Puedo Verte 1

CUATRO

 

  Llevaba dos meses viviendo con Tomás y Matías. El primero se dedicaba a estudiar y a salir de fiesta, el segundo pasaba el día entero metido en su habitación pero por las noches salía a la par de mi hermano. Me intrigaba que hacía tantas horas allí adentro pero no preguntaba, casi no hablábamos y así estábamos bien. Lo que marcaba la diferencia entre un compañero de casa y el otro, era que Matías no dejaba ni un vaso fuera de lugar. Implícitamente habíamos ido elaborando una rutina de orden y limpieza, que a Tomás parecía pasarle inadvertida.

  El comienzo en la facultad no había sido fácil, a pesar de los meses de cursado no tenía nuevas amistades por lo que pasaba casi todo mi tiempo encerrada en casa. Un paro docente, me liberó de la responsabilidad de asistir a clases durante una semana completa, con el estudio al día y sin amigos, no tenía mucho en lo que gastar mi tiempo. Cocinar se había vuelto mi nuevo hobbie y se me daba bastante bien. La primera mañana en que lo vi salir de su dormitorio con un pantalón beige bastante ceñido y un sweater floreado en tonos marrones y verdosos, decorados con manchas de pintura, empecé a unir cabos, frases sueltas y comentarios al pasar. Era un pintor, no quedaban dudas, pero ¿qué pintaba? No lo podía imaginar.

  Al encontrarse conmigo en la cocina titubeó, le sonreí, tampoco éramos enemigos que no podían compartir el mismo espacio. Enchufó la pava eléctrica y buscó su taza en la alacena, ya me había dado cuenta que solo usaba esa para desayunar y merendar. 

  —Hice budín de manzana, si querés está porcionado en el tupper.

  —Gracias —fue lo único que dijo, luego de escanearme de arriba a abajo.

  —¿Tan raro es que te ofrezca algo? Si no querés comer, no estás obligado, sólo quise ser amable.

  —OK —la rabia empezó a hacerse presente en mí, pero preferí callar. A fin de cuentas, él no me había pedido nada.

  Tomó un plato, acomodó dos porciones de mi budín y volvió a encerrarse. Yo me ocupé de cocinar diferentes recetas y luego las metí al freezer, a la hora del almuerzo me serví una porción de lasagna. Sentí ruido, seguro saldría a almorzar, no entendí los nervios que me invadieron, me erguí en la silla intentando acomodar mis pensamientos.

  —¿Puedo servirme un poco de eso? —señaló la fuente que había dejado sobre la cocina.

  —Sí, es para los dos —aseguré nerviosa.

  Esta vez, no volvió a su habitación, se sentó frente a mí. Comimos en un silencio incómodo, cada tanto cuando levantaba mi mirada lo encontraba analizándome, situación que multiplicaba mi malestar.

  —¿Qué? —lo increpé nerviosa la cuarta vez que lo hallaba con la mirada en mí.

  —No te saco la ficha —admitió con una sinceridad apabullante mientras se levantaba junto a su plato, vaso y cubiertos.

  —No entiendo qué me querés decir.

  —Ni yo, me resultás rara.

  —¿Rara? Vos sí que sabés como hacer sentir bien a una mujer.

  —Vos preguntaste, yo respondí.

  —Ajá —fue lo único que atiné a decir, antes de prender el televisor, simulando que su concepto de mí no me había dejado la autoestima por el piso.

  ¿Qué me iba a importar a mí, lo que pensara Matías? Su gusto por las mujeres, al igual que el de mi hermano, dejaba bastante que desear.

  Al día siguiente, cuando salió en busca de su desayuno le pregunté por Tomás, no lo veía desde el domingo.

  —Digamos que está de gira —respondió, haciendo alusión a las fiestas interminables a las que asistían.

  —¿Y vos por qué estás acá?

  —Tengo trabajo pendiente —con la mirada me preguntó si podía tomar una porción del budín de naranja y chocolate que descansaba sobre la mesa. Asentí y me quedé mirando cómo desaparecía por el pasillo.

 




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