Puedo Verte 1

UNO —en la voz de Aitana—

  Llegué al aeropuerto de Córdoba nerviosa, me encontraba dejando atrás la secundaria para empezar una nueva vida universitaria lejos de mi hogar en Mendoza. Si bien ya no viviría con mis padres, sí lo haría con mi hermano. Tomás, estudiaba ingeniería mecánica y yo entraría a la misma facultad, pero en la carrera de ingeniería civil.

  La universidad en la que estoy inscripta, tiene actualmente una sede en mi provincia pero mis padres han resuelto comenzar un viaje itinerante por toda la Argentina. Decididos a cambiar de vida y a vender el que durante muchos años fue nuestro hogar, nos incentivaron para que eligiéramos cuál sería nuestro destino. 

  Tomás eligió Córdoba porque su mejor amigo de la infancia, se había mudado allí siendo muy pequeño. A pesar de la distancia impuesta, la amistad se había fortalecido, y tres años atrás, cuando debió tomar una decisión, eligió la ciudad cordobesa sin dudarlo.

  Yo, en cambio, la había elegido porque allí se encontraba él. La decisión de mis padres de vender la casa y cambiar tan drásticamente de estilo de vida, me había caído como un baldazo de agua fría y aunque simulaba estar contenta, el miedo al cambio y a las nuevas experiencias me impedía dormir por las noches. A diferencia de Tomás, se me dificulta hacer amistades, no quería ni imaginarme lo que me esperaba. 

  Esperé hasta que mis valijas aparecieron en la cinta transportadora y me dispuse a bajarlas. Me preocupé al saber que me estaba demorando más de lo normal, bajar dos valijas de veintitrés kilos y una de doce, en movimiento, no era una tarea sencilla. Una vez que lo logré, no sin antes reventarme un par de dedos del pie, pues las tres valijas juntas superaban mi peso, sonreí esperanzada por encontrarme con Tomás, hacía seis meses que no lo veía.

   Atravesé las puertas de vidrio que se abrieron automáticamente y busqué con ansiedad a Tomás. Al medir no mucho más que un metro sesenta, me encontraba cabeceando mientras intentaba no perder mi equipaje. Sonreí ante una pareja de novios que se abrazaba, el beso que le destinó el chico hizo que mis mejillas ardieran repentinamente. Un poco aturdida, volteé la vista para encontrarme con una mirada clavada en mí y un cartel que rezaba mi nombre. Fruncí el ceño, a pesar de la casualidad, no podía ser para mí. Tomás les había asegurado a mis padres que pasaría a buscarme. Seguí mi camino intentando maniobrar mis pertenencias, pero una voz baja y enojada me llamó por mi nombre. Me frené en el acto pero no volteé, una mano me tocó el hombro.

  —Aitana —volvió a llamarme.

  Como no giré, se ubicó frente a mí, buscando mi mirada. Debió haber notado mi desconfianza porque desbloqueó su celular y lo puso frente a mis ojos. Tenía una foto mía, con el uniforme de la escuela, que me hacía parecer una quinceañera. 

  —Tu hermano, Tomás —aclaró ante mi mutismo— me pidió que viniera a buscarte, pensé que te había avisado.

  —No es necesario —hablé insegura y odié que se me notara tanto en la voz— podés ir tranquilo.

  Lanzó una risa burlesca que me molestó, sentí como mi mirada se endurecía.

  —¿Crees que viaje más de media hora para que vos me despaches así?

  —En todo caso, reclamale a mi hermano —agregué antes de ejercer la fuerza sobre mis valijas, para que empezaran a andar, dejándolo atrás mío con los ojos más abiertos de lo necesario.

  Sentí sus pasos, pero no me detuve. En el momento en que pusiera un pie en el departamento, mi hermano me iba a escuchar. 

  Avancé decidida hacia los ventanales que me separaban de mi nueva vida, recordaba sonriente el consejo de mamá, “Salí del aeropuerto con el pie derecho”. Aunque no estaba segura de si era necesario, no lo pensé dos veces. Dispuesta a dar el paso definitivo para salir, una línea imaginaria me paralizó, provocando que el extraño guardaespaldas que me habían asignado sin mi consentimiento, chocara conmigo y mi equipaje.

 




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