No tengo idea hacia dónde se fue, porque ni bien estuve libre volví a clavar mi mirada en los ojos de Matías.
Nos debatimos en una lucha intensa que desprendía una energía mezcla de furia, dolor, amor y deseo por igual. Sabía el motivo por el cual él no se movía, estaba celoso y no iba a ocupar el lugar donde minutos atrás había estado sentado un hombre al que él no reconocía. Me puse en pie y caminé hasta su mesa, regalándole el triunfo de aquella batalla.
—Hola —saludé aturdida.
Me respondió con un movimiento de cabeza, la curiosidad lo venció y recorrió mi cuerpo deteniendo sus ojos en mi vientre.
—No se me nota mucho todavía.
—Es porque estás demasiado delgada.
—¿Te parezco fea? —pregunté sin saber por qué, pero sin dudar de que era mi corazón quien había hablado y me quise cortar la lengua.
—Vení conmigo a nuestra casa —remarcó la palabra “nuestra” al modularla despacio— y te demuestro lo fea que me parecés.
—¿Por qué pagaste lo que consumimos? —intenté zafar de aquella proposición porque estaba deseosa de aceptarla.
—¿Por qué tomabas algo con un desconocido que al menos te saca veinte años? —respondió con una pregunta.
—Fue mi profesor en la facultad, me estaba ofreciendo trabajo.
—Poco profesional fue el beso que te plantó al irse ¿Qué te dijo al oído?
—No es de tu incumbencia, Matías —el enojo empezó a subir desde mi estómago como si fueras bilis, imposible de detener— Te recuerdo que vos y yo terminamos.
—Y yo te recuerdo —comenzó con una simulada calma que no llegaba a su voz— que vos me dejaste a mí, yo nunca consentí que así fuera. Y por si es necesario, te recuerdo que llevas a mi niño en tu vientre.
—Qué conveniente que justo ahora aceptaras que vas a tener un hijo.
—Lo acepté desde el momento en que me lo dijiste, Aitana. Y cuido de él en la manera en que vos me lo permitís.
—¿Sí? ¿Y cuál sería esa manera? Por lo que sé has resultado un excelente padre ausente.
No me mantuvo la mirada, rebuscó entre sus bolsillos y dejó mil pesos como pago de la botella de agua que había consumido. Se puso de pie para devolverme la cuchillada que había tirado para herirlo.
—Maldigo el mismísimo instante en que Tomás me envió tu foto al celular. Maldigo cada beso y cada instante que compartí con vos. Me maldigo a mí mismo por haberle entregado a quien no merece todo el poder para destruirme, porque eso es lo que llevás haciendo hace tres meses: destruirme poco a poco.
La respiración se me cortó, volví a sentir. Comprendí las palabras de Tomás, cuando con esfuerzo quiso explicarme lo que sucedía con Matías y me avergoncé de todo cuanto hice y dije desde el momento en que le comuniqué del embarazo.
Lo seguí con la mirada, observando como se alejaba de mí corriendo.
Volví a la casa de mi hermano sacudida en llanto, me pareció escuchar sonidos en su habitación, pasé rápido al baño para evitar que me dijera que él me había advertido. Me encerré, intentando concentrarme en pensar cómo iba a enmendar mi situación cuando el ruido de la habitación contigua se incrementó dejándome en claro lo que sucedía a escasos metros míos.
Tomás estaba teniendo sexo.
Los jadeos de placer, inundaron el espacio y yo con la imagen de un Matías agitado, transpirado y celoso en mi cabeza, a duras penas pude contener el deseo que me inundaba por completo. Cuando el dueño del departamento y su compañera alcanzaron el climax, lo agradecí fervientemente. No podía masturbarme en aquella situación, me resultaba más que retorcida, necesitaba acallar el fuego que había estado dormido casi por dos meses y para eso necesitaba calma.
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Editado: 21.02.2024