Puedo Verte 1

DIECIOCHO

 

  Al día siguiente mis viejos se presentaron en el desayuno, Matías apareció casi llegando el mediodía. Mi papá se lo reprochó, asegurándole que lo habían extrañado. Después de escuchar esas palabras, mi cabeza comenzó a trabajar uniendo todo lo que sabía sobre “el mejor amigo de la infancia de Tomás”. Cuando Matías se fue de Mendoza yo era muy chica, sabía que mi hermano viajaba todos los años para festejar el cumpleaños de su amigo con él pero era mi papá quien lo llevaba, con mamá nos quedábamos en casa para disminuir gastos. De grande, a pesar de las redes sociales, yo no lo había visto porque prácticamente no las usaba. 

  “Femicidio” 

  No recordaba casi nada.  

  Levantamos los platos del almuerzo y me fui tras mi mamá, intentando sacar de ella alguna información. En mi apuro, no noté que los hombres venían tras de mí, la voz de Matías detuvo mis latidos.

  —Si querés saber de mi vida por qué no me preguntás a mí.

  —Mati no sabía cómo preguntar sin lastimarte.

  —Así es mucho mejor ¿No? —me increpó frente a todos.

  —No tuve mala intención —hablé siguiéndolo porque se alejaba sin darme tiempo a llegar a él. Antes de salir se detuvo bajo el dintel, se volvió hacía mí y yo supe que la había cagado.

  —Se terminó, no sos quien pensaba.

  Me dejó parada frente a la puerta, con el corazón destrozado en compañía de ocho pares de ojos que esperaban una explicación de mi parte. No me quedó más remedio que contar toda la verdad, bueno…toda, toda, no.

  Llegó la noche y la pasé en vela, entre llamadas derivadas al buzón de voz y mensajes sin respuestas, ni rastros de Matías. 

  Una semana. 

  Mi hermano me explicó que solía desaparecer en esa fecha tan dolorosa. 

  Dos semanas.

  Tomás se disculpó conmigo por no contarme lo que sabía sobre el pasado de mi ¿novio?, pero que no podía faltar a su promesa de guardar silencio. Yo no quería saber, había aprendido la lección, si alguien debía contarme ese era Matías. Estaba dispuesta a ser paciente para ganarme su confianza.

  Tres semanas.

  Había terminado de cursar, pero asistí a la facultad a clases de consulta. Volví a casa antes de lo esperado porque el profesor no asistió. Apenas ingresé, el ruido me alertó, me había cruzado con Tomás en la universidad, no podía ser mi hermano quien estuviera dentro. Los latidos de mi corazón se desbocaron al pensar que podía ser él que había vuelto, tiré todo sobre el sillón y corrí a su encuentro. La imagen de la habitación sin sus cuadros me golpeó en el pecho, la “amiguita” de Matías sentada sobre su cama, me arrancó un insultó.

  —¡Sos un hijo de puta! —disparé, lamentando al instante mi insulto, no pegaba una.

  —Lo soy —admitió, no pude evitar compadecerme del dolor que veía en sus ojos.

  —Mati, vamos. No es necesario que le des explicaciones —habló la peliteñida.

  —Esperame afuera —respondió él, la mujer obedeció pero antes me destinó una mirada poco gentil—. No esperaba encontrarte hoy, tu hermano me dijo que ibas a la facultad.

  Ya arreglaría cuentas con Tomás, ahora solo me importaba Matías.

  —Si me dejaras explicarte.

  —No hace falta, lo que pasó el otro día fue innecesario de mi parte. Interiormente buscaba un motivo para alejarte de mí, sos demasiado buena para uno como yo.

  —Matías ¿Qué decís? —me quejé.

 




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