Puedo Verte 1

NUEVE —en la voz de Aitana—

 

  Cuando regresé, la casa estaba vacía. En un acto impulsivo, me metí en la habitación que siempre tenía la puerta cerrada. La sorpresa que sentí al ver los cuadros que pintaba Matías, fue reemplazada por un sentimiento de orgullo profundo que se propagó por todo mi pecho, expandiéndolo.

  Pintaba rostros, personas, miradas, todas transmitían infinita cantidad de emociones. Su trabajo era sublime. Sobre el escritorio descansaban varios bocetos, me acerqué para hojearlos hasta que uno llamó mi atención paralizando los latidos de mi corazón. 

  Una mujer vestida con un conjunto verde, estaba frente a una puerta cerrada, mientras que un hombre ubicado detrás de ella, perdía su mano dentro de las prendas femeninas. Un gemido se me escapó al reconocer lo que representaba el dibujo.

  —Te puedo explicar —habló desde la puerta. No me moví, permanecí en silencio de espaldas, no era capaz de enfrentarlo—. Ese día en la fiesta, estaba buscándote, te había visto subir las escaleras —entendí por los sonidos, que se acercaba a mí— Estaba muy molesto con vos por la presencia de Luis, porque sabía que dormía en tu cama. Creo que pretendía echártelo en cara, encontrarte ahí tan…

  —Desubicada —terminé la frase por él.

  —Exitada, —me corrigió— rompiendo totalmente el concepto de niña aplicada al que me estaba acostumbrando. Saber que estabas haciendo algo prohibido, algo a lo que pocas personas se atreverían, me provocó unas ganas extremas de ser yo el emisor tanto como el receptor de tu deseo. Comprendí que todos estos meses no he estado haciendo otra cosa más que enamorarme perdidamente de vos, Aitana.

  Sentí sus manos en mi cintura, el calor que irradiaban me llevó a gemir nuevamente, un sonido cargado de deseo. Giré sobre mí misma y levanté la mirada hasta encontrar la suya, quizá debería haberme enojado, haberlo maldecido o al menos mostrarme indignada pero solo pude sonreír, eso fue lo que me dictó el corazón.

  Matías me devolvió la sonrisa, acercándose a mi labios hasta caer sobre ellos entregándome unos besos lentos y pesados, que me hablaban de la pasión que intentaba contener. 

  —¡Aiti! ¿Llegaste? —gritó Tomás desde la cocina, rompiendo la burbuja en la que nos encontrábamos con Matías.

  Mi reacción fue separarme inmediatamente, en cambio él, me fue soltando de a poco y antes de dejarme ir, volvió a depositar un beso suave sobre mis labios. Admito que su calma me sorprendió tanto como me agradó. Con una leve sonrisa, me guiñó un ojo y me dejó ir.

  —¡Ey! ¿Qué hacías ahí? —preguntó Tomás al verme salir de la habitación de Matías.

  —Me estaba enseñando sus trabajos —expliqué con un apuro y una inestabilidad en mi tono de voz, más que sospechosa.

  —Me alegro de que empiecen a llevarse bien —fue la respuesta de Tomás, cambiando el tema de inmediato— ¿Me mandaron regalos desde Bariloche?

  —Sí, los tengo en mi habitación.

  Mi hermano recibió con entusiasmo los presentes, antes de dejarme sola, agregó.

  —De verdad, me alegro de que Mati y vos se lleven bien —Asentí— A nadie deja entrar en su habitación —remarcó.

  —A vos sí te lo permite.

  —Es distinto conmigo, no tenemos secretos. Matías tiene una historia de vida complicada, Aiti, no creas que le es fácil confiar en las personas. 

  Volví a asentir, mordiéndome la lengua para no acribillarlo a preguntas, quería saberlo todo sobre el chico que me acababa de besar. Antes de perderlo de vista, le pedí a Tomás que cerrara la puerta al salir.

 




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