—No quiero verlo, Tomás. Te lo dejé en claro más temprano, ya terminé con Matías. Estoy decidida a ser madre soltera y a llevar a mi hijo adelante a como dé lugar.
—¡Sos! Porque me parece imposible que una mina, que creía tan inteligente, no pueda entender lo que está sucediendo.
—Nos rechazó, Tomás.
—Rechaza la idea de ser padre porque teme equivocarse, Aitana. ¿Entendés la diferencia?
Me quedé sin argumentos, conocía a Matías y todo lo que había vivido pero algo dentro mío me impedía volver a él.
—Lo único que me importa es mantener a mi hijo a salvo, incluso de su propio padre. —fue mi respuesta.
—¿Y de vos quién lo va a proteger? —preguntó clavándome un puñal en el pecho—. Si no sos capaz de sentir un gramo de empatía por Matías y su historia de vida, es mejor que te alejes de él, Aitana. Empiezo a entender a qué se refería mi amigo cuando dijo que no estaban listos para ser padres. Estás actuando con una inmadurez que me asusta.
—¿Así que con vos habló? En cambio, a mí no me ha dicho prácticamente nada. Desde el momento en que se lo dije pasaron dos semanas y lo único que hizo fue encerrarse a trabajar como un desquiciado.
—Has usado la palabra correcta. Desquiciado. Así se comporta cada vez que una situación lo desestabiliza y vos no ayudás en nada.
—La embarazada soy yo.
—Aitana, esto es lo último que voy a decirte. La persona de la que te enamoraste, es un ser que necesita apoyo constante, es un trabajo arduo y diario.
—Todas las parejas hacen un trabajo arduo y diario, Tomás —recalqué.
—Lo sé. Vos deberías saber que con Matías el trabajo tiene que ser un poco más intenso porque tiene un trauma que como ya te dije, nunca lo va a abandonar. Si has decidido bajar los brazos para lamer únicamente tus heridas, es aceptable, pero el día de mañana lo vas a lamentar.
—Ya tomé mi decisión.
—Perfecto.
Me desperté a mitad de la noche inquieta, dormirme sin la cercanía del papá de mi bebé, había sido un reto del que no estaba saliendo victoriosa. Me pareció ver una sombra en la punta de la cama, extendí la mano y prendí el velador.
—¿Qué hacés acá?
—No quiero pasar una noche lejos tuyo, por favor, Aitana.
—Matías fui clara, no te quiero más en mi vida.
Desde el primer día que habíamos cruzado miradas en el aeropuerto “Ingeniero Ambrosio Taravella” de Córdoba, me resultaba sencillo reconocer lo que sentía a través de su mirada. En ese momento, el dolor que opacó el usual brillo, me demostró el error que acababa de cometer, pero algo en mí se había roto y no podía volver atrás. Me atreví a pensar que el amor que nos había unido no era más que algo infantil que estaba llegando a su fin.
Intentó hablar, pero las palabras no salieron de su boca, la mandíbula le temblaba mientras se ponía en pie y caminando hacia atrás se alejaba de mí vida.
No volví a saber de él en las siguientes semanas. Mis padres al enterarse pusieron el grito en el cielo, supe por Tomás que habían hablado con Matías, pero mi hermano aún sabiendo que moría de ganas de conocer los pormenores de aquella reunión, no fue capaz de decirme ni una palabra.
Yo tampoco se lo pedí.
Luis viajó desde Mendoza y se quedó conmigo todo el tiempo que el trabajo se lo permitió. La semana en que se fue, un profesor de la universidad tecnológica se comunicó conmigo, necesitaba una asistente. Sería un trabajo corto, sólo me necesitarían dos meses, entonces yo contaría con cinco meses de embarazo. Acepté sin dudar.
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Aeropuerto “Ingeniero Ambrosio Taravella” de Córdoba, mejor conocido como “Pajas Blancas”
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Editado: 21.02.2024