Puedo Verte 2

NUEVE

 

  Golpeé mientras sentía mis piernas como si fueran gelatina, abrió la puerta un Matías que nunca había visto, era simplemente un desastre. Despeinado, en boxer e incluso sin bañarse, obviamente sorprendido ante mi.

  —¿Le pasó algo a mi hijo? —los ojos vidriosos, la cara de pánico y la voz insegura me terminaron de convencer del amor que ya me había contado Tomás, Matías sentía por nuestro bebé. Que lo haya llamado “mi hijo” fue la frutilla del postre.

  —Peleé con Tomás y no tengo a donde ir —me mordí el labio inferior simulando angustia, cuando en realidad lo que sentía eran nervios por la mentira que estaba diciendo.

  —¿Querés quedarte acá? —preguntó incrédulo.

  —¿Podría?

  No dijo más, se hizo a un costado cediendo el paso para mí.

  —Puedo ayudarte a limpiar en cuanto vuelva del trabajo.

  —¿Trabajo?

  —Asisto al ingeniero que conociste el otro día, el del café. Está en una obra y se ha quedado sin apoyo, yo no tengo experiencia suficiente por eso para adquirirla me está enseñando y me pagan.

  —¿Una embarazada en una obra en construcción?

  —No saben exactamente…

  Clavó sus ojos ponzoñosos en mí.

  —Al final das a entender que la que quiere deshacerse de mi hijo sos vos —remató.

  —Nuestro hijo y no digas estupideces.

  —Nuestro hijo —repitió con sus ojos clavados en mí— por eso creo tener derecho a decir que no es seguro lo que estás haciendo y cuando se enteren, porque no vas a poder esconderlo mucho tiempo más, —me recorrió con la mirada y posó unos segundos sus ojos anhelantes en mi vientre— vas a quedar como una mentirosa, poco profesional.

  —En un principio me habían dicho que la asistencia duraría dos meses y al final me lo redujeron a uno solo. No quiero estar sin hacer nada.

  —Pasás veinticuatro horas creando una vida, Aitana. Tu cuerpo está formando pulmones, un corazón, manos y pies ¿Cómo podés pensar que no hacés nada? 

  Sonreí ante la dulzura de su explicación.

  —Ya llevo una semana, me faltan tres y termino.

  —Hacé lo que quieras —se alejó hacia su estudio y se metió allí.

  Volví seis horas después, la casa parecía otra. Me dio pena ingresar con los botines de trabajo por lo que me los quité, el piso relucía, el aroma a vainilla impregnaba mis fosas nasales invitándome a entrar. Matías tenía la mesa puesta, facturas, sandwiches de miga y jugo esperaban ¿por mí? 

  Salió del taller recién bañado.

  —¿Y todo esto?

  —Seguís flaquísima, Aitana. Me preocupa que al bebé le falte algo. 

  —La ginecóloga ha dicho que estoy bien y las ecografías…

  —¡Ah cierto que nunca me has dejado asistir a ninguna! —me reclamó.

  —¿Podríamos empezar de nuevo? ¿Crees que podrías perdonarme?

  —Aitana, aunque vos y tu hermano crean que soy un boludo, no lo soy. Sé perfectamente por qué estás acá, no hubo ninguna pelea —tragué vidrio— Acepto esta tregua por el bien de nuestro hijo y también la acepto porque Tomás necesita su espacio, no puede seguir lidiando con nosotros dos, pero entre vos y yo no queda amor, sólo reproches, dolor y resentimiento.

  Asentí cabizbaja.

  —Voy hasta el supermercado, vuelvo más tarde.

  Volví a asentir, a sabiendas de que estaba huyendo de mi compañía.

 




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