El sobre era de un blanco impoluto, con bordes dorados y un olor a lavanda que a Sofía le revolvió el estómago. "Boda de Lucía y Andrés – 24 de diciembre".
Sofía lo dejó caer sobre su escritorio de cristal como si quemara. No solo era la boda de su hermana "la perfecta" en plena Nochebuena, sino que venía acompañada de una nota adhesiva con la caligrafía impecable y pasivo-agresiva de su madre: "¿Vendrás sola otra vez, cariño? El primo de Andrés ha vuelto de Londres y está soltero. No nos avergüences llegando sin pareja a la cena de gala".
—No nos avergüences —susurró Sofía, sintiendo un nudo de ansiedad en el pecho.
Para su familia, Sofía era un enigma decepcionante. A pesar de ser la directora de cuentas más joven de la firma de marketing más prestigiosa de la ciudad, para sus padres seguía siendo la hija que "no lograba retener a un hombre". En el mundo de los De la Vega, el éxito no se medía en bonos anuales o campañas premiadas, sino en el tamaño del diamante en el dedo anular.
Intentó concentrarse en el informe de métricas que tenía delante, pero el zumbido de la oficina era una distracción constante. Era diciembre, y el ambiente estaba cargado de un espíritu festivo que ella detestaba. El árbol gigante en el lobby, las guirnaldas en cada cubículo y, sobre todo, la presencia constante de su mayor dolor de cabeza profesional.
—Parece que acabas de recibir una sentencia de muerte en lugar de una invitación.
Sofía no necesitó girarse para saber quién era. El tono de voz era profundo, con un deje de arrogancia que siempre lograba erizarle el vello de la nuca. Era Daniel, su rival directo por la vicepresidencia de la firma. Daniel era el tipo de hombre que parecía haber sido diseñado en un laboratorio para ser el protagonista de las fantasías de cualquier mujer: alto, de hombros anchos, con una mandíbula esculpida y unos ojos oscuros que parecían leerte el pensamiento (y el cuerpo) sin pedir permiso.
Él se apoyó en el marco de la puerta de su oficina con una confianza exasperante. Llevaba las mangas de su camisa blanca remangadas hasta los codos, revelando unos antebrazos potentes que Sofía había observado más veces de las que estaba dispuesta a admitir durante las tensas reuniones de los lunes.
—Es peor que la muerte, Daniel. Es la humillación pública programada —respondió ella, girando su silla para enfrentarlo.
Daniel entró sin invitación, caminando con esa seguridad felina. Se inclinó sobre el escritorio de Sofía para leer la tarjeta dorada. Al hacerlo, quedó tan cerca que el aroma de su perfume, una mezcla embriagadora de sándalo y cuero, invadió los sentidos de ella.
—La boda del año en la alta sociedad. La oveja negra regresa al redil —se burló él, aunque su mirada bajó por un instante hacia el escote del vestido de Sofía, deteniéndose un segundo más de lo profesional—. ¿Qué vas a hacer? ¿Contratar a un actor o inventarte un novio imaginario que está salvando ballenas en Islandia?
—Mis padres me han organizado una cita a ciegas con un primo lejano del novio. Un tal "Beto" que, según mi hermana, colecciona sellos y todavía vive con su madre —gruñó Sofía, echando la cabeza hacia atrás.
—Pobre Sofía. Siempre tan brillante en la sala de juntas y tan desastrosa en su vida personal —Daniel rodeó el escritorio y se sentó en el borde, justo al lado de su brazo. Su pierna, enfundada en un pantalón de traje de corte impecable, rozó levemente el muslo de ella. Sofía sintió una descarga eléctrica que ignoró con maestría.
—Como si tu vida fuera perfecta, Daniel. Todos sabemos que cambias de modelo cada quince días porque ninguna soporta tu ego más de una cena.
Él soltó una carcajada ronca que vibró en el aire.
—Al menos mi madre no me busca citas con coleccionistas de sellos.
En ese momento, el teléfono de Sofía vibró. Era una videollamada de su hermana Lucía. Sofía cometió el error de contestar.
—¡Sofi! —la voz chillona de Lucía llenó la oficina—. ¿Viste la invitación? Tienes que decirme qué talla de vestido eres para las damas de honor. Y por favor, dime que esta vez no vendrás con ese aire de "mujer trabajadora amargada".
Mamá dice que Beto está muy emocionado. Le envié tu foto de LinkedIn y dijo que te ves... "interesante".
Sofía vio a Daniel por el rabillo del ojo. Él estaba conteniendo la risa, disfrutando cada segundo de su tortura. El orgullo de Sofía, ese que la había llevado a la cima de su carrera, se activó de golpe. No podía permitir que Daniel ganara esta ronda, ni que su hermana la siguiera compadeciendo.
—En realidad, Lucía... —empezó Sofía, mirando fijamente a Daniel—, no voy a ir con Beto.
—¿Ah no? ¿Y con quién vas a venir? No me digas que con tu gato.
Sofía observó la seguridad de Daniel, su postura dominante, la forma en que sus ojos la desafiaban. Recordó que Daniel necesitaba que ella le cediera sus contactos de la cuenta de lujo "Aries" para cerrar su bono de fin de año. Era el momento de un intercambio.
—Voy con mi prometido —soltó Sofía sin pestañear.
El silencio en ambos lados de la línea fue absoluto. Daniel se tensó tanto que sus nudillos se pusieron blancos sobre el escritorio.
—¿Prometido? —chilló Lucía—. ¿Desde cuándo tienes prometido? ¿Quién es?
Sofía se puso de pie, acortando la distancia con Daniel hasta que sus pechos casi rozaron el pecho de él. Puso una mano firme sobre la corbata de Daniel y lo atrajo hacia ella, obligándolo a inclinarse.
—Es Daniel. Daniel Vaughn. Mi socio... y mi futuro marido. Hemos querido mantenerlo en secreto por las políticas de la empresa, pero iremos juntos a la boda.
Daniel abrió la boca para protestar, pero Sofía le tapó los labios con un dedo, mientras sus ojos le gritaban: "Si me sigues la corriente, la cuenta Aries es tuya".
Vio cómo la pupila de Daniel se dilataba. El desafío profesional se había transformado en algo mucho más carnal en cuestión de segundos. Él tomó la mano de ella, la que le tapaba la boca, y en lugar de apartarla, besó suavemente la palma de su mano, manteniendo un contacto visual feroz.