Adeline seguía en su mundo, con la mirada fija en su bandeja vacía, sus pensamientos divagando en un lugar al que yo no tenía acceso. Sabía que mis palabras habían calado más de lo que quería admitir.
No la presioné. No todavía.
Pero tampoco podía quedarme más tiempo. Suspiré, pasándome una mano por la nuca.
—Tengo que irme —dije de pronto.
Ella levantó la vista, frunciendo el ceño.
—¿Por qué?
—Tengo cirugía en unas horas. Necesito dormir algo antes de entrar al quirófano.
Adeline pestañeó, como si apenas procesara lo que había dicho. Luego miró su reloj y abrió los ojos un poco más.
—Aleksander… son las una de la mañana.
—Y mi cirugía es a las ocho —respondí con una media sonrisa—. Lo que me deja exactamente unas cinco horas aproximandamente para descansar antes de que me toque salvar una vida.
Ella suspiró y se llevó una mano al rostro, masajeándose el entrecejo.
—Eres un irresponsable.
—Nah, soy eficiente.
—Eres un idiota —refunfuñó.
Sonreí, divertido. Me levanté de la mesa, tomé mi chaqueta y miré hacia la puerta. Afuera, la noche seguía fría, y por un momento me pregunté si el tiempo entre nosotros también lo era.
—Vamos, te llevo a casa —dije, inclinándome para tomar su abrigo del respaldo de la silla y extendiéndoselo.
Adeline dudó un instante, pero luego lo tomó sin protestar. Salimos juntos del restaurante, el aire helado golpeando nuestras caras en cuanto cruzamos la puerta.
El camino fue silencioso al principio, pero luego, mientras conducía por las calles casi vacías de la ciudad, la escuché.
Al principio, apenas un murmullo. Luego, su voz suave tarareando una melodía que reconocí al instante.
Un recuerdo antiguo, de otra época. De otra versión de nosotros.
No dije nada. Solo la dejé cantar, permitiendo que su voz llenara el auto y, de algún modo, la distancia entre nosotros.
Cuando estacioné frente a su casa, giré hacia ella.
—Nos vemos pronto, Adeline.
Ella se quedó en su sitio, observándome con esa mirada que decía más de lo que su boca se atrevía.
—Descansa, Aleksander —susurró, antes de acercarse y darme un beso fugaz en la mejilla.
Me quedé allí un momento, observando la puerta cerrarse detrás de ella. Luego, solté un largo suspiro, puse el auto en marcha y conduje hacia casa.
Sí, definitivamente esto no terminaba aquí.
El cansancio comenzaba a pesar en mis hombros mientras conducía por la ciudad aún sumida en la oscuridad. Pero, a pesar de las pocas horas de sueño que me esperaban, mi mente seguía atrapada en otra cosa. En ella.
Su voz aún rondaba en mi cabeza cuando llegué a mi departamento. Apenas cerré la puerta tras de mí, me quité la chaqueta y solté un largo suspiro. Miré el reloj: 2:40 a. m.
Seis horas antes de la cirugía.
Seis horas antes de que mi vida volviera a ser lo único que sabía manejar con certeza.
Me dirigí al cuarto, me dí una breve ducha para descansar mejor, pero en lugar de tumbarme en la cama, me quedé de pie junto a la ventana, observando la ciudad desde arriba.
¿Por qué me sentía así? ¿Por qué cada conversación con ella, cada mínimo gesto, cada maldito tarareo me hacía sentir como si estuviera pisando suelo inestable?
Pasé una mano por mi rostro.
Con un suspiro pesado, finalmente me dejé caer en la cama, cerrando los ojos con la esperanza de que el sueño llegara rápido.
Pero incluso cuando el cansancio me venció, su voz seguía ahí, en lo más profundo de mi mente.
El hospital tenía ese aroma inconfundible a desinfectante que siempre me recibía en cada turno. Caminé por los pasillos con paso firme, saludando con una leve inclinación de cabeza a las pocas personas que ya estaban por ahí. La cirugía no comenzaría hasta dentro de una hora, así que tenía tiempo suficiente para organizarme antes de entrar al quirófano.
Abrí la puerta de mi oficina y lo primero que llamó mi atención fue un sobre rojo sobre el escritorio.
Fruncí el ceño. No tenía remitente.
Lo tomé con cautela, deslizándome en la silla antes de abrirlo. Dentro, una hoja doblada con una caligrafía fina y elegante.
*"Aleksander,
Desde hace tiempo he guardado esto dentro de mí, pero ya no puedo seguir callando. Siempre has sido alguien inalcanzable, pero eso nunca me impidió desear que algún día voltearas a verme de la misma forma en la que la miras a ella. No espero nada de esto, solo quería que lo supieras.*
—Tsk.
Sin pensarlo demasiado, arrugué la carta y la lancé directo al tinaco de basura junto a mi escritorio.
—Vaya, ¿rechazando admiradoras en plena mañana? —preguntó una voz burlona desde la puerta.
No tenía que mirar para saber quién era.
—Darek —dije sin levantar la vista mientras organizaba los expedientes en mi escritorio.
Mi amigo se apoyó en el marco de la puerta con los brazos cruzados, una sonrisa divertida en su rostro.
—Eso fue frío, incluso para ti. ¿Quién era la valiente?
—No lo sé —respondí sin mucho interés, guardando los últimos documentos en el archivero—. Y no me interesa.
—Duro y directo. Muy en tu estilo.
Tomé el último informe y me dirigí hacia él.
—¿Qué haces aquí tan temprano?
—Podría preguntar lo mismo.
—Tengo cirugía.
—Y yo café. —Darek levantó su vaso de cartón y lo agitó levemente—. ¿Tienes tiempo o vas en modo robot?
—Dame cinco minutos —dije, cerrando la puerta tras de mí.
El día apenas comenzaba, y ya sentía que sería uno largo.
Abrí el expediente del paciente, repasando cada detalle con precisión. Nombre, edad, historial clínico, resultados de los exámenes previos… Todo debía estar en orden antes de la cirugía. Tomé notas mentales mientras marcaba algunos puntos clave en el informe.
Darek, por su parte, se acomodó en la silla frente a mi escritorio, ajustando su bata con un gesto despreocupado. Su cabello estaba un poco desordenado, y sus ojos tenían ese brillo de alguien que ha pasado demasiado tiempo despierto.