Puentes y Promesas

Lo que vuelve con la mañana

Clara despertó antes de que sonara el despertador. Durante unos segundos no supo dónde estaba. La luz que entraba por la ventana no era la misma que recordaba de su vida en Francia, ni el silencio tenía ese ruido lejano de ciudad grande al que se había acostumbrado. Aquí todo era distinto. Más lento. Más cercano.

Se incorporó en la cama y miró a su alrededor. La habitación seguía siendo la suya, aunque ya no le perteneciera del todo. Sobre el escritorio aún descansaba una vieja libreta con dibujos y frases infantiles. La tomó entre las manos y sonrió con tristeza.

Abajo, el sonido de platos y una radio encendida le indicó que Ester ya estaba despierta.

En la cocina, su madre removía el café con gesto ausente. Al verla entrar, levantó la mirada.

—Buenos días —dijo Ester—. ¿Dormiste bien?

—Más o menos —respondió Clara, sentándose—. Me desperté varias veces.

Ester asintió, como si no le sorprendiera.

—Este lugar tiene esa costumbre —dijo—. No deja que uno duerma del todo cuando vuelve.

El comentario quedó flotando en el aire. Santiago aún no había bajado. Ester preparó tostadas, y durante unos minutos solo se escuchó el sonido de la radio.

—¿Vas a salir hoy? —preguntó Ester.

—Sí —respondió Clara—. Quiero caminar un poco.

Ester la observó con atención, como si quisiera decir algo más, pero no lo hizo.

Clara salió de casa poco después. El sol comenzaba a calentar las calles y la vida del barrio despertaba lentamente. Saludó a vecinos que la reconocían con sorpresa, algunos con alegría, otros con simple curiosidad.

Al pasar cerca de la plaza, se sentó en un banco y dejó que los recuerdos la alcanzaran. Fue allí donde aprendió a montar en bicicleta, donde lloró la primera vez que se peleó con una amiga, donde Javier le confesó que le gustaba cuando apenas entendían lo que eso significaba.

—Pensé que no volverías.

Clara levantó la cabeza. Javier estaba de pie frente a ella, con las manos en los bolsillos. No parecía molesto, solo distante.

—Yo también lo pensé —respondió ella.

Se sentó a su lado, dejando un pequeño espacio entre ambos. El silencio no era incómodo, pero sí cargado.

—¿Cuánto tiempo te quedas? —preguntó él.

—No lo sé —contestó Clara con sinceridad—. No he venido con un plan.

Javier sonrió de lado.

—Nunca te gustaron los planes.

Hablaron de cosas simples: del barrio, del trabajo de Javier en el taller, de la vida de Clara fuera. Ninguno se atrevía a entrar en lo importante.

—Me dolió que no volvieras —dijo Javier de repente—. No por irte… sino por desaparecer.

Clara bajó la mirada.

—No sabía cómo regresar sin sentir que había fallado.

Javier la miró con atención.

—No fallaste —dijo—. Solo creciste lejos.

Esa frase alivió algo dentro de ella.

Cuando regresó a casa, encontró a Santiago sentado en el salón, revisando unos papeles. Al verla, levantó la vista.

—¿Te has encontrado con Javier? —preguntó.

Clara se sorprendió.

—¿Cómo lo sabes?

—Este barrio no guarda secretos —respondió él—. Y además… era evidente que tarde o temprano pasaría.

Se sentó frente a ella.

—Solo quiero que sepas una cosa —continuó—. No tienes que demostrar nada a nadie.

Clara asintió.

Esa noche, Ester y Santiago discutieron en voz baja en la cocina. Clara escuchó fragmentos sin entender del todo: palabras como antes, errores, decisiones. Supo entonces que su regreso también estaba sacando a la luz cosas que nunca se resolvieron.

Antes de dormir, Clara miró su teléfono. Un mensaje nuevo.

Javier:
Si te parece bien, mañana podemos hablar con más calma.

Clara sonrió levemente antes de responder.

Clara:
Me parece bien.

Apagó la luz y se recostó en la cama. Por primera vez desde que llegó, no sintió miedo al futuro. No sabía qué iba a pasar, pero sabía que ya no estaba huyendo.

El pasado había vuelto.
Y esta vez, ella estaba dispuesta a quedarse el tiempo suficiente para enfrentarlo.




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