Quédate conmigo

Capítulo 8

Zaid

Masajeo mis sienes para relajar la vista. Llevo demasiado tiempo sentado frente a la computadora trabajando con el AutoCAD y mis hombros están tensos por causa de eso.

Me pongo de pie, me sirvo un vaso de jugo en la cocina y agudizo el oído.

La casa está muy silenciosa y es raro. Anika salió a dar una vuelta con Emily para relajarse y calmar los llantos de la niña, pero ya volvieron, o eso creo.

Dejo el vaso vacío en el lavamanos y me dirijo a la habitación de Anika. No estoy controlando sus pasos, solo se me hace raro no verla revoloteando a mi alrededor; es un torbellino.

Lo que más me sorprende es que siempre está sonriendo, cantando y bailando, parece que no deja que nada la afecte, excepto yo; ya sé que soy el causante del fin de su paciencia.

He mantenido las distancias desde hace dos noches, después de que le espantara el acosador del trabajo y del casi beso que no sucedió.

Lo peor de todo es que deseaba besarla, aún lo deseo y eso me desconcierta. Sé que ella deseó besarme, mas no lo hizo y tal vez sea a mi rechazo de años atrás.

No puedo pensar en Anika de ninguna forma, ni sexual ni romántica, porque ella y yo no somos compatibles. Tenemos una responsabilidad que compartir, luego me iré y no volveremos a vernos.

El sexo complica todo, aunque algunos digan que no, y lo último que deseo es complicar nuestra situación, mucho menos cuando vivimos juntos y nos vemos todos los días.

A Anika le gusta cocinar y lo hace bien, sin embargo me he sentido poco útil y tomé la decisión de preparar el desayuno mientras ella alimenta a Emily. El almuerzo cada quien se las arregla y Anika se encarga de la cena, pues ahí es más de lo que puedo manejar. No estoy acostumbrado a cocinar y ella no está acostumbrada a pedir comida. Al menos nos adaptamos y el acuerdo no es malo.

Anika no ha vuelto a tirar comentarios déspotas hacia mí, lo que indica que no le caigo tan mal como pensé o se contiene por Emily, apuesto que es la segunda opción. Yo he tratado de no decirle nada.

Apenas conversamos, la mayor parte del tiempo ella habla y yo escucho y no parece importarle si opino o no, suele responderse ella misma las preguntas que hago.

Me he dado cuenta de que varias veces ha querido decir o preguntar algo y al final decidió no hacerlo. Lo he notado y me contuve para no indagar porque no sé si quiero saber.

Golpeo la puerta con suavidad, la cual se abre y dudo si asomarme o no hasta que lo hago.

—Anika…

No obtengo respuesta, entro casi al completo y, cuando me estoy por dar la vuelta y regresar a la sala, escucho el balbuceo infantil proveniente de la cuna blanca.

Trago saliva y me arrimo a la cuna, donde Emily está dormida boca arriba con los brazos y las piernas estiradas. Hace unos sonidos raros parecidos a ronquidos y no puedo evitar reír.

Se ve tan relajada y calmada que casi siento celos de que pueda estar de esa forma. Yo no recuerdo lo que estar relajado, mi mente no descansa nunca y tengo suerte si duermo más de cinco horas.

Acerco mi mano a su regordeta mejilla y la acaricio con suavidad, ella ni se mueve. Es tan linda y tierna que no puedo creer que su padre no quisiera conocerla. Siento tristeza al saber que mi hermana no disfrutará de sus primeras palabras, primeros pasos y no la verá crecer.

¿Por qué todo tuvo que ser difícil? ¿Todo habría sido distinto si Safira y yo nos hubiéramos apoyado en lugar de tomar caminos separados? No dejo de hacerme esa última pregunta en mi cabeza.

Emily mueve la mano y mi dedo se ve apretado en su diminuta mano. No puedo evitar dejar caer unas lágrimas ante ese gesto.

—No debería encariñarme contigo—musito— y no puedo evitarlo.

Tal vez no sea correcto mantener las distancias con ella, después de todo es inocente y no merece ser rechazada por mí.

Cometí tantos errores con Safira y no quiero cometerlos con Emily. Quizás ella es mi segunda oportunidad.

—Voy a protegerte, Emi.

Me sobresalto con un grito proveniente del baño, quito mi dedo con delicadeza y corro en busca del escándalo. Abro la puerta sin golpear encontrando a Anika envuelta en una toalla sobre el inodoro.

—¡Mátala! ¡Mátala! —grita.

Miro a todos lados sin entender.

—¿Qué mate qué?

—La araña—me señala una parte de la pared donde hay una enorme araña de color negra y patas enormes—. No me gustan.

Me quito la ojota y me aproximo despacio al mismo tiempo que la voz de Anika me detiene.

—¡¿Qué?! —exclamo.

—No la mates, no se merece morir porque le tenga miedo, mejor sácala por la ventana.

La miro sin dar crédito a lo que escucho.

—¿De verdad?

—¡Sí! ¡Rápido, va a huir!

Me quito la remera, envuelvo la araña con cuidado y la suelto en el exterior. 




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