SÁBADO 10 DE SEPTIEMBRE:
Llegó el sábado, el día en el que salimos al campo a hacer acciones que una persona humilde haría... creo. Nos vamos en treinta minutos.
Mi teléfono empieza a sonar. Se oye una sola vez, por lo que pienso que es sólo una notificación; más tarde, suena de nuevo, así que corroboro que me están llamando. Leo el nombre de la persona que quiere hablar conmigo: "Bill".
No quiero contestarle, ya que no nos hemos visto. Tras varias repeticiones del tono de llamada, finalmente respiro hondo y contesto:
—¿Bill?, hace tiempo que no hablamos.
—Sí, lo sé. —Aclaró riendo.
—Bueno, llega al grano que no tengo demasiado tiempo.
—¿Quieres ir a nuestro lugar el lunes, después del colegio?
Nuestro lugar es la cafetería Luna, el lugar donde Bill y yo nos conocimos. Ahí íbamos después del colegio todos los días, al menos hasta hace una semana, por algo que... sucedió.
—Sé que fue horrible lo que ocurrió... pero necesito recompensártelo. ¿Quieres olvidarlo? —Dijo él, tratando de pegar el vidrio roto de nuestra amistad.
Me quedo pensando unos largos segundos.
—Pienso lo mismo, ¿sigamos como siempre, está bien?
—No hay problema.
—Pero... sabes... ya no hablemos de eso de nuevo, ¿estás de acuerdo?
—Sí, me parece bien.
—Correcto. —Dije sonriendo como estúpida al teléfono. —Entonces, ¿te diriges a mi casa para ir directo a Luna?
—Está bien, te veré allá.
—Bien, me tengo que ir, ¡hasta luego!
—Hasta el lunes.
Colgué la llamada.
—¡Hija!, ¡ya tenemos que salir! —Gritó mi madre desde el vehículo, emocionada para que salga de la entrada de mi casa y dirigirnos a la cabaña del campo.
—¡Sí, voy en camino!
Salí de mi habitación y me dirigí a mi véhilar (un auto que en vez de ruedas, usa el electromagnetismo para andar. Se asemeja a un auto que levita a pocos centímetros del suelo).
Me quería ir de copiloto, pero Alan me ganó el lugar; así que abrí la puerta de los asientos traseros para sentarme junto a la ventana y así ver el paisaje camino al campo.
Comenzó nuestro viaje. Durará aproximadamente dos horas.
El viaje fue normal: un paisaje hermoso, lleno de montañas y densa niebla; un hermano que no para de hablar de sus aventuras en el básquetbol; una madre que siempre trata de que estemos felices y mi silencio total.
Llegamos al fin. Bajamos del auto y nos incorporamos a la rústica cabaña.
Al llegar, hicimos lo que usualmente: caminamos alrededor de todo el campo, en un viaje de cinco a seis horas.
Ese paseo por el campo me encanta, es muy bello a niveles monumentales y puedes llegar a ver paisajes impresionantes; tales como montañas, nubes, colinas, animales, flores y muchas otras cosas que parecen haber venido directamente de otro mundo.
Este viaje alrededor del campo no fue del todo de mi agrado, es más, hasta ha sido el único que me ha cansado y que no me ha gustado. A este hecho no le encuentro explicación alguna, ya que siempre me encanta esa caminata celestial.
Llegamos a la cabaña tras el paseo. Comenzamos a jugar juegos de mesa; principalmente, Monopoly, el juego favorito de la familia.
Cuando comenzamos a jugar, ya había oscurecido, aproximadamente eran las 8:30 de la noche y además —por aquella zona— el frío es más intenso; por lo que preparamos chocolate caliente y nos colocamos bajo varios edredones mientras jugábamos.
Terminamos el juego, aproximadamente a las 10:00 de la noche. Fue un juego bastante largo, ya que a toda la familia nos encanta ese vicioso juego de mesa.
Todos nos fuimos a descansar y al tocar la cama, todos caímos en un sueño profundo, como si las sábanas tuviesen algún tipo de droga somnífera. Al igual que mi familia, yo también me quedo dormida.
El reloj antiguo que estaba en la cabaña sonó justamente a las 12:00 de la madrugada. Todos nos levantamos a la vez por el ruido.
Trato de hablar con mi hermano, pero no fue de ayuda. Él no me respondió, sino que comenzó a caminar lentamente a aparentemente ningún lugar.
Al fallar el intento de hablar con mi hermano, ahora lo intento con mi madre, pero sucede exactamente lo mismo. Es como si estuviesen poseídos por algo.
Veo sus ojos. Noto que sus iris ahora son color morado obscuro, mientras que sus pupilas mucho más pequeñas que el iris, pues se ve sólo un punto en medio de un círculo morado. Ellos tienen los ojos lo más abierto posible, como si hubiesen sido asustados por algo o como si ni siquiera tuvieran párpados.
Los sigo, parece que van al mismo lugar.
Me veo en el espejo. Noto que mis ojos son iguales a los de mi hermano y mi madre. Sigo caminando junto a ellos.
Salimos de la cabaña, ¿adónde están yendo?
Comenzamos a caminar a lo largo de la ruta que nos lleva hacia nuestro hogar.