respuesta.

—Es una súplica.

Ese matiz cambió todo.

—Necesito verte —dije—. Ya.

—No es buena idea.

—Entonces es urgente.

Nos encontramos en un lugar absurdo para una conversación seria: una heladería casi vacía, con música alegre de fondo y colores pastel en las paredes. La contradicción me pareció cruel.

—Pedí chocolate —dije—. Siempre pido chocolate cuando estoy nerviosa.

—Yo pedí limón —respondió—. Cuando necesito sentir algo distinto.

Esa fue nuestra comedia romántica del día. Breve. Inútil. Necesaria.

—No quería que esto pasara —empezó—. No así.

—Pero pasó.

—Sí.

Me habló sin vueltas. De ella. De un vínculo antiguo, complejo, sostenido más por costumbre y poder que por afecto. De una promesa que no había sabido romper a tiempo.

—Nunca te mentí —dijo—. Pero tampoco te conté todo.

—Eso también es una forma de mentir.

Asintió. No se defendió.

—La llamada —continuó— es su forma de marcar territorio.

—¿Y yo qué soy? —pregunté—. ¿Un error? ¿Un desafío?

—Sos la verdad —respondió—. Y eso la enfurece.

Reí, incrédula.

—Siempre termino siendo el problema sin haberlo pedido.

—No lo sos —dijo—. Pero estás en medio.

La cucharita golpeó el borde del vaso. Me temblaban las manos.

—Decime algo —pedí—. Algo que no sea confuso.

Me miró con una honestidad que dolía.

—Si te quedás, te exponés.

—¿Y si me voy?

—Me perdés.

El silencio se volvió insoportable.

—No debería amar a alguien que no puede protegerme —dije.

—No debería pedirte que confíes cuando yo mismo no puedo ofrecer certezas.

Nos reímos sin humor. Dos adultos atrapados en una situación que no figuraba en ningún manual emocional.

Al despedirnos, me abrazó con fuerza. No fue un gesto romántico, sino desesperado.

—Si te llaman otra vez —dijo—, avisame.

—¿Y si no lo hago?

—Entonces voy a saber que elegiste irte.

Esa noche, Clara llegó a casa con una botella de vino y cara de interrogatorio.

—Tenés cara de haber hablado con el pasado de alguien.

—Con su presente —corregí—. Y tal vez con mi futuro.

—Eso nunca termina bien.

—Nunca termina simple.

Cuando se fue, me quedé sola con mis pensamientos. El celular vibró cerca de la medianoche.

Número oculto.

No atendí.

Sonó otra vez.

Atendí.

—Te dije que te alejaras —dijo la misma voz—. Ahora es tarde.

—No me diga qué hacer —respondí—. Ya soy grande.

—Entonces hacete cargo de lo que va a pasar.

La llamada se cortó. Un segundo después, llegó un mensaje.

Una foto.

Él. Hablando con ella. Muy cerca.

Sentí el corazón romperse en silencio.

Lo llamé.

No atendió.

Y en ese instante entendí que esa llamada inesperada no solo había cambiado todo.

Había puesto en jaque cada promesa que aún no sabíamos si podríamos cumplir.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.