Puedo Verte 1

SIETE

 

  Subí las escaleras buscando el baño, la casa rebalsaba de gente, yo necesitaba tomarme un descanso, necesitaba un momento de soledad.

  Al pasar por una de las habitaciones escuché un golpe seco, preocupada me acerqué y abrí, apenas, la puerta para poder ingresar.

  Sé que debí irme al instante, pero no pude hacerlo, la energía que desprendían los cuerpos que tenía enfrente me paralizó.

  El papá de la dueña de casa estaba arrodillado, con el rostro metido en la intimidad de su esposa. Ella tirada hacia atrás gemía y se retorcía a causa del placer recibido.

  Apreté mis piernas, en un acto inconsciente, al sentir la vulva hinchada y caliente. Mi mano comenzó a buscar una grieta entre mi ropa, abriéndose lugar para aliviar la necesidad imperiosa que nacía en mí.

  La mujer, consiguió el orgasmo antes que yo, el esposo se puso de pie y mientras se relamía, se ubicó acercando su sexo a la boca de ella.

  La escena era erótica por demás, pero lo que llevaba la excitación de ambos al máximo nivel es el amor con el que se miraban. Luego de lamerle el miembro hasta enloquecerlo, ella se volteó y se ofreció.

  Mis dedos se agilizaron dentro mío, segundos antes de conseguir mi orgasmo una fuerza me obligó primero a detener mis movimientos y luego a abrir los ojos.

  La puerta se cerró ante mí, el cuerpo detrás mío me apoyó sobre ella y me penetró con sus dedos calientes y hábiles. El placer que me otorgaron fue tal que me fue imposible frenar, sólo deseaba acabar, cuando llegué al tan ansiado orgasmo, me costó equilibrarme.

  Al voltearme, el desconocido se había ido, dejando una sensación de irrealidad en mí.

  Volví en busca de Luis, necesitaba contarle lo sucedido. En el camino, me arrepentí, cómo le iba a decir que me había dejado tocar por un desconocido, sin mencionar que todavía era virgen. Casi me muero al toparme con Tomás, el sentimiento de culpa se incrementó.

  —Aiti, te estaba buscando. 

  —Me quiero ir a casa —supliqué.

  —¿Qué? Acabamos de llegar, allá está Mati —señaló. 

  Mis ojos lo ubicaron abrazado a una despampanante morocha.

  —Yo me voy, podés decirle a Luis.

  —¿Tenés plata para el taxi?

  —Sí —grité para que lograra escucharme con la música tan alta.

  No esperé ningún taxi, cuando salí de la casa empecé a caminar con prisa, no quería que quien había compartido ese momento de intimidad conmigo, pudiera verme. 

  —Aitana —escuché al mismo tiempo que una mano firme me tomaba por la muñeca—. Yo te llevo a casa —ofreció.

  —No te preocupes… no quiero interrumpirte… —empecé a decir sin poder hilar una frase completa.

  —Dame la oportunidad, al menos ya no soy un desconocido —agregó en referencia a nuestro primer encuentro en el aeropuerto.

  Asentí y dejé que me condujera hasta el auto tomada de su mano. En el camino, me preguntó con insistencia si estaba bien, si me había pasado algo en la fiesta. Negué todas las veces, pero cuando llegamos a casa y me largué a llorar dentro del baño, se metió y me abrazó con una ternura que no le conocía. Al final, nos quedamos dormidos, abrazados en mi cama.

 




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