Quédate conmigo

Capítulo 19: Aleksander

No podía evitarlo. Había algo en la forma en que Daniel arrugaba el ceño al mirarme que siempre despertaba en mí un deseo infantil de sacarlo de sus casillas. Y no es que hiciera falta mucho esfuerzo. Su postura rígida, su manera de medir las palabras, como si cada una de ellas llevara el peso de una decisión crítica, eran suficientes para saber que no soportaba tenerme en la misma habitación que él. La sensación era mutua.

Pero hoy no era el momento para nuestra guerra fría habitual. Había algo más importante en juego.

—Entonces, ¿no puedes dar específicamente con la persona que colocó esa cámara en la lámpara de tu hermana, Daniel? —pregunté, cruzándome de brazos y girando ligeramente la silla hacia él. La pregunta era directa, pero lo dicho entre líneas era lo que realmente importaba. Lo estaba poniendo contra la pared. Él odiaba no tener respuestas, y más aún, odiaba dármelas a mí.

—¿Y por qué demonios tendría que darte explicaciones a ti sobre esto? —respondió con una sonrisa tensa, antes de girarse hacia Adeline, ignorándome deliberadamente—. ¿Tienes algo nuevo con este tipo, Adeline? Te creía más consciente en no juntarte con un insensato sin filtro, que además cree que con una bata y un bisturí puede resolverlo todo. En serio, ¿es que los estándares han bajado tanto o simplemente te gusta coleccionar problemas con piernas?

Adeline echó la cabeza hacia atrás, exhalando con una paciencia que estaba a punto de agotarse.

—Dios, dame paciencia para no botar a estos dos a la calle —murmuró, masajeándose las sienas.

No pude evitar reírme, porque en el fondo, sabía que no lo haría. No del todo.

—A ver, vamos a dejar algo en claro para que esto pueda avanzar y no atrasarnos más —dijo ella con firmeza, apoyando las manos sobre la mesa y mirándonos a los dos con el tipo de autoridad que uno no se atrevería a desafiar. Daniel y yo nos enderezamos, como si de repente volviéramos a ser dos niños regañados por la maestra—. Sus diferencias a un lado y concentrémonos en esto, por favor. No quiero escuchar ni un solo improperio que se dirijan ustedes dos. ¿Estamos de acuerdo con eso, o mejor dicho, captaron lo que digo? Porque, en este momento, estoy lo suficientemente asustada como para no estar aguantando más sus peleas inútiles.

Se hizo un silencio denso, de esos que se sienten en la piel. Me la quedé mirando por un segundo, y luego deslicé la vista hacia Daniel, quien parecía debatirse entre morderse la lengua o seguir despotricando.

—Bien —murmuré al final, levantando las manos en gesto de tregua—. Me quedaré con mis comentarios solo en mi cabeza, pero no prometo que no se filtren en mi cara.

Daniel bufó, negando con la cabeza.

—Lo que sea. —Volvió a centrarse en su laptop—. La cámara no es precisamente de un modelo comercial. Es pequeña, con una batería de larga duración y capacidad de almacenamiento interno, lo que significa que no dependía de una conexión Wi-Fi. Eso la hace más difícil de rastrear. Pero…

Hizo una pausa, ampliando una imagen en la pantalla.

—La última grabación tiene una marca de tiempo que coincide con la noche en que la encontraste. Y aquí es donde se pone interesante —se giró hacia Adeline—. Parece que alguien más la activó de manera remota poco antes de que se cayera.

El ambiente cambió en un instante. La habitación pareció hacerse más pequeña.

—¿Qué significa eso exactamente? —preguntó Adeline, su voz más baja.

Daniel giró la laptop para que ambos pudiéramos ver. Había un registro de acceso, una señal de activación que no venía de la propia cámara, sino de una fuente externa. Alguien la había estado manipulando en tiempo real.

—Significa que quien quiera que la puso ahí sigue vigilándote —contestó Daniel en un tono seco.

Adeline se quedó en silencio. No necesitaba decir nada para que yo supiera exactamente lo que estaba sintiendo. Lo vi en sus ojos.

—Esto ya no es un simple juego de alguien tratando de espiarte por curiosidad —añadí, apoyando los codos en la mesa y entrelazando las manos—. Alguien quería verte. Alguien necesitaba saber lo que hacías en cada momento. Y ese alguien se dio cuenta de que la cámara había sido descubierta.

Mi mirada se cruzó con la de Daniel. Por una vez, estábamos en la misma página.

Y eso nunca era una buena señal.

El silencio en la habitación se hizo denso, cargado de una tensión que ninguno de los tres estaba dispuesto a ignorar. Daniel no dejaba de observarnos con la intensidad de un halcón analizando a su presa. Sus ojos se movían entre Adeline y yo con precisión quirúrgica, como si estuviera diseccionando cada uno de nuestros gestos en busca de respuestas ocultas.

—Todo esto me lleva a la conclusión de que me están escondiendo algo —dijo finalmente, exhalando con calma, como quien ya conoce la respuesta y solo espera la confirmación. Se dejó caer en una silla, cruzando los brazos sobre el pecho—. No es una coincidencia que ustedes dos estén de nuevo en contacto, mucho menos en circunstancias tan… peculiares. Podría aceptar que resolvieron sus diferencias y ahora son civilizados el uno con el otro, pero la forma en que se miran, las preguntas que parecen intercambiar sin necesidad de palabras… algo más está pasando aquí.

Dirigió su atención hacia mí, con la frialdad de quien ya tiene todas las piezas del rompecabezas en su sitio y solo quiere ver cómo intentas negar lo evidente.

—Tú —me señaló con la barbilla—, pasaste por la estación de policía recientemente. Luego, de repente, aparece esta cámara oculta en la lámpara de mi hermana. ¿Tengo que suponer que fue una feliz coincidencia, o prefieres ahorrarnos tiempo y contarme qué está pasando realmente?

Mantuve la compostura, pero mis pensamientos ya estaban en movimiento. Daniel nunca lanzaba una acusación sin antes asegurarse de que tenía la ventaja. No era el tipo de persona que especulaba sin bases sólidas. Si sabía que yo había estado en la estación de policía, significaba que tenía acceso a información que normalmente no estaría disponible para cualquiera.

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