Me quedé sentada sobre el borde de mi cama, respirando a conciencia porque mi corazón no cesaba de latir con intensidad, me temblaban las manos y la lengua se me adhería a los dientes.
¡Matías había sido quien me había masturbado la noche de la fiesta!
No sabía si la noticia me alegraba o no. El sentimiento que había experimentado mientras él lo confesaba, empezaba a cambiar por uno más similar a la vergüenza y al arrepentimiento. La certeza de que jamás me delataría frente a nadie, se atravesó en mis pensamientos como un rayo en medio de una tormenta. Confiaba en él, de eso estaba segura y era un buen primer paso.
—Aitana —escuché su voz acompasada con pequeños golpes en la puerta.
—¿Sí? —intenté hablar poco para no delatar el torbellino de emociones que me empezaban a desquiciar.
—Voy a entrar —alcancé a sentir que el picaporte se deslizaba hacia abajo.
—¡No! —grité, levantándome de golpe— estoy desvestida —hablé alto con la intención de que Tomás escuchara, y Matías comprendiera que no quería verlo.
—No me hagas esto —suplicó y aunque me hubiera gustado ser más accesible, en ese momento no podía.
—Después hablamos, por favor —respondí pegada a la puerta que nos separaba.
Lo esquivé a conciencia dos días, atenta a cada movimiento que realizaba para escabullirme sin tener que enfrentarlo.
Al mediodía del tercer día, cuando terminé de cursar me metí en la biblioteca, tenía que dar un examen importante y en casa concentrarme era imposible. Ordené mis apuntes, consulté dudas en algunos libros y una vez que me sentí conforme salí, se me habían ido dos horas volando.
¡Qué bien se sentía volver a la rutina!
Ni bien puse un pie fuera de la biblioteca lo vi.
El ceño fruncido era tan evidente que tuve que morder mi labio inferior para reprimir la sonrisa que intentaba escaparse, no quería que supiera la gracia que me causaba.
Retomé el paso que la sorpresa me había obligado a detener, me acerqué con cautela, ya había advertido que no estaba para chistes.
—Hola.
—¡Hace dos horas te espero, tus compañeros ya han salido todos! —se quejó furioso.
—No sabía que estabas acá, además, ¿Cómo sabés quiénes son mis compañeros?
—Estoy acá porque huís de mí, vivimos juntos y hace días no te veo la cara.
—He estado ocupada —mentí.
—¡Ocupada huyendo de mí! ¡Evitando enfrentarme!
Evité responder porque lo que decía era la verdad, por lo que insistí con la pregunta que no había respondido.
—No me has dicho de dónde conocés a mis compañeros.
—De la fiesta a la que fuimos el otro día —me agradó que fuera tan malo mintiendo.
—Venís a buscarme hasta la facultad para hablar y me decís mentiras —expresé y esperé su reacción.