Quédate conmigo

Capítulo 6: Adeline

El reloj parece marcar un compás eterno, lento y monótono. Cada día trae consigo una rutina casi invariable, pero lo que rompe esa monotonía es su presencia. Aleksander.

Cada mañana lo veo entrar con esa seguridad que parece innata, el peso del mundo equilibrado perfectamente sobre sus hombros. Su bata blanca, impecable, ondea ligeramente mientras cruza la habitación con pasos medidos, y su voz, grave y firme, llena el espacio sin esfuerzo, envolviendo todo como una caricia sutil.

Por las noches, cuando las luces se apagan y el murmullo del hospital se atenúa, escucho su nombre flotando en el aire. Las enfermeras, a menudo desprevenidas, lo mencionan con admiración apenas disimulada. Hablan de su profesionalismo, su talento, incluso de lo atractivo que es. Lo describen como un trofeo inalcanzable, un hombre que parece esculpido para ser admirado.

Solo él.

Aleksander.

Sé quién es desde el momento en que lo vi cruzar esa puerta por primera vez. No fue necesario ningún esfuerzo por parte de mi memoria para reconocerlo. Su rostro, maduro y refinado, sigue siendo una versión ampliada de aquel que solía mirar con devoción años atrás. La primera persona que reconocí, incluso antes que a mis propios padres o a mi hermano, fue él.

El médico que ahora parece tener todo bajo control. Irónicamente, el hombre que, con una sola mirada, me hace sentir fuera de control.

Llevo días fingiendo que no lo recuerdo, escondiéndome tras la cortina de mi amnesia. Me aferro a esa excusa como si fuera un escudo, permitiéndome observarlo sin que sepa lo mucho que su presencia me remueve. Porque la verdad es que su rostro me golpeó como un viento frío en una tormenta inesperada.

Hoy lo veo entrar nuevamente. No está solo; una enfermera lo acompaña, pero él ocupa todo mi campo de visión. Su mirada recorre la habitación antes de detenerse en la mía. Es un instante fugaz, pero suficiente para hacerme estremecer.

—Buenos días, Adeline. —Su voz, siempre tan controlada, se siente como un eco en mi pecho.

—Buenos días, doctor Aleksander. —Pronuncio su nombre con cuidado, saboreando cada sílaba. Quiero provocar algo en él, arrancar algún indicio de que también me recuerda. Pero su expresión permanece serena, imperturbable.

Se acerca, revisando los monitores con atención. Cada movimiento suyo es preciso, meticuloso, como si todo estuviera planeado al milímetro.

—¿Cómo te sientes hoy? —pregunta, sin apartar la mirada de los datos frente a él.

—Mejor. Menos pesadez en el cuerpo, aunque todavía siento que podría dormir todo el día.

—Eso es normal. —Deja el expediente a un lado y se inclina hacia mí, ajustando la posición de mi brazo con una delicadeza que casi me hace olvidar que es parte de su trabajo—. Esa sensación de cansancio irá disminuyendo con el tiempo, pero necesitas paciencia.

—¿Paciencia? —Dejo escapar una risa breve, casi amarga—. No es mi mejor cualidad, doctor.

Levanta la mirada, y sus ojos, oscuros como la noche, se encuentran con los míos. Algo parpadea en ellos, una chispa que desaparece tan rápido como aparece.

—Lo sé. —Su respuesta es rápida, casi como si hubiera estado esperando mi comentario.

El ambiente cambia en un instante. Es palpable, como un hilo tenso entre nosotros. Pero antes de que pueda descifrarlo, la enfermera carraspea desde su posición cerca de la puerta. Aleksander se endereza, la profesionalidad regresando a él como una máscara bien colocada.

—Hoy realizaremos algunas pruebas para evaluar tu progreso. Es importante monitorear cómo responde tu cuerpo y asegurarnos de que no haya complicaciones.

—¿Qué tipo de pruebas? —pregunto, tratando de llenar el vacío que dejó la interrupción.

—Nada complicado. Una tomografía para evaluar la actividad cerebral y algunos análisis de sangre para verificar cómo están reaccionando tus órganos.

Asiento, sin saber qué más decir. Cuando termina de explicarme los detalles, recoge su tableta y se despide con un breve movimiento de cabeza.

—Descansa, Adeline.

Lo veo salir de la habitación, su figura desapareciendo tras la puerta, y me quedo con el corazón latiendo en mi pecho como un tambor desbocado. Me siento atrapada entre el pasado y el presente, entre lo que éramos y lo que ahora somos.

Sé que el día anterior, cuando le pregunté si podría haber alguien más esperando por mí, se puso celoso. Fue un destello fugaz en su mirada, algo que trató de ocultar bajo esa máscara profesional que lleva tan bien. Casi me reí, pero no de burla, sino por la alegría que me provocó. Ver esa reacción en él... Dios, fue como encender una chispa en medio de la niebla que siento desde que desperté.

Una de mis fantasías más íntimas siempre fue esa: que Aleksander se ponga celoso. Que, cegado por esa emoción, me arrastre a una habitación, me acorrale contra la pared, y me bese con desesperación, como si temiera perderme. Solo pensarlo hace que el calor suba por mi cuello, pero la realidad me golpea como un balde de agua fría.

No lo merezco.

Después de cómo lo dejé, de la manera en que me alejé sin darle explicaciones suficientes... No merezco nada de él. Lo hice porque creía que era lo mejor. Teníamos nuestras vidas apenas empezando, y yo llevaba una carga que no quería que Aleksander asumiera. No era justo para él. Sé que no debía tomar esa decisión por los dos, pero en ese momento, me pareció lo correcto. Ahora, viéndolo aquí, frente a mí, después de tantos años, no puedo evitar cuestionar si me equivoqué.

Exhausta de mis pensamientos, me levanto de la cama. Me dieron permiso para caminar un poco desde que pude mantenerme en pie sin tambalearme, y necesito moverme, despejar mi mente.

El suelo frío bajo mis pies desnudos me ayuda a centrarme en el presente mientras camino hacia la ventana. El hospital está tranquilo a estas horas, con un silencio que se siente casi solemne. Apoyo una mano en la pared para mantener el equilibrio y miro hacia el horizonte. Las luces de la ciudad titilan a lo lejos, una mezcla de esperanza y melancolía.



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En el texto hay: decisiones, reencuentros, amor

Editado: 17.01.2025

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