Puedo Verte 2

ONCE

 

  —¿Crees que quiero huir? —indagó en mi oído luego de descorrer algunos mechones que se me habían despeinado.

  —¡Perdoname, amor! —le pedí volviendo a llorar.

  Con un casto beso sobre mis labios y tomando mi rostro con ambas manos me pidió que hiciera silencio.

  —No tengo nada que perdonar, fui yo el que no actuó bien y lo lamento tanto. Si pudiera volver el tiempo atrás…Si te hubiera dicho lo que en realidad sentía…

  —La comunicación verbal no es tu fuerte, lo sé. Aún con todo lo que me has cantando fui muy insensible.

  —Aitana, no. Vos no tenés la obligación de cargar con mis traumas, debí ser un sostén para vos, para nuestro hijo y no estuve a la altura. Es por eso mismo que me causa pánico pensar que algún día les voy a fallar, es inevitable. Sé que va a suceder. Nunca tuve un ejemplo de padre, no sé como sé hace. No quiero herirlos y se me hace insoportable decirte esto pero quizá lo mejor es que no esté presente en su vida.

  Tragué con dificultad frente a su declaración, me partió el alma que lo dijera mientras ubicaba sus manos en actitud protectora sobre mi vientre. Pude comprender que era honesto y capaz de inmolarse por la felicidad de nuestro bebé. Con las hormonas dominando mis días, en vez de hacerlo comprender con palabras me abalancé sobre sus labios para besarlo con rabia, con desesperación y con temor a que hiciera realidad sus palabras.

  Lo empujé alejándolo de mí y provocando en él confusión, pegué un pequeño salto para bajarme de mi apoyo y de puntas de pie, volví a tomarlo por asalto aferrándome a su nuca. 

  A paso lento lo guié hacia atrás y cuando dio con el inodoro y se sentó, me subí a horcajadas y le exigí que se hundiera dentro mío.

  —Tu lugar en este mundo es junto a tu futura esposa y a tu hijo ¿Entendido? —pregunté enojada.

  Sin detenerme, ni preocuparme por las veces que intentó salirse de mí por la inminencia del orgasmo, lo monté enloquecida buscando el placer que sólo nuestro amor podía brindarme.

  Agotada sobre su cuerpo, volví a aferrarme a su espalda.

  —Necesitamos una ducha —sugirió mientras sus dedos recorrían mi columna vertebral.

  —¿Te acordás de la primera vez que te acaricié así? Como vos lo estás haciendo conmigo ahora.

  —Una de las mejores noches de mi vida.

  —¡Quedate con nosotros, Mati! Cometamos errores por estar a su lado, por intentar enseñarle y protegerlo pero no los cometamos por abandonarlo.

  —Voy a ser un desastre, no quiero que tengas que cargar conmigo.

  —Seamos el mejor desastre que nuestro hijo pueda tener —lo miré ilusionada.

  —Vamos al agua —respondió dando por terminada la corta conversación.

  Terminó de desvestirse y abrió el grifo conmigo entre sus brazos. Bajo el agua me enjabonó con delicadas caricias, me fascinaba verlo observar mi vientre y aunque sabía que su mirada destilaba temor, me pareció ver un brillo de esperanza renacer.

  Me secó el cabello y cuando llegué a la habitación encontré un sandwich de queso, tomates secos y rúcula sobre mi mesa de luz, junto a un jugo de naranjas.

  —No entiendo cómo hacés para dudar, vas a ser el mejor padre del mundo.

  No dijo nada, me acompañó, me tapó delicadamente antes de rodear la cama y acostarse junto a mí. Nos dormimos abrazados, mi corazón latía con fuerza cada vez que él acunaba mi vientre.

  Al día siguiente nos quedamos dormidos, salté de la cama al ver que faltaban quince minutos para la hora de ingreso a la obra, no quería llegar tarde justo el último día. Matías se colocó una remera y desapareció por la cocina, cuando salimos de casa me entregó el tupper con mi desayuno. Se lo agradecí porque con el avance del embarazo el hambre se había despertado y voraz me llevaba a arrasar con todos los alimentos que se me cruzaban.

  —Paso por vos a las catorce, ese es el horario de hoy ¿Verdad?

  —Perfecto como siempre, señor.

  —Los amo —dijo al fin, provocando una sonrisa en mi rostro.

  —Y nosotros a vos, papá —agregué con la mano sobre la guarida que era mi vientre y mucho miedo a su reacción.

  Me guiñó un ojo que me llevó a ampliar la sonrisa, colmándome de tranquilidad. Cerré la puerta y encaré hacia la obra en busca del casco reglamentario que debía usar para ingresar.

 




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