¡qué familia de mierda!

Capítulo 12: Justicia divina (2)

...

Para cuando Dolores regresó a casa, los hombres ya daban las tareas por concluidas. Omar se subía al auto de Zara y Federico y Jesús guardaba sus herramientas en la parte trasera de su camioneta, estacionada detrás del auto de los Herrera, y que, impunemente, pertenecía a la empresa prestadora del servicio. Mismo servicio que no había sido solicitado ni aprobado y por ende se entiende que dicha conexión se trataba de un favor, uno ilegal como el método utilizado para el servicio que los Tobares recibirían de manera ‘gratuita’.

—¿Tan rápido terminaron, Zarita? —consultó Dolores observando la situación.

—Sí, Dolores, ya los chicos van a poder ver tele. Lo único hay que decirle a las más chiquitas que no se vayan a colgar porque está puesto con un soporte y aguanta el peso del televisor no más.

—Sí, yo les digo —aceptó Dolores cuando también asentía y juntaba sus manos, un tanto penosa—. ¿Te vas a quedar a tomar unos mates? Digo, en agradecimiento.

—Encantada, Dolores, pero en otro momento. No les avisé que venía y ya se deben haber dado cuenta que no estoy. —Zara sacó su teléfono y le enseñó la pantalla con las varias llamadas perdidas de Federico—. Parece que se están poniendo un poquito impacientes. Mejor me voy.

Dolores no respondió con palabras, ella asintió y luego se hizo a un lado, liberando el paso.

Zara, que ya caminaba rumbo a su vehículo, se detuvo y giró: »Si la llama a su teléfono no le diga que vine ni para qué. Es una sorpresa para los chicos.

—Y... —Dolores se pasó la mano por el mentón dejando sus dedos correr hasta que estuvieron estirados—. Aunque le quisiera decir yo no sé ni cómo se atiende esa cosa del diablo.

La nuera sonrió y siguió su camino, misma acción que imitó Dolores, pero se quedó observando por la ventana de la puerta principal. Zara había llamado a Jesús y la abuela no quería perderse la razón.

Una vez el hombre estuvo a su lado, Zara abrió la puerta de su coche y sacó su bolso, desde dentro sacó uno más pequeño y de ese billetes que empezó a contar. Jesús se resistió diciendo que eso no era necesario, el hombre mencionó que era un favor para su amigo Federico, pero ella insistió y él, fingiendo estar más que apenado, recibió el dinero para luego retirarse.

—Y, sí... Así funciona todo en este país —concluyó Dolores cuando se alejaba de la puerta para dirigirse al baño.

Afuera, Zara empezó a escuchar un llamado, un silbido que no era y solo se quedaba en un apagado chillido. Uno que evolucionó hasta volverse un llamado.

—Shhh... Shhh... Señora —decía la voz femenina.

Zara volteaba buscando el origen de aquel llamado, pero no veía nada hasta que desde detrás del poste de alumbrado público en la esquina de la casa de Rosa, ella vio una mano alzarse y una cabeza de cabellera rubia y larga asomarse.

»Sí, acá, señora —insistió la mujer—, venga, venga —pidió con un gesto repetido de su mano.

Zara volvió a mirar la puerta principal de los Tobares, pero no había nadie ahí.

—¡Mierda, me quemé! —gritó Matilde desde su ventana.

La vecina no se había querido perder detalle de lo que estaba sucediendo en la casa del lado, pero temerosa de las posibles consecuencias si Dolores la descubría espiando, ella había estado a cubierto en la ventana más cercana a la acción según el momento. En ese momento, Matilde se encontraba en la ventana que daba a la calle y tomando un mate, mismo que se le cayó cuando se acercó demasiado al vidrio tratando de ver quién llamaba a la nuera.

Entonces, con un impulso eléctrico repentino, Matilde recordó que ella acababa de gritar, revelando su posición por lo que levantó la vista olvidándose de su dolor. La nuera la había visto, pero no le dio importancia. Con una sonrisa por lo que le había pasado a la vecina, Zara se alejó en dirección a la otra mujer.

—¿Sí, qué necesita, señora? —consultó mirando a la mujer de pies a cabeza.

Zara no tuvo difícil darse cuenta que si bien esa mujer no tenía un aspecto pobre, tampoco era de su misma clase.

—Usted es la mujer del hijo de Dolores, ¿no? —

—Ay, señora, me hace perder tiempo. ¿Por qué no va al punto de una vez? —Zara se centró en su cartera, todavía entre sus manos y al abrirla volvió a mirar a María—. ¿Cuánto le debe Dolores?

—¡No, no! —María con un ademán de su mano descendente que no buscaba dinero—. No es por plata. Necesito hablar con su marido. Hay algo que me parece él va a querer saber porque no sé si sea, pero me parece que sí podría ser urgente.

Ambas se distrajeron un momento por el ruido de pasos en su dirección, Matilde iba en camino, pero se detuvo a unos cuantos metros, sobre la entrada a la casa de Rosa y golpeó las manos llamando a su vecina.

»Me podría dar su número así yo lo llamo y le cuento —insistió María—. Créame que es importante o no la molestaría.

Zara asintió y de mala gana escribió el número de Federico para luego entregarle el papel a María. Ya habría tiempo para preguntarle después a él por qué tanto interés de aquella mujer.

—Lo único que le pido prudencia, no llame muy tarde que nosotros nos dormimos temprano.

Zara ni siquiera esperó una respuesta, cerró su bolso de mano, se dirigió a su coche ante la atenta mirada de ambas mujeres y arrancó para alejarse del lugar.

—Nada presumida la nuerita de Dolores —comentó María ante la mirada insistente de Matilde—, pero, ¿qué pasó? —cuestionó al ver que la mujer tenía lágrimas en los ojos.

—Algo horrible, Mary. Todavía no lo puedo creer. —Matilde se distrajo al escuchar que la puerta de Rosa se abría.

—Matilde, ¿cómo estás? —Rosa salió de su casa con dificultad y se acercó a la puerta de rejas—. ¿Pasó algo? —insiatió notando en Matilde la misma angustia que vio María.

—Una desgracia, Rosa. No salgo del estado de shock, mira lo que te digo.

María, escuchando tamaña declaración, se acercó a Matilde para frotarle la espalda, ‘tratando de contenerla’.



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En el texto hay: pobreza nobleza familia

Editado: 31.05.2023

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