¿qué es el amor?

CAPÍTULO 10: CERCA DE TI

Derek

Me prometí ser fuerte, mostrarme como alguien con carácter, pero me quebré al verlos y sentirlos en mis brazos.

¿Cómo puede ser que ames tanto a unos pequeños seres que recién conoces? Pues esto me acaba de pasar a mí. Tal y como ocurrió con Keira, es amor a primera vista, pero esto es distinto, un vínculo que no se va a poder romper jamás. 

—Papi —solloza la pequeña Isabella, que tiene los ojos de su madre. 

— ¿Si nos quieres? —pregunta Liam. Yo apenas logro asentir y vuelvo a apretarlos contra mi pecho. 

—Papá los ama, ya se los dije —contesta Keira por mí. Su voz tiembla, al parecer también llora. 

—Mamá tiene razón, yo los amo. —Sonrío entre lágrimas. Me siento como una nenita sensible, pero ¿ya qué? Esta emoción que me embarga no la puedo contener. 

Mis hijos, mis hijos con Keira, la mujer de mi vida. ¿Cómo no llorar ante algo así?

Una vez que se pasa el momento emocional, mis hijos corren hacia el comedor y traen unos dibujos que me hicieron. En su mayoría son garabatos, dado que aún son pequeños, pero me terminan encantando y sonrío como un idiota. 

—Los voy a poner en un cuadro y los colgaré en la pared de la oficina, ¿qué les parece? —cuestiono.

— ¡Sí! —grita mi hija. 

— ¿Podemos conocer tu oficina? —pregunta Liam. 

—Por supuesto, solo si tu mamá lo permite. —Volteo a ver a Keira y esta tiene todo el cuerpo tenso—. Y claro, si lo permite tu…

—Lo voy a pensar, Derek —me interrumpe cruzada de brazos.

Mis hijos le hablan en español a su madre. No entiendo demasiado, pero noto que le piden permiso. Keira les responde y luego me mira. No tengo ni idea de que está pensando, su mirada ha cambiado tanto en este tiempo. Me aterra ya no conocer a mi amor. 

Ahora, más que nunca, quiero y necesito recuperarla. 

—Buenas tardes, señor Bristol —saluda la abuela de mi Keira. 

—Mamá Brisa —digo con cariño, aunque me abstengo de ir a abrazarla, pues su gesto adusto me indica que no es buena idea—. Perdón, señora Brisa. 

—Así está mejor —dice antes de retirarse a la cocina.  

Mis hijos me dicen en ese momento que quieren mostrarme otra cosa, por lo que se pierden en una de las habitaciones. 

Yo me vuelvo a levantar y me acerco a Keira, quien retrocede.

—Gracias por dejarme verlos —le digo contento y sin avanzar más. 

—Son tus hijos, tienes… derecho.

—Tengo que darles mi apellido.

—Primero convive con ellos —gruñe—. Mira, no sé qué fue lo que pasó, pero entenderás que desconfíe. Tu secretaria, Georgina, me dijo que no querías saber nada de mí.

— ¿Georgina te dijo eso? —pregunto horrorizado—. Eso no es verdad, Keira. Yo habría matado por saber de ti, de nuestros hijos.

—Ahora lo sé.

—Tengo que aclarar esta situación. Ella ya no labora conmigo, pero la buscaré.

—No es nece…

—Sí lo es —refuto—. Por su culpa me perdí los primeros años de vida de mis hijos. ¿No querrías aclarar las cosas de estar en mi lugar?

—No puedo ponerme en tu lugar, yo nunca te habría traicionado.

Trago grueso. Ese ha sido un duro golpe. Keira parece darse cuenta de su agresividad y se relaja.

—Lo siento, Derek. A partir de ahora, no volveré a reprocharte lo que ya pasó. No tiene caso.

—Eso significa que aún me amas —susurro.

—No, eso significa que quiero llevar la fiesta en paz.

—Dime que no le has puesto el apellido de ese mecánico a nuestros hijos —ruego asustado. Ella me mira indignada.

—No le digas mecánico como si fuese un insulto.

—Pues es un insulto que estés casada con él, cuando tú eres una actriz de prestigio.

—O sea, ¿yo no estaba a tu altura? Te recuerdo que yo no era nadie cuando comenzamos.

—Eso es diferente, mi ángel.

—No lo es, claro que no lo es. Y te prohíbo que vuelvas a hablar mal de Ernest, no te lo permitiré. Él es una persona responsable, trabajadora, respetuosa, es todo lo que quiero.

Estoy consciente de que ella está casada con ese imbécil, pero me descoloca y me duele ver esa ferocidad en sus ojos para defenderlo. ¿De verdad lo ama? Esa manera entusiasta en que correspondió al beso y pareció olvidarse de mi presencia, indican que sí, pero algo en mi interior me grita que no me lo crea, que algo no cuadra.

—Bien, es mejor que nos tranquilicemos —murmuro al ver a mis hijos venir hacia mí.

—En eso estoy de acuerdo, Derek —masculla y se marcha a la cocina junto a su abuela. Mi vista se enfoca ahora en mis pequeños angelitos, quienes esperan ansiosos mi reacción ante sus álbumes de fotos.

Vuelvo a pasar saliva para deshacer el nudo en la garganta.




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