Me sorprendí al escucharlos abandonar la habitación a la risas, los sonidos de besos y el roce de sus cuerpos me confirmó lo que ya sabía, Tomás había encontrado a alguien a su medida, porque recordando el pasado, jamás ninguna de sus amiguitas había demorado más de quince minutos en abandonar nuestro hogar luego de un acto sexual.
Decidí delatar mi presencia por miedo a que quisieran amarse en algún lugar menos privado. En la cocina, me enternecí al descubrir a una mujer bastante bajita preparando un mezcla de huevos y leche, mientras Tomás la abrazaba por detrás apoyando el mentón en su hombro.
—Hola —saludé despacio para no asustarlos.
—¡Aiti! —respondió un “desconocido” Tomás, dueño de una amplia sonrisa, rebosante de alegría— Ella es Victoria, mi novia.
La muchacha de curvas más que generosas, se acercó tímida y me besó en la mejilla. Cuando entró en mi zona personal, como atraída por la energía pacífica que irradiaba, me sorprendí abrazándola y descargando toda mi angustia sobre ella.
—Aitana —revoleó los ojos mi hermano, mordiendo las palabras.
Victoria, en vez de sorprenderse o intentar alejar a la loca desconocida que se le había tirado a llorar a los brazos, se aferró a mi espalda con una mano y con la otra me acarició el cabello.
—Jamás había visto un pelo tan hermoso, el tono que tiene es perfecto.
Comencé a alejarme de ella y le sonreí para no parecer tan desequilibrada.
—Es el mismo color que tiene Tomás.
—Sí, pero al llevar el pelo largo, el tuyo brilla diferente.
—Bueno, me vas devolviendo la novia, lo único que falta es que me la robes —creo que bromeó mi hermano, su tono era indescifrable.
La miré apenada por todo, incluso por ese papelón que acababa de presenciar, pero mi calma no duró mucho.
—¡Tomás! —lo llamé volviendo a llorar— ¡La desquiciada soy yo! ¿Cómo fui capaz? —no pude continuar, el llanto me dobló al medio. Mi hermano entendió a la perfección lo que había querido decir, al usar la misma palabra que él me había remarcado tiempo atrás, pero en referencia a Matías. Bufó, imagino que harto de ser el mediador entre el mejor amigo y la hermana menor.
—Basta de llorar, Aitana, por favor.
—Me lo encontré en el Buen Pastor —empecé a relatarle mientras las manos de él y las de mi reciente cuñada me acariciaban el cabello— Estaba tan hermoso, lo extraño tanto, Tomi. No entiendo qué fue lo que me llevó a comportarme como lo hice.
—¿Se lo dijiste?
—No, él me dijo que cuidaba de nosotros —me acaricié el vientre para señalar a mi hijo— y yo le dije que no entendía como lo hacía, porque sólo era un padre ausente.
—¡Aitana! —me recriminó mi hermano.
—Me molestó que mintiera, después de la noche en que apareció por acá no volvió a escribirme ni una vez.
—¡Aitana, te fuiste de tu casa! ¡Lo echaste cuando vino a buscarte! ¿Qué esperabas que hiciera?
—¡No lo sé! —grité a la par de mi hermano.
Tomás con el rostro más rojo de lo normal y el gesto encrespado se puso de pie.
—Por favor, —habló Victoria, con su suave voz— gritando no vamos a llegar a ningún lado y le hacemos daño al bebé.
Mi hermano se había alejado, miraba por la ventana frotándose el cabello con una de sus manos. Habló sin mirarme:
—Aitana, ¿Quién creés que paga tu prepaga? ¿Quién creés que va al supermercado y te trae cada yogur que degustas a diario? ¿De verdad pensás que mi sueldo alcanza para mantenernos a los dos? ¿Pagar el alquiler, los impuestos? ¿Quién pensás que trae todos los días el jugo de naranja que la reina requiere para no vomitar toda la casa? —Se volteó y me clavó la mirada inclemente.
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Editado: 21.02.2024