¡qué familia de mierda!

Capítulo 2: Favores (3)

...

Una vez todos hubieron almorzado, Dolores se retiró junto a su hijo.

—Nosotros tenemos que ir hasta la parroquia, Zarita, ¿podes mirar a los chicos un ratito? Tengo que hablar con el padrecito a ver si nos deja hacerle el servicio ahí, acá no va hay espacio para nada. —Le comunicó antes de partir.

Zara asintió y otra vez estuvo cubierta por todas las miradas. Después, cuando ya se habían quedado solos, ellos y su tía, Kevin, que ya lo sabía muy bien, se acercó más a ella para hacerle la consulta que lo tenía más ansioso.

—¿Y a mí? ¿Me trajiste algo a mí, tía?

Ella lo observó, simulando una sonrisa.

—Como si ya no lo supieras, pillo —dijo cuando abría su bolso otra vez y buscaba el regalo de Kevin.

Él, nervioso, se acomodó, parándose derecho a un lado de la silla de su tía.

»Toma. —Le ofreció, sosteniendo una tarjeta telefónica entre sus dedos. Después, cuando él quiso agarrarla, ella la bajó y le explicó la razón—. Te la voy a dar, pero no quiero que me revises más el bolso. Sabes que eso no me gusta nada. Es de muy mala educación hurgar entre cosas ajenas.

»Perdón, tía. —Kevin bajó su cabeza, en apariencia apenado—. No lo voy a volver a hacer.

—Bueno, toma —volvió a decirle ella, esta vez para entregarle su regalo.

—¡Gracias!

Kevin le dio un abrazo y un beso y después casi salió despedido de la cocina. Yendo a buscar a toda prisa el teléfono que su tío Federico le había regalado a su madre para ‘estar comunicados’, pero que al final, era Kevin quien más lo usaba.

Las más pequeñas, sin perder tiempo, rodearon a Zara.

—¿Y nosotras, tía Zara, te acordaste de nosotras?

—¡Pero por supuesto! —exclamó ella—. ¿Cómo no me voy a acordar de hermosuras como ustedes?

Las niñas se miraron entre ellas y sonrieron, Candela inmediatamente se llevó las manos al mentón, justo como si estuviera posando.

»Bueno, a ver... —prosiguió Zara, buscando los regalos—. Para vos te traje esta Barbie, ¿te gusta, Dulce?

—¡Me encanta! —dijo la niña cuando se la arrancaba de la mano y volvía a una silla para ponerse a jugar.

—¿Y yo, yo tía? —cuestionó Candela.

—Según tengo entendido a vos te siguen encantando los peluches, ¿no? —Zara miró con una sonrisa como Candela asentía y daba pequeños saltitos—. Bueno, te traje este de Mini.

Ella agarró el peluche y salió corriendo, directo a la habitación que compartía con sus hermanos y que sobre una esquina, encima de la cama en la que ella dormía junto a Dulce, tenía una repisa con todos los regalos de la tía Zara. Sin perder tiempo y con algo de dificultad, lo acomodó ahí junto a los otros y después volvió a la cocina. La pequeña era muy cuidadosa con sus juguetes y no dejaba que nadie los tocara. Jamás.

Cuando estuvo en el pasillo, Candela vio a Kevin saliendo del baño y le pidió la mano para caminar de vuelta ante la reunión. Él accedió, pero sin dejar de mirar ni escribir en el celular.

Ya con todos sentados de nuevo alrededor de la mesa, el silencio volvió. Kevin y Dulce estaban en su mundo mientras Mariana y Candela miraban a Zara. Y fue entonces que Mariana suspiró y acercó su mano a la mesa, sus uñas casi la tocaban cuando Zara se lo impidió.

—No —pidió—, por favor no empieces con eso que me pone mal. ¿Por qué mejor no lees el libro que te traje?

—¿Para qué? —cuestionó la mayor.

—¿Eh? Porque es una muy buena historia, eso me dijo la vendedora. Una chica muy amable, blanquita y de ojos claros, como vos.

—Te mintió, tía —sentenció Mariana.

—Te vieron la cara de estúpida —aportó Kevin.

—¡Ay, no! ¿Por qué dicen eso, para qué me va a mentir una chica tan bonita y educada?  —Zara mostró los dientes, algo contrariada aunque para nada de una manera agresiva.

—Para que le sigas comprando ahí.

—Dah... —Volvió a comentar Kevin.

»Mirá, tía. Te agradezco el regalo, pero ya me cansé de leer la misma historia del chico malo en diferentes profesiones o siendo millonario porque sí. Ya estoy grande para creer en esas estupideces y pobre de las que se las crea.

Kevin bajó el teléfono y miró a su hermana: —¿Cómo la rompecabezas?

Ambos compartieron una mirada y sonrisa cómplice.

—¿La rompecabezas, por qué le dicen así? ¿Es una mujer muy complicada?

—No, no lo decimos por eso. Es una estúpida que se metió con un tranza del barrio, pensó que lo iba a cambiar con el poder del amor.

—No, mi ciela —dijo Kevin, levantando su dedo índice al tiempo que negaba y acompañaba el movimiento con su pecho y cabeza, imitando la actitud de una mujer afroamericana.

—Pobrecita... —Zara se tocó el mentón, apenada, pero igualmente curiosa—. Pero, ¿qué pasó?

Dulce, que seguía en sus juegos, pero no le perdía pisada a la conversación, levantó su muñeca e hizo fuerza hasta que separó el brazo derecho del torso. Justo frente a los ojos de Zara.

—La encontraron por partes en bolsas de resudos negras —comentó Dulce con total naturalidad.

—Residuos, boba —corrigió Mariana.

Los tres rieron mientras Candela y Zara los miraban, esta última, horrorizada.

—¡Ay, Dios, no! —Zara no podía creer lo que escuchaba, pero de todos modos, su curiosidad solo iba en aumento—. ¿Y al asesino, qué le hicieron?

—¿Eh? ¿Cómo que le hicieron? —Mariana levantó una sola ceja, dejando claro que no entendía por qué le hacía esa pregunta.

—Claro, me imagino que está preso o algo, ¿no?

—Ah... No, ahí anda, si alguna vez lo cruzamos por el barrio, te hago señas, disimuladamente claro, para que veas quién es.

Zara mantuvo la mirada sobre ellos, boquiabierta, absolutamente incrédula, pero ellos estaban en completa calma.

»Dicen que él es amigo o algo tiene que ver con Martínez, el comisario, pero es lo que se escucha no más. Tampoco vas a andar preguntando de más —explicó Mariana.

Brenda, que se había quedado muy quieta y callada en su lugar, esperando su turno y, como ese parecía uno que nunca iba llegar, ya no pudo aguantarse más.



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En el texto hay: pobreza nobleza familia

Editado: 31.05.2023

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