Unos días después lo sorprendí, con un budín de zanahorias, su preferido.
Salió del taller, tomó su vieja taza, una porción de mi budín y me agradeció con un movimiento de cabeza. Exactamente igual a los primeros meses juntos, salvo que en estos momentos un bebito venía en camino para alegrarnos la vida.
A pesar de la reticencia inicial sobre mi trabajo temporal, lo había aceptado con una condición, era él quien me llevaría y me traería de vuelta a casa todos los días.
Mi aceptación y sus infinitos cuidados nos envolvieron en una burbuja que me tenía muy complacida, si se rompía en algunos momentos era porque la tensión sexual nos consumía cada vez con mayor intensidad.
Llegó la última semana de trabajo y con ella un cansancio atroz que a duras penas podía disimular, notaba la mirada de Matías clavada en mí, analizándome. El jueves cuando fue a buscarme, me quedé dormida en el trayecto a casa, me despertaron sus caricias sobre mi mejilla, le sonreí somnolienta.
—No sé por qué te empeñás en trabajar, no es el momento y no lo necesitás.
—Sí, no fue buena idea tomar el trabajo, al principio pensé que me ayudaría a distraerme, pero me está costando demasiado. Lógicamente, muchas mujeres trabajan hasta el día del parto incluído, pero yo que tengo las posibilidades, gracias a vos, de quedarme en casa debería haberlo aceptado. Estoy molida y tengo los pies hinchadisimos.
Mi rendición lo tomó por sorpresa, seguro de que presentaría batalla, lo dejé literalmente mudo. Guardó el auto en la cochera y se apresuró a bajarse para ayudarme a descender, abrió la puerta de nuestra casa con presteza.
—Voy a darme una ducha y a la cama, no creo que pueda cenar hoy.
—O.K. —Su corta respuesta también me sorprendió, era super insistente con la alimentación y desde que había vuelto no podía saltarme ni una sola comida.
Me metí al baño, mi imagen en el espejo no me agradó, lo cambios en mi cuerpo, el cansancio, la “cercanía lejana” que nos unía me dieron de frente y las lágrimas comenzaron a caer desenfrenadas, no sé cuánto tiempo estuve sintiéndome miserable antes de que mi llanto se volviera incontrolable.
Matías no golpeó al entrar, yo ovillada sobre el inodoro me encogía a causa del llanto y la vergüenza que sentí al saberme descubierta.
—Pensé que te estabas bañando —se acercó y me envolvió entre sus brazos— ¿Por qué llorás? Decime por favor —suplicó aunque no me había dado tiempo a responder.
—Te extraño —me sinceré empapando su remera de lágrimas— y estoy cansada. Siento que he hecho todo mal. Todo mal, Mati. Quiero mi vida de vuelta, te quiero a vos.
Su suspiro me llevó a levantar la mirada, sus ojos inundados de lágrimas como los míos, me hablaron con sinceridad. Su boca no emitió palabras, pero se acercó a la mía y la besó con devoción. No demoramos nada en sucumbir al deseo, comenzó a liberarme de la ropa que nos incomodaba, yo le quité la remera, necesitaba sentir su piel bajo mi tacto. Matías llegó hasta mi entrepierna luego de dejar un reguero de besos por todo el vientre que protegía al bebé. Enloquecida de placer, le supliqué que terminara con la tortura de sus labios sobre mi vulva.
—Te necesito adentro —indiqué con voz firme.
Me levantó como si fuera una muñequita de papel y me sentó al filo del mármol que hacía de mesada para la bacha. Desprendió su pantalón y se introdujo en mí sin ninguna consideración, lo recibí feliz después de tres meses de espera.
El orgasmo no demoró más que un par de minutos en hacernos estallar en jadeos agónicos. Acabar sincronizadamente fue maravilloso, lo necesitábamos. Me pegué a su cuerpo abrazándolo con ímpetu.
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Editado: 21.02.2024