Puedo Verte 1

EXTRA UNO —en la voz de Matías—

 

  Cuando Tomás me dijo que su hermana menor había terminado el secundario y que vendría a vivir con nosotros porque se había inscripto en ingeniería civil, la noticia no me interesó. Más allá de que vivir con alguien nuevo iba a cambiar nuestra rutina, no le di importancia. Estaba demasiado concentrado en lograr comercializar mis cuadros, el dinero que había cobrado por el seguro no duraría para siempre y me negaba a esclavizarme en un trabajo que no me gustara. La experiencia me enseñó lo corta que es la vida, sé que la realidad puede cambiar de un momento a otro y no pienso desperdiciar ni un segundo en un laburo que no me haga feliz. 

  El día en que Aitana (¿Han escuchado un nombre tan sensual? ¡Yo no!) irrumpió en mi vida, toda mi realidad cambió. 

  En el momento en que Tomás me pidió que fuera a buscarla al aeropuerto me negué rotundamente, compañeros de casa podíamos ser pero ni de casualidad pensaba hacer de niñero. 

  —Dale, viejo. ¿Te acordás de la mina del boliche? —negué sin levantar la mirada de la taza de café —¡Da igual! Lo importante es que me invitó a su casa hoy, los viejos están de viaje.

  —No cuentes conmigo —respondí levantándome junto a mi taza de café. 

  Debí saber que Tomás no aceptaría un no tan fácil. Cerré la puerta de la habitación y mi teléfono empezó a sonar, mi amigo me estaba llenando de mensajes de whatsapp. Dejé el móvil a un costado y me senté frente al lienzo en blanco. 

  La pintura era lo más estable que tenía en mi vida, aquello que nunca me iba a abandonar. 

  A mis seis años, cuando la desgracia se abalanzó sobre mí, dejé de hablar. Incapaz de poner en palabras los tormentosos recuerdos vividos, una de las psicólogas que intentaba salvarme del abismo, tuvo la mágica idea de que expresarme a través del pincel podría ayudarme.

  ¡Y mierda que ayudó! 

  La pintura me salvó y me obsequió una profesión que me hacía feliz, al menos en la medida en que podía serlo un pibe con un pasado tan negro como el mío.     

  Estaba oscureciendo cuando comprendí que ya había sido suficiente, ya no dominaba el pincel, era hora de descansar. Levanté la taza con restos de café y tomé mi celular. Más de veinte mensajes del insoportable que residía en mi misma casa. Lo abrí curioso por saber con qué pretendía engatuzarme, la sonrisa altanera se me borró al instante en que vi la foto de Aitana con uniforme de escuela. 

  El celular resbaló de mis manos y lo peor de todo es que la taza también, gracias a que todavía la vida guarda un poco de piedad por mí, alcancé a agarrarla en el aire y no sufrió ninguna rotura. Esa taza vieja era lo único que me quedaba de ella, no podía perderla.  

  Decidí ir a buscarla al aeropuerto porque no quería que Tomás le enviara a nadie más esa foto tan sugerente.

  ¡Era una niñita! 

  Una niñita que lucía inocente y… ¿sensual?

  ¡Una niñita que despertó mis deseos más bajos!

  ¡Una niñita endiabladamente hermosa!

 




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