El ambiente estaba cargado de energía cuando llegué al bar. No soy el tipo de persona que disfruta las salidas en grupo, y mucho menos cuando vienen acompañadas de ruido, risas estridentes y miradas curiosas de desconocidos. Pero, contra mi inclinación natural, aquí estaba, con un grupo de colegas y amigos que parecían haber planificado esta "salida social" con la intención de arrastrarme fuera de mi rutina.
—¡Por fin! —exclamó Emily al verme entrar. Su entusiasmo era contagioso, aunque ligeramente exagerado. Me acerqué a la mesa, saludando a todos con un movimiento de cabeza.
—Por fin, ¿qué? —pregunté mientras tomaba asiento junto a Kathia, una de las enfermeras que parecía más interesada en su teléfono que en la conversación que se estaba desarrollando.
Darek, como siempre, parecía estar a cargo del espectáculo. Era el alma de la fiesta, el tipo de persona que podía convencerte de saltar desde un avión con solo una sonrisa. Esta vez, su idea de diversión incluía una charola repleta de alcohol.
—Ordené algo leve. —Me instó mientras movía las cejas con esa expresión traviesa que siempre me hace dudar de sus intenciones.
Incliné la cabeza hacia un lado, tratando de descifrar qué había pedido, cuando la camarera llegó con la charola: una botella de tequila, otra de whisky y una serie de cócteles perfectamente decorados.
—¿Y a qué se debe tanta elegancia? —pregunté, arqueando una ceja. No era típico de Darek gastar tanto en una salida casual.
—¿Elegancia? —replicó con una sonrisa irónica mientras su esposo, Mark, tomaba uno de los cócteles.
—Sí, porque la mayoría de las veces me invitas a una cerveza directamente de la botella, no esto.
Darek soltó una carcajada, levantando el tequila como si fuera un trofeo.
—¿Me acompañas, supongo? —añadió, señalando no solo a mí, sino también a Noah y Jack, los otros médicos presentes.
Antes de que pudiera responder, Emily golpeó la mesa suavemente, pero con suficiente fuerza para llamar nuestra atención.
—¡Hey! No nos dejen fuera solo porque somos mujeres. No somos delicadas cuando se trata de bebidas.
Emily señaló a la Dra. Annie y a las otras mujeres en la mesa, quienes asintieron con expresiones desafiantes.
—Bueno, en ese caso, que todos levanten un vaso. —respondió Darek, vertiendo tequila en pequeños vasos de shot y distribuyéndolos por la mesa.
Miré el vaso frente a mí, sabiendo que esta noche estaba lejos de ser tranquila. Pero, por alguna razón, decidí relajarme un poco.
A medida que avanzaba la noche, el ambiente se había transformado. Las luces bajas y las risas mezcladas con la música creaban una atmósfera casi hipnótica. Algunos de mis colegas, acompañados por otros del bar, habían tomado la pista de baile. Las risas y los movimientos animados al compás de la música latina llenaban el lugar.
Yo, sin embargo, permanecía sentado, observando desde mi rincón con un vaso de agua en la mano. Nunca he sido del tipo de persona que se pierde en el ruido o el movimiento. Kathia, la enfermera que había estado en la mesa desde el principio, tampoco parecía interesada en bailar... hasta ahora.
Se inclinó ligeramente hacia mí, lo suficiente como para invadir mi espacio personal, su perfume dulzón llenando el aire entre nosotros.
—¿Estás interesado en bailar conmigo? —preguntó, su tono más coqueto de lo necesario.
La miré, manteniendo una expresión neutral.
—No estoy interesado, gracias por preguntar. —Mi respuesta fue firme pero cortés.
El ceño de Kathia se frunció al instante, como si mi negativa fuera una afrenta personal.
—¿Tienes novia? ¿Por eso me dices que no? —preguntó, esta vez con un tono que me irritó.
Respiré hondo, buscando paciencia antes de responder.
—No se trata de si tengo o no tengo novia, Kathia. Simplemente no me apetece bailar contigo.
Mi tono era neutral, pero mis palabras eran claras. Su rostro mostró una mezcla de incredulidad y ofensa.
—Vaya, no sabía que eras tan difícil.
No respondí. En cambio, me incliné hacia atrás en mi silla y llevé el vaso de agua a mis labios, dejando que el peso de mi silencio dijera más que cualquier palabra. Ella rodó los ojos y se levantó, murmurando algo inaudible mientras se dirigía hacia la pista de baile para unirse al resto.
Por un momento, disfruté de la paz de estar solo nuevamente. Pero esa tranquilidad no duró mucho.
Darek se acercó a mí, con una sonrisa amplia y las mejillas ligeramente enrojecidas, probablemente por el tequila.
—Hermano, ¿qué haces aquí sentado? Pareces un abuelo viendo a sus nietos.
—Prefiero observar que hacer el ridículo.
—¿Ridículo? Por favor, todos estamos aquí para desconectar. Relájate un poco.
Darek tomó mi vaso y lo sustituyó con uno lleno de whisky. Lo miré, pero no discutí. En cambio, lo dejé sobre la mesa mientras él regresaba al grupo.
Al entrar a mi apartamento, el aire estaba cargado de una tensión que me golpeó de inmediato. El silencio no era calmante; era pesado, casi sofocante. Cerré la puerta detrás de mí y me detuve al verlos.
Alessia y su ex estaban sentados en el sofá, pero había una distancia notable entre ellos, como si esa separación física pudiera justificar su presencia. La incomodidad de Alessia era evidente: su cuerpo rígido, las manos entrelazadas sobre su regazo y la mirada clavada en el suelo. Él, por otro lado, parecía demasiado relajado, apoyado contra el respaldo con una expresión que rayaba en la insolencia.
Mis ojos se dirigieron a Alessia primero, buscando respuestas. Pero evitaba mi mirada, como si fuera capaz de derretir su aparente calma con solo un vistazo. Luego, miré al intruso en mi sala, y algo oscuro y caliente se encendió dentro de mí.
—¿Qué hace esta basura humana en mi apartamento, Alessia? —pregunté, mi voz firme, apenas contenida por un barniz de control.
Alessia se levantó lentamente del sofá, caminando hacia mí con cautela. No iba a tocarla ni a alzarle la voz más de lo necesario, pero sabía que una reprimenda estaba en camino. Habíamos hablado de esto antes, y ella misma juró no permitirle acercarse nunca más.