¿qué es el amor?

CAPÍTULO 4: GOLPE DE SUERTE

Ernest 

— ¿Cómo te fue esta noche, hijito? —me pregunta mi abuela cuando llego a casa. Mi espalda está destrozada, los brazos los tengo hechos mierda también, pero le dedico la mejor de mis sonrisas. Esta mujer es todo para mí, no la quiero preocupar con nada, al menos no más de lo que ya lo he hecho al tener que hacerse cargo de mí desde que era un niño. 

—Muy bien, gané más propinas de lo usual —respondo y me inclino para besar sus manos.

—Esas personas millonarias son bastante tacañas. —Se ríe y yo asiento, dándole la razón. 

Esas personas consumen cantidades exorbitantes de comida, compran los mejores licores, requieren un servicio de primera calidad, sin embargo, les duele el bolsillo a la hora de dejar una propina. Juro que la mayor cantidad que puedo recordar antes de esto son cincuenta dólares y fue por un consumo de casi diez mil. Dentro de mi mente los llevé de vuelta al restaurante y les hice vomitar cada cosa que se comieron. 

—Demasiado, pero esta noche no lo fueron tanto, hice doscientos.

Mi abuela abre los ojos asombrada por lo que le estoy diciendo. 

— ¿Es en serio? 

—Sí, hermosa mujer, doscientos verdes. Comeremos bien esta semana, muy bien, ¿dónde está Denisse? Le quiero contar.

—Tu hermana ya se durmió. Te esperó, pero no llegabas —responde y hace un puchero. Mi corazón se oprime al pensar en lo triste que debió quedarse. Odio decepcionarla, pero tengo que trabajar. En el restaurante me está yendo mejor que en otros trabajos, no puedo renunciar.

—Qué mal, quería contarle. Espero mañana poder hacerlo —digo algo desanimado y ella acaricia mi rostro cuando me siento en la cama, al lado de ella. En la televisión están pasando otra de esas telenovelas latinas que le gustan ver con subtítulos. Yo prefiero las películas de acción, no obstante, de vez en cuando la acompaño, admito que me gusta la chica de la última que está viendo.

—Está bien, muchachito, mejor siéntate conmigo a ver el programa.

—Creo que primero debería ir a bañar…

En ese momento “Cecilia” sale en la escena. Es hermosa, tiene unos ojos oscuros cautivantes y un cabello rizado muy bien cuidado, por no hablar de su cuerpo, con curvas que detendrían el tráfico. Es toda una belleza trigueña. Mi abuela no para de elogiarla y la verdad es que estoy de acuerdo con todo lo que dice.

—Cierra esa boca, hijo, se te saldrá la baba. —Mi abuelita finge cerrarme la boca. No me he quedado boquiabierto, pero sí salivé.

No me gusta ser un baboso, faltarle al respeto a las mujeres no me va para nada, sin embargo, no puedo evitar apreciar la belleza femenina cuando la veo.

Y Keira Martínez es todo un sueño… un sueño que es imposible para alguien como yo. No tendría nada que ofrecerle a una mujer que hasta saldrá en una serie famosa y que se filmará aquí

Sacudo la cabeza, le doy un beso en la frente a mi abuela y me dirijo al baño. El recuerdo de la chica es reemplazado por el recordatorio de todo lo que debo. Solo tengo veintiocho años, pero mi vida se reduce a pagar deudas, más deudas, ¿y qué más? Deudas. No le guardo rencor a mi madre, que no sé dónde esté ahora, pero sí pienso que nos complicó un poco la vida al pedir todos esos créditos a nombre de mi abuela.

El agua fría cae sobre mis músculos adoloridos. De nuevo se descompuso el calentador y tengo que arreglarlo o verificar que no haya muerto por fin. Supongo que tocará desvelarme.

Otra vez.

Termino de ducharme y me seco el cuerpo. Solo me pongo un short y una camisa ligera, y salgo al patio para tratar de ver lo que está pasando.

Para mi fortuna solo está apagado, no está descompuesto, así que decido que me levantaré temprano para encenderlo y que Denisse pueda ducharse.

Regreso a la habitación de mi abuela, a quien ayudo a acostarse y le doy sus medicinas para la presión. Cada vez me cuesta más conseguirlas, pero me esfuerzo mucho para hacerlo y que no le falten. Me puede a mí faltar el alimento o lo que sea, pero nada a estas mujeres.

Mi vista se va de nuevo hacia la pequeña televisión y tengo la suerte de ver a “Cecilia” de nuevo.

—Te gusta la novela, ¿cierto? —inquiere mi abuela con tono burlón.

«Me gusta la actriz», pienso divertido.

—Eh… Está un poco interesante —le miento. Honestamente, no me he enterado de casi nada de la trama, aunque creo que la serie sí la veré, ¿por qué no? Es de romance, pero también de acción.

Tengo que conseguir que me presten la maldita clave para la aplicación. Sé que algún día podré darme ese lujo, no pierdo las esperanzas. Solo necesito terminar esos malditos dos créditos que faltan, cuyos intereses están por los cielos y parece que nunca se podrán liquidar.

Un golpe de suerte, es eso lo que necesito.

Arropo a mi abuela y le dejo encendida la luz de su lámpara de noche, pero apago las de la habitación. Yo duermo con mi hermana en la contigua, solo separados por una cortina en medio para darle privacidad, pues ya tiene trece años, los mismos que tendría o tiene Daniel, su mellizo. Mamá se lo llevó a él, pues siempre fue su hijo preferido, a mí me tuvo demasiado joven, por lo que nuestra relación no fue de madre e hijo como tal.




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