—Mi papá mató a mi mamá, esa es la cruda verdad. Soy el hijo de un asesino.
—El hijo, bien lo has dicho. No sos el asesino y jamás te podrías comparar con él. Sé que nunca me haría daño.
—¿Cómo lo sabés?
—Porque recuerdo cada vez que hemos estado juntos, porque me guiaste en mi primera vez con una delicadeza que me demuestra qué clase de hombre sos.
—Aiti…
—No me llames así, vos no me llamás así —Sonrió melancólico.
—Aitana —se corrigió— dejémoslo acá, tengamos el recuerdo de lo bonito que fue.
—¿Vas a poder vivir sabiendo que otro puede dormir conmigo? ¿Vas a poder seguir dejando que le entregue a otro lo que vos me enseñaste?
—Aitana no juegues con fuego…
—Pues yo no puedo, ni quiero y más te conviene ir alejando a tu amiguita porque si me entero que le tocaste un pelo, se los arranco todos.
—Estás loca, no ha pasado nada. Me acompañó porque no me sentía capaz de venir hasta acá solo.
—Decile que se vaya, por el bien de todos. Y hacete cargo de lo que nos está pasando, no huyas de mí.
—La noche en que te conté la verdad estaba borracho, no sé si hubiera sido capaz de hacerlo sobrio.
—Entonces, me alegro porque quiero saberlo todo de vos.
—¿No me tenés miedo?
—Mati ¿Vamos? —gritó desde el comedor la amiguita de mi novio.
—Matías, él único que tiene que tener miedo sos vos si no la sacás ya de mi casa.
La risita ruidosa que liberó fue acompañada de una lágrima, corrí a sus brazos y le comí la boca de un beso.