Puedo Verte 2

DIECISIETE

 

  —Aitana —escuché su voz, luego del primer intento de abrir la puerta.

  —¡Andate!

  —Te voy a contar una historia…—empezó y con infinita calma me relató con detalles lo que vivió mientras estaba agonizando en la cama del hospital. 

  Ante el primer silencio, abrí la puerta y me tiré sobre él, que permanecía sentado con la espalda contra la pared y el rostro empapado de lágrimas.

  —Tu mamá te devolvió a mis brazos ¡Le voy a estar eternamente agradecida! —aseguré mientras le acaricia el rostro donde lo había golpeado. 

  —Tengo la sensación de que Victoria sabe más de lo que dice, sus miradas, sus comentarios ¿Como hizo para saber que Tomás debía ir hasta la obra a ayudarme?

  —No lo había pensado, han sido tiempos tan difíciles, que no he podido profundizar en nada.

  —Por eso la miraba, porque hay algo en ella que es diferente.

  —¿Malo?

  —Creo que no… 

  —Ahora que lo decís, recuerdo que yo la conocí el día que me crucé con vos en el Buen Pastor, me consoló con una dulzura, me hacía sentir bien estar en su espacio. En realidad, siempre que está presente la energía que la rodea es bonita.

  —¿Sanadora?

  —Sí, sanadora.

  —Aitana, no hay mujer por la que tengas que sentir celos. Sólo tengo ojos para mi familia: mi mujer y mi hijo ocupan toda mi alma.

  —Perdón por lo de recién.

  —Perdoname vos a mí —empezó a decir mientras metía su mano sana debajo de la ropa para acariciar mis pechos— no me di cuenta de lo que estabas sintiendo. ¿Puedo compensarte?

  —¿Y si te lastimás? —consulté con sincera preocupación.

  —Si te subís encima mío, no tengo necesidad de moverme mucho —explicó con una hermosa sonrisa ladeada.

  Conociendo la verdad impulsé a Matías a hablar con Victoria, pero mi novio nunca encontraba el momento adecuado, lo que sí habíamos realizado era un pequeño altar, con un cuadro en el que Matías había pintado el rostro de su madre. A pesar de las heridas, el brazo había sanado a la perfección y él con mucho esfuerzo y práctica estaba volviendo a ser el excelente pintor que era antes del accidente.  

  Ya con treinta y seis semanas de embarazo me sentía hinchada y molesta por lo que no salía mucho de casa, una tarde en que mi cuñada vino de visita, aproveché para hablar con ella. Agradecí que no diera muchas vueltas, de inmediato comprendió a donde iba y me entregó las respuestas que deseaba.

  —Desde pequeña tengo una alta sensibilidad hacia situaciones que para otras personas son quizás “paranormales”.

  —Entonces ¿Vos sabías lo que iba a suceder?  

  —No, no vi venir lo del accidente, pero en un momento en que Tomás te nombró mientras desayunábamos, una presencia se posó detrás mío, implorando ayuda para su hijo.

  —Isabella.

  —¿Es el nombre de la mamá de Matías?

  —Sí.

  —Sigue rondándome, necesita saber que van a estar en paz, se siente cansada pero teme por Matías.

  —¿Podés comunicarte con ella? 

  —Sí.

  —Decile que Matías va a ser feliz conmigo, que voy a entregarle la familia que siempre deseó, que puede descansar en paz.

  —Te está escuchando —sentenció mi cuñada, erizándome la piel.

  —Siempre vas a estar entre nosotros, Isa —retomé la palabra— prometo ayudar a Mati para que recuerde los momentos lindos que compartieron así se los relatamos a tu nieto. Si es una nena, podríamos llamarla…

  —¡No! —gritó Victoria— Dice que no, no quiere que repita su historia —se me herizó la piel al pensarlo— no quiere que cargue con más peso del necesario.

  —Vamos a ser felices, te lo prometo, me voy a asegurar de que tanto tu hijo como tu nieto lo sean.

  —Dice que confía en vos —fue lo último que me dijo Vicky antes de cerrar los ojos y pronunciar una oración.

  Sentí una briza cálida, no podía ser del exterior porque todo se encontraba cerrado, era su despedida. Imité a mi cuñada mientras bajaba mis párpados, posé la mano sobre mi vientre y le agradecí a aquella valiente mujer por el hijo que había engendrado y por haber sacado el valor suficiente para defenderlo a costa de su propia vida. Sin dudas no lo había abandonado, llevaba veintiún años tras sus pasos, merecía descansar en paz.

  ¡Y como la vida es mágica! Mientras un ser se alejaba otro llegaba en toda su gloria a iluminar nuestros días. 

Rompí bolsa y aunque todavía no era la fecha indicada, sabía que nuestro ángel protector nos acompañaría y todo estaría bien.

  Mi tarea en la vida de nuestro bebé, sería recordarle a diario que un ángel guiaba sus días y noches y que por supuesto se llamaba Isabella.

 




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