Puedo Verte 1

ONCE

 

  Matías me mantuvo la mirada un par de segundos, para luego cerrar los ojos y suspirar vencido.

  —Hablemos en casa, por favor.

  —Respondeme.

  Debió haber notado que no pensaba ceder, por lo que luego de otro suspiro empezó a confesar.

  —Desde hace un tiempo me tenés confundido, ya te había dicho que no te sacaba la ficha. 

  —¿Qué tiene que ver con mis compañeros?

  —Si me dieras tiempo, terminaría… —esperó a que yo aceptara guardar silencio para continuar— No podía sacarte de mi cabeza y los días que Luis estuvo en casa, te extrañaba porque pasabas mucho tiempo con él. Así que cada tanto me acercaba por acá, a esperar que salieras.

  Nuevamente deberían haber sonado las alarmas en mi cabeza, pero mi corazón siempre hablaba alto y fuerte. Con el dedo pulgar barrió las lágrimas que caían de mis mejillas, no sabría explicar con exactitud por qué lloraba.

  —¿Vamos a tomar un helado? —me invitó.

  —Vamos —acepté. 

  Al igual que la vez anterior, casi no pudimos ni hablar. Mantener una conversación que no fuera interrumpida a los diez minutos, resultó imposible. Notaba su incomodidad y sus intentos frustrados por alejar a sus amiguitas.

  Intenté ser paciente, pero fracasé.

  Me puse de pie, di media vuelta y me fui. Escuché unos pasos acelerados detrás mío, frené para ver si era él, pensaba decirle que era mejor dejar la charla para otro día. Una vez más, mi impulsividad nos dejó desparramados en el suelo.

  —¡Carajo, Aitana! —se quejó.

  —¿Qué? —lo enfrenté, esperando que tuviera el valor de reclamarme algo cuando yo había pasado media hora siendo ignorada.

  —Nada, no pasa nada.

  —¡Más vale que no pasa nada! —mi enojo no cesaba.

  —¿Te golpeaste?

  —¿Qué te parece?

  —Mostrame donde.

   Me solté con violencia cuando quiso revisar mi brazo.

  —¿Ahora sos médico? Dejame tranquila.

  —Escuchame —pidió mientras yo me sacudía el pantalón— las cosas no salieron como esperábamos, lo sé. Busquemos otro lugar, uno menos popular.

  —El problema sos vos, no el lugar —quería dejar en claro que sabía bien lo que pasaba— vos, mi hermano y las benditas fiestas.

  —Hace rato no voy a ninguna.

  —Hacé lo que quieras, solo te pido que me dejes en paz. Estoy a punto de dar un examen en el que no puedo fallar, no quiero estar perdiendo el tiempo acá con vos.

  Vi cómo su expresión mutaba, lo había lastimado. Me resultaba fácil reconocer lo que sentía. Me dejó ir sin imponer más resistencia, una vez en mi casa concentrarme en el estudio no fue sencillo.

  Cayó la noche, yo no había vuelto a hablar con nadie, ni siquiera había cenado. Los últimos sonidos que había escuchado, me indicaban que alguien había tomado un baño, pero ya hacía al menos media hora que el silencio reinaba. Decidí que era un buen momento para ir por agua y tal vez algo de comer, abrí con extrema delicadeza la puerta para evitar que hiciera ruido, saqué la cabeza para asegurarme de que nadie me vería y salí como estaba: remera de dormir y bombacha. Descalza y en punta de pie, me acerqué hasta la alacena, saqué un vaso. Antes de poder abrir el grifo, una mano caliente se apoyó en mi cadera, sentí un hormigueo a lo largo de la espina dorsal cuando el calor de un cuerpo rozó mi espalda al tiempo que una respiración, un tanto torturada, humedecía mi oreja.

 




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