Me ayudó a recostarme y me acarició el vientre hasta que me dormí. Me desperté un buen rato después, al moverme descubrí que tenía un paño tibio recubriendo la zona anterior a la pelvis. No alcancé a levantarme, él apareció con un plato de fideos con crema y jamón picado.
—¿Qué es esto? —pregunté curiosa.
—Leí en internet que los paños calientes alivian el dolor, sería mejor una bolsita de tela con peso pero no tenía nada para improvisar una.
Sonreí complacida, mi novio era un dulce de leche casero.
—¿Sabés qué otra cosa alivia el dolor menstrual?
—¿Qué?
—Los besos de mi novio, eso dice Google —afirmé ante su mirada cómplice.
—Será cuestión de hacerle caso —se sentó sobre la cama y me comió la boca.
Rápidamente la situación se nos escapó de las manos y cuando quise acordar él estaba desnudo y yo sólo cubierta por la bombacha.
—Hay otra cosa que alivia los dolores menstruales — supe lo que me ofrecería, ya tenía lista mi respuesta.
—Sí, pero…
—¿Sí, qué? ¿Cómo podés tener un pero si todavía no he dicho nada?
—Sí quiero que me hagas el amor, pero estoy menstruando.
—No me puede importar menos —se estiró y sacó de mi mesa de luz un preservativo. Ante mi cara de sorpresa, explicó— dejé varios acá por las dudas— no dije nada pero mentalmente agradecí que fuera tan precavido.
Entre los besos, las caricias y el roce de nuestros cuerpos estaba enloquecida, necesitaba tenerlo dentro y no me preocupaba por si iba a sentir dolor o incomodidad. Cuando ninguno aguantaba más, largó su peso sobre sus brazos para sostenerse un poco elevado sobre mí.
—¿Segura? —preguntó por última vez, le apreté el trasero atrayéndolo a mi sexo —Segura —afirmó contento.
Ya con el preservativo recubriendo su pene, se guió con los dedos buscando el ingreso a mi cuerpo. No contaba con que el grosor de su miembro, fuera tal que me provocó un grito de dolor. Inmediatamente detuvo su invasión y deslizó sus ojos a mi rostro.
—Estoy bien —aseguré.
De igual manera no continuó, se quedó donde estaba mientras volvía a besarme, quitando la presión que significaba ser plenamente conscientes del ingreso de su cuerpo en el mío.
Mientras enloquecíamos de placer, continuaba ingresando centímetro a centímetro y aunque no volví a quejarme, sentí cada movimiento. Cuando estuvo adentro por completo, el vaivén que inició me hizo olvidar todo el dolor experimentado. Cuando envolví su cintura con mis piernas, seguro de que no sentía ningún dolor, se dejó llevar y me llevó con él al paraíso.
Al acabar, recayó sobre mi cuerpo sin echar su peso sobre mí por completo.
—¿Cómo estuvo? —preguntó jadeante.
—¿De verdad tenés dudas?
—Quiero saber todo lo que sentiste, si te duele algo. No te guardes nada, por favor.
—Siento que acabo de hacerme adicta a tu cuerpo dentro mío.
La risa alegre que se le escapó, fue la melodía más hermosa que había escuchado y esperaba poder atesorarla en mi memoria por siempre.
—Voy a salir —me avisó.
Acepté mientras lo miraba, él no separó sus ojos de los míos en ningún momento. Se corrió hacia un costado, un sentimiento de angustia me atacó traicionero.
—¿Seguís bien?
—Sí, —mentí— te acompaño al baño y te ayudo a lavarte para que no te tengas que tocar.
—Mi amor, si no fuera riesgoso me sacaría una foto así cómo estoy lleno de tu sangre para recordar este momento cada vez que se me vuelva increíble.
A pesar de que no quería mi ayuda, fui hasta el baño con él, no podía pensar en tenerlo lejos. Nos higienizamos mientras a través del espejo encontrábamos nuestras miradas.