Puedo Verte 1

DOCE

 

  —¿A qué estás jugando, nena? —la mano en mi cadera, empezó a deslizarse hacia mi estómago con una lentitud y una firmeza que me hizo cerrar los ojos, arrancándome un gemido de puro placer. Con fuerza se acercó a mí, pegando su pecho a mi espalda. Al oído me dio a conocer lo que pensaba— Te confieso que me estoy enamorando, vos me respondés que te hago perder el tiempo —moví mi cabeza con lentitud para negar, no habían sido así las cosas— ¿No? ¿No me dijiste que te hacía perder el tiempo? —Dejó un beso caliente en mi cuello, yo incapaz de seguir pensando en otra cosa que no fuera lo que estaba sintiendo, en un movimiento gentil me relajé sobre él, estirando mi cuello, facilitando el acceso para que siguiera besándolo—. Sos tan hermosa, —la mano retomó su recorrido hasta dar con el pliegue de mi ropa interior, ya con un dedo más allá de los límites, se detuvo, giré el rostro para saber qué sucedía pero sus labios tan cerca me hipnotizaron— ¿Sigo? —preguntó sin hacer ni un sonido, a pesar de la oscuridad pude leer el movimiento que realizaron, asentí. Matías no demoró en acariciar el punto exacto donde se concentran más de ocho mil terminaciones nerviosas, me sacudió un escalofrío cuando hurgó entre los pliegues de mi vulva, haciéndose espacio, me sostuvo con su cuerpo. Metió la mano libre por debajo de mi remera buscando mis pechos, cubrió uno de ellos por completo ejerciendo presión, volví a girar mi cabeza buscando desesperadamente sus labios. No tuvo ninguna consideración, los tomó entre los suyos con voracidad y me fue soltando mientras con sus dientes apresaba mi labio inferior.

  —¡La puta madre! —escuchamos luego de un golpe en seco, Matías me soltó y se alejó hacia la heladera, agradecí los segundos extras que Tomás demoró en encontrar la tecla de la luz— ¡Mierda! ¿Qué hacen acá a oscuras? Me asustaron.

  —Quería un poco de jugo —respondió Matías, mi hermano me observó esperando una respuesta, noté como su expresión mutaba al verme en bombacha.

  —¿No tenías una tanga más chiquita para venir hasta la cocina? Aitana, no vivís sola —se quejó.

  —Ustedes andan en calzoncillos todo el día —me defendí, mirando a ambos como ejemplo, porque ninguno llevaba un pijama encima, pero en el momento en que mis ojos encontraron los de Mati quedé hechizada por su mirada cargada de fuego. Tomás se movió en busca de un vaso, su amigo rompió el contacto visual conmigo, yo era incapaz de hacerlo y sin servirse nada se encerró en su habitación.

  —¿Ves? —empezó Tomás— se fue molesto porque lo incomodás paseándote desnuda por la casa —definitivamente mi hermano era un negador de primera clase.

  —¿Desnuda? Largá lo que estás fumando porque te está haciendo mal —retruqué y frustrada me encerré en la habitación.

  No podía dormir, a pesar de que no era verano, el calor me estaba agobiando. Me pareció escuchar ruido en la pieza de Matías, como si tuviera un resorte en la espalda, me puse de pie. Sin pensar pero a la vez sin dudar, fui a buscarlo. Lo encontré sentado frente a un caballete, dibujaba, nos dibujaba. No se volteó, pero sabía que era yo, el cuerpo se le puso tenso. Ingresé cerrando tras de mí la puerta, me acerqué despacio. La Aitana temeraria que me había llevado hasta allí, empezaba a abandonarme, dando lugar a una mucha más tímida y culposa.

  —Es hermoso —hablé para romper el silencio, mi voz me delató por completo.

  —Aitana, —me llamó— si te enfrento no voy a detenerme, si me doy vuelta y todavía estás acá es porque deseas lo mismo que yo —La garganta seca, los nervios, los latidos enloquecedores de mi corazón, me impidieron hablar— Aitana, necesito escucharte.

 




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