Puedo Verte 1

CINCO

 

  El día miércoles el aburrimiento era insoportable, si seguía cocinando iba a tener que empezar a donar la comida, lo poco que me habían dado en la facultad lo tenía resumido y estudiado, la casa estaba limpia y la tele no me atraía en lo más mínimo. Incluso bien temprano en la mañana, había salido a correr. Al regresar al departamento, abrí la puerta justo en el momento en que Matías mordía una porción de budín de zanahoria, la cara de satisfacción al saborearlo me dejó sonriente con la vista clavada en él. Cuando abrió sus ojos y descubrió que lo observaba, con un movimiento de cabeza como saludo, desapareció rápidamente. Una alegría extraña me acompañó el resto de las horas. Alrededor de las siete de la tarde, escuché que se metía a bañar, el próximo sonido lo hizo al golpear la puerta de mi habitación.

  —¿Sí? —pregunté recostada con los brazos cruzados, haciendo de almohada a mi cabeza. Abrió un poco la puerta, sonrió extrañamente al verme— ¿Qué es lo gracioso?

  —No quiero pelear, Aitana —Nunca lo había escuchado decir mi nombre, sólo una vez me había llamado por el diminutivo y para burlarse de mí. Esa simple palabra en su voz fue un sonido que vibró en mi pecho, otra vez se hizo presente el cosquilleo en mi estómago— ¿Querés ir a tomar una gaseosa al parque? —Mi cara de sorpresa, lo hizo dudar— llevás tres días sin salir a la calle —creo que lo dijo para justificar su invitación.

  Sin pensarlo demasiado acepté.

  Fuimos caminando, compramos dos latitas frente a la plaza y nos ubicamos en los columpios. Hablamos poco, porque cada vez que empezábamos una conversación alguien nos interrumpía, principalmente mujeres que reclamaban su atención. Llevaba quince minutos siendo ignorada cuando me puse de pie, realmente estaba molesta. 

  —¿A dónde vas? —preguntó cortando la perorata de una chica bastante bonita.

  —A casa, estoy aburrida —respondí y me puse en marcha.

  Unos minutos después sentí sus pasos tras de mí, me alcanzó con facilidad.

  —Disculpá, sé que no fue lo que esperabas.

  —Te equivocás, no esperaba nada. Te recuerdo que vos me invitaste —remarqué para dejar clara la situación. Asintió y siguió a mi lado, hasta que volvimos a cruzar la puerta de la vivienda que compartíamos y cada uno se marchó hacia su habitación. 

 




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