Puedo Verte 2

DOCE —en la voz de Matías—

 

  Volví a casa luchando conmigo mismo, le había guiñado el ojo en un acto socarrón para darle un poco de tranquilidad, pero dentro mío la opción de mantenerme lejos seguía latente.

  Ordené el lío que había dejado al improvisar el desayuno en pocos minutos, di media vuelta mientras me secaba las manos con el repasador y me topé con la tasa de mi madre, Isabella. Me desconcertó encontrarla allí, acababa de guardarla en la alacena. Con temor empecé a girar el rostro lentamente, quería comprobar si el espacio donde siempre la dejaba estaba vacío.

  —¡Matías! —sentir su voz después de veintiún años fue tan increíble como el hecho de reconocerla, cuando pensaba que la había olvidado —¡Matías! —volví a escuchar.

  —¡Mamá! —grité desesperado y aterrado.

  —¡No hay tiempo, volvé por ella, te necesita! 

  Sus palabras me confundieron, ¿Cómo se hubieran sentido ustedes en mi lugar? Giré sobre mí mismo en busca de una imagen o visión que acompañara aquella amada voz.

  —¡Matías, Aitana se muere, la columna caerá sobre ella! —gritó provocando mi reacción.

  Tomé las llaves que había dejado minutos atrás sobre la mesa y corrí con los latidos de mi corazón aturdiéndome. 

  Detuve el auto en el mismo lugar donde me había despedido de ella minutos atrás, dejándolo encendido y con las llaves puestas. Bajé de él, permanecí un segundo frente a la obra, todo parecía estar en orden ¿Estaba realmente loco? 

  —¡Hijo! —sentí de nuevo su voz a mi derecha, la busqué con la mirada y fue cuando ví cómo la grúa torre, sabía su nombre gracias a las veces que le había tomado lecciones a mi novia para sus exámenes, caí a toda velocidad sobre la edificación que todavía no estaba terminada. 

  —¿Matí? —escuché una dulce voz que se sorprendía al verme allí.

  El corazón se me detuvo, el aire no ingresaba a mis pulmones y el tiempo con su maldito relativismo, se ralentizó insoportable mientras intentaba correr hacia mi mujer y nuestro hijo. El estruendo que hizo la grúa al chocar con la edificación alertó a mi novia, de todas maneras no tuvo tiempo de reaccionar ni siquiera para cubrirse la cabeza. Me avalancé sobre ella y la derribé, aunque fuera lo último que hiciera en mi vida, salvaría la de ellos dos y si no lograba hacerlo nos iríamos de este mundo los tres juntos. 

  Jadeó al golpear contra el piso, mi mano derecha sufrió el impacto de la caída al intentar proteger su cabeza. La sombra de la columna que venía hacia nosotros me alertó de su recorrido y rodé sujetando su cuerpo con furia, nadie me los arrebataría. 

  ¡Eran míos! ¡Eran mi familia!

  Un dolor lacerante me recorrió por completo y aunque no escuché ningún sonido, antes de que la negrura se cerniera sobre mí, vi el rostro de Aitana desfigurado mientras gritaba mi nombre.    

 




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