Puedo Verte 1

QUINCE

 

  —Estoy enojada, Matías —empecé a escupir mi verdad, sin detenerme ni un segundo a pensar— Pasamos juntos todas las noches y no has sido capaz de decirme ni una vez si me querés o si esto va para algún lado. Vengo a buscarte porque necesito respuestas y te encuentro enredado con esta minita.

  —¿Enredado? ¿Qué película viste? Porque cuando entraste compartíamos el sillón, ella en su lugar y yo en el mio.

  —¿Cuánto faltaba para que eso cambiara? ¿Qué hubiera pasado si yo no llegaba?

  —Nada hubiera pasado, nada. Estaba ahí, por tu hermano que llegó con las dos.

  —¡Qué generoso!

  —Aitana, basta. No hice nada y no pensaba hacerlo. Un poco de autocrítica no te vendría mal.

  —¿Qué?

  —Yo —se señaló con el dedo índice sobre el pecho para intensificar la expresión— te dije a vos que me estaba enamorando. ¿Cuándo has dicho algo siquiera similar? ¿Cuántas veces me has dicho que me querés? ¿Cuándo has venido a buscarme en otro momento que no sea en la noche para meterte en mi cama?

  No pude replicar, tenía razón. Aunque estaba haciendo un esfuerzo por contenerlo, el llanto se me escapó. Mi cuerpo se empezó a sacudir, sentí que emitió una queja y se acercó a mí para abrazarme. Me llevó hasta el borde de la cama y se sentó conmigo, acariciando mi pelo.

  Tuve que levantarme hasta el baño, porque la nariz comenzaba a gotearme, al ponerme en pie sentí la humedad entre mis piernas. Me volteé y desee morir, Matías me miraba con una expresión compasiva.

  —Sí, tenés todo el pantalón manchado.

  Aunque quizá lo ideal hubiera sido salir corriendo, mi llanto recrudeció y no puedo moverme. Él se levantó y volvió a abrazarme.

  —Amor, no es nada. Vamos al baño y te ayudo a cambiarte —ofreció con una dulzura que incrementó mi angustia.

  —Te amo —declaré hipando como si fuera una niñita.

  La sonrisa amplia y perfecta que me regaló no quedó relegada a las lágrimas que salieron de sus ojos.

  —Perdoname por no haberlo dicho antes, no sé por qué lo callé.

  —No importa, ya nada importa, amor —volvió a llamarme así provocando que mi corazón se derritiera.

  —Voy al baño —indiqué.

  —¿Qué necesitás llevar? Bombacha, pantalón, no usás toallitas verdad me pareció que te he visto con la copa esa que sale en las propagandas.

  Sonreí frente a su discurso, que me hubiera prestado tanta atención me enterneció.

  —Uso toallitas de tela o la copa, según las ganas —Tomé mis cosas y luego de recibir un nuevo beso, partí hacia el baño.

  Al salir no escuché ruidos, al entrar en mi habitación Matías no estaba y el cobertor de mi cama, el que había manchado, tampoco. Corrí hasta la cocina y lo encontré refregando la mancha en la bacha.

  —¿Qué hacés? —pregunté muerta de vergüenza.

  —Intento salvar tu acolchado.

  —Matías, soltalo.

  —¿Qué? —preguntó risueño— ¿Por qué tenés esa cara?

  —Porque estás refregando mi sangre menstrual.

  —¡Qué pecado!

  —Mati, por favor.

  —No me interrumpas que ya casi termino —habló sin hacer lo que yo pedía.

  —¿A dónde están todos? —pregunté mientras me acercaba con una idea fija.

  —Los eché, no estás para pasar malos ratos y ni se te ocurra que me vas a sacar esto de las manos. Un buen novio se porta bien cuando su chica pasa por estos días.

  —¿Novio?

  —Cuál es la sorpresa, estamos enamorados, vos misma lo dijiste recién.

  —Es que no me lo has pedido —fingí inocencia.

  Dio por terminada la tarea, metió el acolchado en el lavarropas para terminar de dejarlo limpio y volvió hacia mí. Me preguntó lo que le había pedido, acepté gustosa y cuando estaba por besarme un dolor punzante me dobló en dos.

 




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