Quédate conmigo

Capítulo 10: Adeline

El día finalmente llegó. El alta médica, ese momento que muchos esperan con ansias, me encontraba enfrentándolo con una mezcla de emociones que apenas podía descifrar. Me habían realizado los exámenes finales, confirmaron que estaba bien, que no había riesgos inmediatos, y me entregaron una lista detallada de pasos a seguir. Medicamentos, rutinas, controles regulares. Todo estaba meticulosamente planificado, menos lo que realmente importaba: mi mente, mi vida, el caos interno que seguía sin ordenarse.

Mientras me despedía de los doctores que estuvieron a cargo de mi caso, sentí una extraña nostalgia mezclada con alivio. Aleksander, siempre profesional, me dedicó un apretón de manos firme, pero sus ojos decían más de lo que estaba dispuesto a verbalizar. Estaba tenso, lo supe por la manera en que sus labios apenas se movían y cómo su mirada evitaba cruzarse con la de Ronan.

No había encontrado el momento ni las palabras para hablar con Aleksander. Todo lo que había planeado, cada frase ensayada en mi cabeza, parecía desmoronarse antes de salir de mi boca. Y ahora, ese momento ya no estaba. Se había esfumado, y en su lugar quedaba una incertidumbre que me ahogaba.

Por otro lado estaba Ronan, que para mi es un desconocido.

El peso de esa realización me golpeó con una fuerza que no esperaba. No reconocía a Ronan. Ni su voz, ni su postura, ni siquiera su preocupación por mi bienestar eran suficientes para romper esa barrera invisible que ahora parecía separarnos. Me pregunté si siempre había sido así, o si era yo quien había cambiado tanto que ya no podía verlo como antes.

Intenté enfocarme en lo que decían, en las palabras prácticas sobre medicamentos y horarios, pero mi mente estaba en otro lugar. Las preguntas sin respuesta flotaban alrededor de mí como un enjambre. ¿Cómo se supone que construya algo con alguien que ahora me parece un extraño? ¿Cómo profundizar en un vínculo donde el futuro no parece claro, donde ni siquiera el presente tiene sentido?

Cuando la enfermera terminó de hablar, Ronan se giró hacia mí, ofreciéndome una sonrisa breve y calculada, como si estuviera intentando ser fuerte por los dos. Pero incluso esa sonrisa me pareció extraña, como si perteneciera a otra persona, alguien que estaba haciendo todo lo posible por mantener una fachada.

"¿Lista para ir a casa?" preguntó, su voz tranquila, pero sin la calidez que recordaba.

Asentí lentamente, forzando una sonrisa que sabía que no llegaba a mis ojos. "Sí, lista."

Justo cuando estábamos a punto de salir por la puerta principal, Aleksander apareció en el pasillo, como si el destino mismo lo hubiera colocado allí para evitar que me marchara sin más. Su mirada era una mezcla de intensidad y frialdad, y cuando sus ojos se posaron en Ronan, el aire pareció volverse más denso.

—Tú y yo sabemos que tenemos una conversación pendiente —soltó Aleksander, mirandome, sin preocuparse por quién más pudiera estar escuchando.

Ronan se tensó a mi lado, pero antes de que pudiera intervenir, respondí casi en automático, intentando mantener un tono neutral.

—Sí, no lo olvidaré —dije, mi voz baja pero firme, aunque el peso de sus palabras hacía eco en mi mente.

Aleksander asintió lentamente, como si mi respuesta fuera exactamente lo que esperaba, pero no lo suficiente para conformarlo. Dio un paso más cerca, reduciendo aún más la distancia entre nosotros, y con un gesto deliberado, sacó una tarjeta de su bolsillo.

—Oh no, no lo harás —añadió, extendiéndome la tarjeta con su número de contacto escrito en una caligrafía precisa—. Llámame, Adeline. Si no lo haces, no te preocupes… yo te buscaré.

La amenaza velada en sus palabras era inconfundible, pero lo más inquietante era el modo en que lo dijo, con una calma que hacía que su tono pareciera más serio, más definitivo.

Ronan, por su parte, no pudo contenerse más. Dio un paso al frente, colocándose ligeramente frente a mí, como si quisiera protegerme de algo invisible.

—Disculpa, ¿qué acabas de decir? —preguntó, su voz teñida de incredulidad y una furia apenas contenida—. Amigo, creo que te estás confundiendo. ¿Qué es lo que pretendes exactamente?

Aleksander giró su cabeza hacia él, su expresión imperturbable, pero sus ojos destilaban un desprecio frío y calculado.

—No, el confundido aquí es otro —respondió Aleksander, su tono seco y cargado de intención—. Tú no tienes cabida en esta conversación. Esto es entre Adeline y yo.

El silencio que siguió fue sofocante, como si el mundo entero contuviera la respiración. Pude sentir la tensión de Ronan a mi lado, su postura rígida, como si estuviera listo para enfrentarse a lo que fuera. Pero antes de que la situación pudiera escalar aún más, levanté las manos, poniéndome entre ellos.

—¡Basta! —exclamé, mi voz más fuerte de lo que esperaba, pero lo suficiente para cortar el enfrentamiento en seco—. Esto no es el lugar ni el momento para esto.

Ambos se detuvieron, sus miradas fijas en mí, aunque sus expresiones eran completamente opuestas.

—Aleksander, me pondré en contacto contigo cuando esté lista —dije con firmeza, intentando mantener la compostura mientras guardaba la tarjeta que aún sostenía en mi mano—. Pero ahora, por favor, basta.

Él me observó por un momento más, como si evaluara la sinceridad de mis palabras, y finalmente asintió, aunque la tensión en su mandíbula traicionaba su aparente calma.

—Estaré esperando —fue todo lo que dijo antes de girarse y marcharse por el pasillo, su figura desapareciendo entre las sombras.

Volví mi atención a Ronan, que seguía rígido, como si estuviera intentando procesar lo que acababa de ocurrir.

—No sé qué está pasando entre ustedes, pero no voy a ignorar esto, Adeline —dijo finalmente, su voz más baja, pero con una firmeza que no podía pasar por alto.

Quise responder, quise explicarle algo, pero las palabras simplemente no llegaron.

Pasaron tres semanas desde que volví a casa. El proceso de adaptación fue más fácil de lo que esperaba, aunque marcado por pequeños desafíos emocionales. Mis padres se esforzaron por hacer que todo fuera más cómodo, y aunque mi hogar me resultaba familiar, no podía ignorar que las semanas en el hospital habían dejado una huella. El contraste era evidente: de un ambiente aséptico y controlado a la calidez desordenada de la rutina familiar.



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En el texto hay: decisiones, reencuentros, amor

Editado: 16.02.2025

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