Puedo Verte 1

SEIS

 

  El viernes estaba alterada porque Tomás no aparecía ni daba señales de vida. 

  “Para nosotros es así, tu hermano está bien, si necesitara algo ya lo sabríamos”, me aseguró Matías, pero no me conformaba su respuesta. El sábado a las ocho de la mañana, mi hermano se dignó a aparecer. 

  —¡Estás loco! ¿Por qué no respondiste mis mensajes? —le reproché, ni bien abrí mi puerta para asegurarme de que era él.

  Evidentemente borracho, iniciamos una discusión que terminó a los gritos despertando a nuestro compañero de casa. Tomás se acercó demasiado a mí, con la intención de intimidarme. La reacción de Matías, al ponerle una mano en el pecho y empujarlo nos desconcertó a los tres. Un silencio profundo se ubicó entre nosotros, intercambiamos miradas sin saber qué sucedía y como si lo hubiéramos ensayado, dimos media vuelta y cada uno se perdió en su habitación.

  Las semanas siguientes, solo lo ví dos veces. Intuía que me esquivaba pero no le encontraba sentido. Una alegría inmensa me invadió cuando Luis, mi mejor amigo, golpeó a mi puerta. Había viajado de sorpresa para pasar una semana conmigo.

  Estábamos poniéndonos al día cuando Tomás y Matías entraron. La conversación animada que compartían, se cortó en el acto al ver a Luis sentado en el sillón conmigo sobre sus piernas. 

  Otras vez reinó el silencio.

  Tomás fue el primero en reaccionar al reconocer a mi acompañante, me puse de pie para permitirles fundirse en un abrazo. Matías todavía parado bajo el dintel, rompió la quietud dirigiéndose hacia su habitación sin siquiera saludar a mi adorado amigo. Al pasar por mi lado, me susurró al oído: “Hay un telo a dos cuadras”. A pesar de la sorpresa que me provocó, les sonreí a los otros dos varones, para evitar preguntas que no sabría cómo responder. 

  Por la noche le siguió un escándalo al enterarse de que Luis dormiría conmigo. 

  “¿EN LA MISMA CAMA?”, gritó como un energúmeno frente al gesto de incomprensión de Tomás. “Si después se queda embarazada vos le vas a dar la cara a tu viejo”, lo escuché decir mientras los espiaba, rogando que Luis no escuchara nada de lo que se estaba diciendo. 

  Los días pasaban, no me dirigía la palabra y cada vez que nuestras miradas se encontraban, podía ver el odio que sentía por mí a través de sus ojos. No había vuelto a probar ninguno de los budines que me esforzaba en cocinar a diario.

  “Está celoso”, me aseguró Luis, cuando me enganchó mirando a Matías. No seguí la conversación pero una mirada, entre mi amigo y yo, bastó para que se enterara de que mis sentimientos por el pedante mejor amigo de mi hermano, mutaban sin que yo pudiera evitarlo.  

  Dos días antes de que Luis regresara a Mendoza, una de mis compañeras de la facultad me invitó a una fiesta en su casa. No éramos amigas, pero habíamos empezado a cruzar algunas palabras en los recreos. Mi amigo me convenció de asistir, incluso me acompañó hasta el centro y juntos elegimos mi outfit para la noche. Un top, que más se asemejaba a un corpiño, en un tono verde jade hacía conjunto con la chaqueta larga que me cubría y el pantalón con las botamangas bien anchas, terminaba el look con zapatillas blancas recién estrenadas.

  Salí de mi habitación tomada del brazo de Luis, riéndome de sus ocurrencias. Me enfrenté al escrutinio descarado de Matías, lo dejé hacer. Tomás en cambio me halagó, su gesto me recordó a mi padre, que siempre tenía palabras así para mamá.

  En la fiesta, bailamos y tomamos algo de alcohol, quizá por la falta de costumbre me empecé a sentir abrumada. Luis bailaba bastante pegado con una chica, por lo que decidí alejarme un poco.

 

 

 




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