Quédate conmigo

Capítulo 5: Aleksander

El turno de hoy ha sido un caos absoluto. Dos intervenciones quirúrgicas consecutivas, un par de emergencias en cuidados intensivos, un caso complicado en maternidad y horas revisando la distribución de medicamentos en el ala pediátrica. Apenas he tenido un momento para respirar, mucho menos para pensar en otra cosa.

Adelaine.

No he pasado a verla. Ni un minuto. Apenas me alcanzó el tiempo para preguntarle a la enfermera de turno cómo seguía. Me dijo que estaba estable, que había tenido algunos episodios de agitación, pero que respondía dentro de lo esperado para su situación. Por lo menos, eso me tranquiliza, aunque no lo suficiente.

Dejo caer mi cuerpo en la silla de la sala de descanso, soltando un largo suspiro. Mi teléfono vibra sobre la mesa. Es Alessia, mi hermana.

—¿Cuándo piensas volver a casa? —su voz tiene ese tono mezcla de preocupación y exasperación que solo ella sabe usar conmigo—. Llevas dos noches fuera.

Me paso una mano por la cara, cansado.

—He estado bajo mucho estrés. Necesito desestresarme.

—¿Coger? —pregunta sin rodeos, con esa falta de filtro que siempre me deja perplejo.

—¡Dios! —exclamo, llevándome una mano a la frente—. Hermana, ¿puedes olvidar eso, por favor?

—¿Qué tiene? Es una manera completamente válida de relajarse. Libera endorfinas, reduce el estrés, incluso mejora el sueño. Lo leí en un artículo científico.

—¡Basta! No quiero hablar de eso contigo.

—Solo digo que no te vendría mal —continúa, ignorándome por completo—. Además, estás muy tenso últimamente.

—Voy a casa mañana, ¿vale? Ahora cuídate.

Corto la llamada antes de que siga con su monólogo de "remedios naturales para el estrés". Me quedo mirando el teléfono, dejando que el silencio de la sala de descanso me envuelva por un momento.

Necesito desestresarme, sí, pero lo último que quiero es que mi hermana tenga razón. Me masajeo la frente, tratando de liberar la tensión acumulada. Mi mente, inevitablemente, vuelve a Adelaine.

Decido que necesito verla, aunque sea por unos minutos. Me levanto y camino por el pasillo, pasando junto a otros médicos y enfermeras que van de un lado a otro. El hospital nunca duerme, y en días como hoy, parece que yo tampoco.

El silencio de la habitación apenas se rompe por el leve pitido del monitor cardíaco. Adelaine está recostada, con las sábanas recogidas hasta la cintura y una expresión que mezcla cansancio y curiosidad. Veo cómo mueve sus manos, girando las muñecas con lentitud, como si las estuviera descubriendo de nuevo. Ha sido increíble su avance en los últimos días: ahora reconoce a sus padres y a su hermano, y aunque aún tiene lagunas en su memoria, ya recuerda fragmentos de su vida.

Me acerco despacio, observándola mientras toma nota de cada pequeño movimiento que logra hacer.

—Hola, Adelaine. ¿Cómo estás?

Ella alza la mirada, esos ojos celestes que parecen cielo despejado se clavan en los míos. Por un momento, siento que el aire se espesa.

—Siento pesadez —responde con un ligero mohín, que borra casi de inmediato como si no quisiera mostrarse débil.

—Es completamente normal —le explico, mi tono profesional aflorando automáticamente—. Estuviste en un estado de sedación profunda durante varios días, y tu cuerpo está despertando lentamente. El cerebro necesita tiempo para reconectarse completamente, además de que tus músculos están recuperando fuerza después de tanto tiempo sin actividad. Los golpes también han contribuido a esa sensación, junto con los efectos de los medicamentos. Pero con el tiempo, irás mejorando.

Adelaine asiente despacio, aceptando la explicación.

—¿Cuánto tiempo me quedaré aquí?

—Probablemente una semana más —respondo, tratando de ser honesto—. Queremos monitorear tu cerebro y asegurarnos de que no haya complicaciones.

—Es mucho tiempo… pero sé que no tengo alternativa.

—Exacto. —No puedo evitar agregar para mí mismo: Y no permitiría que te fueras antes de tiempo.

—¿Qué harás al salir de aquí? —pregunto, intentando cambiar el tema a algo más ligero, pero también queriendo saber en qué está pensando.

Ella se queda en silencio unos segundos, como si meditara la respuesta.

—Ir a casa, supongo —dice, pero luego su mirada se ilumina un poco, y ladea la cabeza hacia mí—. Aunque quiero ir a la playa. He estado soñando con eso últimamente.

—¿Te gusta la playa? —pregunto, intrigado.

—Sí. Me encanta, aunque no lo parezca por mi piel pálida. Me gusta cuando la arena quema los pies, y corres hacia el agua como si no pudieras soportarlo más… así deberíamos vivir.

Sus palabras me desarman por completo. Hay algo en la manera en que habla, en cómo sus ojos se llenan de un brillo especial mientras describe algo tan simple, que me hace tragar con dificultad.

—Esa sensación no es tan mágica como la describes —le digo, riendo un poco—. ¿Sabes? Te quemas toda la planta del pie y, aun cuando llegas al agua, sigue escociendo.

—Sí, pero eso es lo que lo hace divertido —responde con un leve encogimiento de hombros, una sonrisa tan auténtica que me hace negar con la cabeza.

Sigue siendo ella.

—Les pregunté a mis padres si había alguien más a quien debería recordar —dice de repente, cambiando completamente de tema.

Mi corazón se acelera, pero mantengo la compostura.

—¿Y qué te dijeron?

—Que posiblemente sí… pero que no quieren hacer un lío con eso —frunce el ceño, pensativa—. No sé si tengo un novio. Aunque, si tuviera uno, ¿no debería estar aquí?

Sus palabras son como un puñetazo directo al estómago. Claro que ha pasado mucho tiempo desde que estuvimos juntos, y sería iluso pensar que su vida se detuvo como la mía lo hizo durante meses tras su partida. Pero imaginarla con alguien más… No debería doler tanto, pero lo hace.

—No lo sé —respondo con neutralidad, luchando por mantener mi rostro relajado mientras mi mente navega por un mar de emociones.



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En el texto hay: decisiones, reencuentros, amor

Editado: 17.01.2025

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