¡qué familia de mierda!

Capítulo 6: En paz (1)

La mañana del Miércoles, Dolores despertó con temor. Afuera escuchó pasos y algunos ruidos más que no pudo identificar. Ella tenía claro que no podía ser un ladrón. Más que algo que robarle, de ser un ladrón el hombre sentiría tanta pena que le dejaría una limosna.

La mujer dejó su vieja cama matrimonial tratando de minimizar las quejas de la misma y se acercó a la ventana. Toda la protección que la separada del exterior llevaba más de un año rota. Su cerrojo había quedado en el intento de ser reparado por Julián y por no conseguirlo —dejándolo todavía peor de lo que ya estaba—, con el tiempo todos se olvidaron de aquel detalle. En cuanto a ella prefirió ya no mencionarlo nunca más. Con una barrilla de madera en medio la ventana se mantenía cerrada, pero esa solución también tenía sus contras. A causa de dicha barilla los vidrios no podían cerrarse y cuando llegaba el invierno la habitación se mantenía especialmente helada.

Dolores respiró hondo y pendiente de más ruidos que quería evitar quitó el cerrojo improvisado. Luego, armándose de valor abrió un poco la persiana para ver qué estaba sucediendo. El alba apenas se asomaba dándole a todo la misma iluminación celeste de una noche con luna llena.

Con lo que había sucedido el día anterior la abuela tenía muy claro que había abierto dos frentes de batalla a la vez y que eso que estaba sucediendo afuera podía ser un contraataque.

Al ver de lo que se trataba, Dolores sintió tristeza imaginando lo que sucedería con ese desdichado ser, pero se mantuvo en silencio sin evitarlo. Rosa estaba en su patio desatando a Brisa para llevársela con ella.

«Ojo por ojo», pensó Dolores y se cubrió la boca cuando el animal volteó a verla.

Brisa era una perra callejera que las más pequeñas trajeron a casa de vuelta hacía poco más de un año. La abuela de principio se opuso ya que desde luego no quería un problema más, pero después de llantos, súplicas y promesas que hablaban de hacerse responsable de la perra, cedió. Algo que todos no tardaron en olvidar y por lo que Brisa fue confinada al patio trasero, con una pequeña cuerda que apenas le permitía caminar para estirar sus patas. Afortunadamente para el animal, Brisa no era cruza de perros de gran tamaño por lo que la parte baja de la pileta de lavar la ropa le servía como refugio de tormentas y resguardo en general.

Ahora ese pobre animal que a duras penas había sobrevivido de las sobras que casi nunca quedaban y por lo cual no era más que costillas marcadas y un rabo casi sin pelo, estaba siendo llevada al peor de los destinos o, quizás, a una muestra de piedad que finalmente la iba a liberar de aquella condena.

Dolores cerró la persiana dejando un momento apoyada su mano encima. Pronto los niños volverían al colegio así que ninguno de ellos debía saber lo que podría suceder. Al final, la única preocupación de la abuela resultó ser que si la vecina iba a acabar con la vida de Brisa y luego dejaría su cuerpo frente a la casa, lo hiciera mientras los niños no estuvieran allí. De ese modo, Dolores podría deshacerse de todo e inventar una excusa para la ausencia de la mascota. Aunque pensándolo mejor, la abuela concluyó que eso quizás ni sería necesario. Ella no podía recordar la última vez que alguno de ellos había preguntado por Brisa.

Dolores volvió a la cama para sentarse a la orilla y encendió la luz. Su pequeño reloj despertador redondo con finas patas ya no sonaba, pero ella llevaba muchos años sin poder dormir un minuto después de las siete de la mañana. Sin embargo, el aparato seguía marcando correctamente la hora por lo que cumplía con su propósito a medias. Apenas algunos minutos pasaban de las seis de la mañana. La abuela pensó bastante en eso, tal vez la herida había sido tan profunda que el deseo de venganza ni siquiera le había permitido conciliar el sueño a Rosa.

—Espero que tengas un poquito de piedad y ubicación, no pido más —dijo con amargura.

Después, respirando hondo, Dolores volvió a su rutina y abrió el cajón de su mesa de noche. Dentro podían verse algunos analgésicos, una bolsa con pan aplastado que había sobrado del día anterior y serviría para el desayuno de los nietos. Esa era una de las habilidades nuevas que había adquirido la abuela; sus hijos no le habían dado problemas, con el miedo era suficiente para mantenerlos a raya, pero eso ya no funcionó con los nietos. Ella sabía que si dejaba eso en la cocina y como ya había sucedido varias veces, en la madrugada el hambre levantaría a alguno de los niños para hacerlo ir a la cocina en una búsqueda que en la mañana siguiente acabaría en lamentos. Un dolor de cabeza extra. Más allá del pan unos pocos billetes de baja denominación estaban doblados con algunas monedas arriba. Allí estaba el verdadero interés de la abuela; ya llevaban cuatro días sin pedir fiado, pero como siempre, otra vez le había sido imposible llegar al sábado, día en que Federico por medio de maniobras de ocultamiento le volvería a dar otra ayuda económica. Desde luego, lejos de la vista de Zara. Algo que Zara, sin ser ninguna tonta, tenía muy claro. La esposa sabía por qué él insistía en tener breves conversaciones privadas con su madre, pero lo dejaba pasar. Para Zara, que veía a su suegra como una mujer voraz sin fondo, podía vivir con la certeza de que ellos la consideraban tan estúpida como para no darse cuenta. Mientras ellos siguieran haciendo esas cosas a sus espaldas, el respeto y la aceptación de la verdadera persona que tenía el sartén por el mango era evidente. Sin desafíos expuestos nada tenía que cambiar.

»¿Qué le viste, mijito? Esa mujer es demasiado egoísta —murmuró Dolores.

Dolida por los frenos que le ponía Zara, resultaba lógico que la abuela no la quisiera. La misma nuera había sido testigo del hambre en todas esas personas cuando en un principio se mostró generosa con ellos en busca de construir una buena relación con ellos, pero sin obtener nada más que la seguridad de ser objeto de abuso. Hora de cerrar el grifo. Y así fue que sucedió, poco a poco Zara fue quitándoles favores económicos hasta que aparecieron las conversaciones privadas. Un equilibrio siendo que la misma Zara manejaba las cuentas bancarias mutuas, tanto personales como de sus respectivos negocios. Federico, visita tras visita fue haciendo retiros de dinero más pequeños hasta que Zara dejó de consultar por esos faltantes. En un pacto silencioso, ella comenzó a fingir que no lo notaba cuando la cantidad le pareció correcta y él ya no retiró ni un peso más en las próximas veces.



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En el texto hay: pobreza nobleza familia

Editado: 31.05.2023

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