El sol se filtra por la ventana, creando patrones dorados en el suelo de mi habitación, y por un momento, me permito disfrutar de la calidez que acaricia mi piel. Aprieto la pelota en mi mano, contando mentalmente cada repetición mientras intento concentrarme en el aquí y ahora. Mi terapeuta dice que estos ejercicios no solo son para fortalecer mi cuerpo, sino también para enfocarme, para calmar mi mente. Sin embargo, hoy mi mente está lejos de estar tranquila.
Mañana me dan de alta. En otras circunstancias, estaría emocionada. Estar en casa, regresar a mi rutina, recuperar lo que consideraba "normalidad". Pero no puedo negar que hay un peso en mi pecho que me impide disfrutar plenamente de esa idea.
Aleksander.
El solo pensar en él me provoca un nudo en el estómago. Durante estos días, lo he visto todos los días, y cada interacción con él ha sido un recordatorio de lo que una vez fue y de lo que podría haber sido si no hubiera decidido alejarme de su vida. La ironía de esta situación no se me escapa. Años atrás, yo fui quien desapareció sin despedirse. Ahora, estoy aquí, en su territorio, dependiendo de él de una manera que nunca imaginé.
Sé que mañana no será solo despedirme del hospital. Será despedirme de Aleksander. Y esta vez, no pienso irme sin decirle la verdad, por más tarde que sea para ello.
Dejo caer la pelota en mi regazo y respiro hondo. ¿Cómo se le explica a alguien que lo dejaste porque pensabas que era lo mejor para ambos? ¿Cómo se enfrenta el pasado sin miedo a reabrir viejas heridas?
He repasado las palabras en mi mente una y otra vez, pero cada vez que lo tengo frente a mí, algo en su mirada me detiene. Es como si me leyera, como si supiera que estoy guardando algo o solo es mi mente jugando conmigo. Tal vez lo sabe. Tal vez siempre lo ha sabido.
Vuelvo mi mirada hacia la ventana, viendo cómo las hojas de los árboles se mecen con el viento. "Todo pasa por una razón," me recuerdo a mí misma. "Si la vida me ha dado esta oportunidad, no la voy a desperdiciar."
El tiempo no espera por nadie. Aleksander merece la verdad, y yo merezco liberarme de este peso que he cargado durante tanto tiempo. No sé cómo reaccionará cuando lo sepa, pero ya no puedo seguir postergándolo.
Me levanto de la cama, mis piernas respondiendo con más firmeza que hace unas semanas. Camino hacia la ventana y dejo que el sol me bañe por completo. Si voy a dar este paso, quiero hacerlo con la misma determinación que me ha traído hasta aquí.
Mañana será un día de cambios. Mañana le contaré a Aleksander todo, sin reservas. No sé si me perdonará, pero al menos, por primera vez en años, seré completamente honesta.
Porque, aunque la vida no es fácil, sé que valdrá la pena enfrentar mis miedos.
—¿Ya has guardado todo, Adeline? —es lo primero que pregunta mi madre al entrar.
Quiero soltarle una respuesta sarcástica, algo como: "Claro, he empacado mi vida entera en cinco minutos, como un ninja", pero me contengo. Solo por respeto, respondo:
—No tengo mucho que guardar, mamá. Eso se hace mañana. Solo tengo como cinco mudas y he usado más la ropa del hospital.
Ella me mira por encima de sus lentes, arqueando una ceja con esa expresión que dice más que mil palabras. Luego se quita los anteojos con calma, limpiando las hebras de tela imaginarias con el borde de su blusa.
—Jum. Hija, eso no significa que vas a dejar todo para última hora, aunque tengas tres trapos. Esas excusas conmigo no van, empieza a empacar esas tres muditas que dices que tienes—Su tono es una mezcla de cariño y regaño.
Suspiro, rindiéndome a su insistencia.
—Ya lo estoy haciendo. —Me acerco al pequeño armario y saco la poca ropa que tengo, arrojándola a la maleta abierta en la esquina de la habitación.
Mientras doblo con poco entusiasmo, mi madre suelta una bomba.
—Tu padre y yo hemos decidido que vamos a vivir aquí otra vez.
Me giro tan rápido que mi cuerpo protesta con un dolor agudo en la parte baja de mi espalda y cintura. Me llevo una mano al lado, con una mueca de dolor que no pasa desapercibida.
—¡Ay, hija! Ten más cuidado, no puedes estar haciendo esos movimientos todavía.
—Sí, sí, lo sé. Pero lo que acabas de decir no ayuda nada. —La miro, incrédula. —¿Cómo que quieren mudarse aquí de nuevo? No lo hagan por mí, por favor. Están felices donde están. Les prometo que seré más cuidadosa, responderé al instantes sus llamadas y mensaje hasta le compartiré mi ubicación para que puedan estar tranquilos, pero no abandonen su paraíso soñado por mi culpa.
Ella se acerca, coloca una mano suave en mi mejilla y aparta un mechón de cabello con ternura.
—Lo entenderás cuando tengas hijos, Adeline. Ese paraíso no es nada si tú no estás bien. ¿Qué importa una casa con vistas al mar si la vida de mi hija está en juego? —Su voz se quiebra y sus ojos se llenan de lágrimas. —Casi te pierdo, mi niña. Dios quiso que no fuera así porque yo no sería nada sin ti.
El nudo en mi garganta no me deja hablar, así que solo la abrazo fuerte. Su calidez y amor llenan cada rincón de mi ser.
—Te amo, mamá. Gracias. Tú y papá son los mejores.
Ella se separa y sonríe, aunque sus ojos todavía brillan.
—Ya, ya. Basta de sentimentalismo. —Su tono vuelve a ser firme, como si quisiera disipar la emoción del momento. —Y claro que me contestaras al instantes por lo menos en veinte minutos si es que estás haciendo otras cosas, quien sabe. Hemos alquilado una casa a unos veinte minutos de la tuya, con opción a compra. No queríamos estar tan cerca, pero tampoco tan lejos.
—Qué considerados. —Bromeo, pero antes de que pueda decir algo más, me pega suavemente con el abrigo que estaba doblando.
En ese instante, la puerta se abre y aparece Aleksander. Mi corazón da un salto.
—¿Llego en el mejor momento para corregir a su hija? —dice con una sonrisa apenas contenida.
Intento peinarme el cabello con disimulo mientras una risita nerviosa se me escapa.