Aunque mantenía mi distancia con Matías, el corazón se me agrietaba al pasar por los lugares que habíamos compartido. Después de seis años de noviazgo, les aseguro que eran muchos. Lo que no había vuelto a sentir, ni en un sólo momento era deseo s*xual, mágicamente este había desaparecido con mi capacidad de perdonar.
Bajé del remis en San Lorenzo esquina Ituzaingó, unas cuadras antes de mi destino porque la calle estaba en reparación, no me importó, había llegado media hora antes del horario acordado para mi cita. Caminé con calma las cuadras que me separaban del paseo del Buen Pastor con la mano acariciando mi vientre, pensaba pasear unos minutos por allí. Estaba parada en la esquina esperando a que el semáforo me permitiera el paso cuando lo ví.
Corría en mi dirección, no me había visto.
Llevaba la remera ondulante por acción del viento, tapando su hermoso tras*ro enganchada en el short que un poco más bajo de lo normal permitía ver los oblicuos perfectos que te guiaban hasta su masculinidad. Se me secó la boca, los latidos de mi corazón me aturdieron y literalmente empapé mi bombacha. Su imagen impactante le recordó a mi cuerpo quién era aquel hombre en mi vida. Presioné con una ligera fuerza el hogar de mi bebé.
—Ahí viene papá —susurré.
Comprobé el momento en que reparó en mí, porque su reacción fue frenar en seco. Con la agitación que le elevaba el pecho y los labios entreabiertos me contemplaba a la distancia, tan turbado como yo. La gente pasaba por nuestros costados, esquivándonos ya que ambos éramos incapaces de movernos, no nos acercábamos pero tampoco podíamos alejarnos.
—Aitana —la voz que me llamó acompañó la expresión de fastidió en el rostro de Matías, la sorpresa se escapó dando lugar a un gesto poco amistoso. Me dí vuelta para responder al llamado.
—Profesor —saludé.
—¡Sabía que podía contar con vos! Que hayas llegado con tanta anticipación me demuestra que mi decisión fue acertada. —remarcó.
Asentí, me impedía seguir su conversación el calor que me recorría la espina dorsal al sentir la mirada de fuego que sabía Matías no me quitaba de encima.
—¿Nos sentamos en este café? —continuó indicándolo con su mano, sin saber de mi incomodidad— así puedo explicarte lo que necesito que hagas.
Nos dirigimos hacia unas mesas ubicadas sobre calle Buenos Aires y pedí un jugo de naranjas, cualquier otra bebida me revolvía el estómago. Aunque intenté relajarme, una vez sentada, la figura de Matías ocupando una mesa cercana me nubló la vista. Pasó a mi lado y una estela de su aroma natural, ese que conocía tan bien por haberlo inhalado directo de su piel, mezclado con la transpiración que acarreaba produjo en mí un instinto animal que me impelía a suplicarle que me tomara incluso sobre aquella pequeña mesa. El muy taimado a sabiendas de lo que había despertado en mí, una de las tantas veces que mi ojos lo buscaron desesperados, se relamió el labio inferior humedecido por la bebida, trayendo a mí todos los recuerdos que creía superados.
—¿Vas a poder ayudarme? —preguntó mi profesor, acercándome unos papeles.
—Sí, de todas maneras me gustaría leerlos con tranquilidad —salvé la situación como mejor pude.
—Por supuesto, pero no puedo esperarte más de dos días. La obra tiene fecha de entrega y necesito tener los papeles en orden a tiempo.
—No se preocupe, profesor, mañana le doy mi respuesta.
Estiró el brazo y pidió la cuenta, la moza demoró más de lo normal, cuando llegó hasta nosotros nos informó que nuestro pedido había sido abonado, el profesor Correa alzó las cejas sorprendido, en cambio yo sabía perfectamente quién había sido el generoso benefactor.
Se acercó a mí para despedirse y mientras dejaba un beso en mi mejilla me pidió que no lo llamara más profesor, me enteré en ese segundo que Mauro era su nombre de pila.
#10447 en Novela romántica
#1566 en Novela contemporánea
decisiones y dolor, familia amor y esperanza, destino y romance
Editado: 21.02.2024