El sueño me esquivó por completo. A pesar del agotamiento, mi mente seguía funcionando como un reloj descompuesto, saltando de pensamiento en pensamiento sin ningún orden lógico.
Me giré en la cama, tratando de encontrar una posición cómoda, pero era inútil. El peso de todo lo ocurrido en las últimas horas no me daba tregua. La cámara oculta en mi casa, la obsesión enfermiza de Ronan… y, por encima de todo, la sensación de estar atrapada en algo mucho más grande de lo que podía comprender.
Suspiré, sentándome al borde de la cama y frotándome el rostro con las manos. La habitación estaba en penumbras, con la tenue luz de la calle filtrándose por las cortinas. El reloj digital en la mesita de noche marcaba las 4:12 a. m.
No iba a dormir. No cuando tenía tantas preguntas sin respuesta.
Me levanté y salí de la habitación en silencio, caminando por el pasillo alfombrado hasta la sala. Tal vez un poco de agua me ayudaría a despejarme.
Al llegar a la cocina, encontré a Aleksander sentado en la mesa, revisando unos papeles bajo la luz amarillenta de la lámpara colgante. Sus codos estaban apoyados sobre la superficie y tenía una expresión grave, el ceño fruncido mientras pasaba de una página a otra.
Me detuve en seco, sin saber si interrumpirlo o darme la vuelta. Pero él ya había notado mi presencia.
—Sabía que no dormirías —dijo sin levantar la vista.
—¿Cómo? ¿Tienes un sexto sentido para el insomnio ajeno?
Aleksander esbozó una sonrisa fugaz antes de empujar los papeles a un lado y apoyarse en el respaldo de la silla.
—Solo te conozco.
No supe qué responder a eso, así que fui directo al grifo y serví un vaso de agua. Sentí su mirada en mi espalda mientras bebía, como si estuviera analizando cada uno de mis movimientos.
—¿Qué son esos papeles? —pregunté, señalando los documentos que había estado revisando.
Él soltó un suspiro y me hizo un gesto para que me acercara.
—Información que Daniel me pasó antes de irse. Registros, nombres, conexiones… Intento entender hasta dónde llega todo esto.
Me senté frente a él, sintiendo un escalofrío recorrerme al ver las fotos en las hojas. No solo había imágenes de Ronan, sino de otras personas que no reconocía, nombres que no me decían nada.
—¿Todos ellos están involucrados?
Aleksander asintió con lentitud.
—No sé hasta qué punto, pero sí. Esto no es solo sobre Ronan. Hay algo más grande detrás.
Tragué saliva, sintiendo la ansiedad volver a trepar por mi pecho.
—Entonces… ¿yo solo fui una más?
Aleksander me miró fijamente, su mandíbula apretándose antes de responder.
—No. —Su voz sonó más firme, más segura—. No creo que fueras una más. Creo que fuiste un objetivo específico.
Mi estómago se revolvió.
—¿Por qué?
Él negó con la cabeza, exhalando lentamente.
—Aún no lo sé. Pero lo averiguaremos.
El silencio se instaló entre nosotros, pesado y denso. Por un momento, no hubo palabras, solo el sonido lejano de la ciudad dormida más allá de las ventanas.
—¿Tienes miedo? —preguntó de pronto, su tono más suave.
Me tomó un segundo responder.
—Sí.
Aleksander asintió, como si esperara esa respuesta. Luego, sin decir nada más, tomó uno de los papeles y comenzó a doblarlo distraídamente entre sus dedos.
—No estarás sola en esto, Adeline.
Supe, por la manera en que lo dijo, que hablaba en serio. Y aunque el miedo seguía presente, algo en su voz logró calmar una parte de mí que había estado temblando desde que todo esto comenzó.
Me removí en la silla, incapaz de apartar la vista de los papeles esparcidos sobre la mesa. Sabía que debía concentrarme en lo importante, en lo que realmente estaba en juego, pero no podía ignorar el otro asunto que pendía entre nosotros como un hilo invisible, tenso y esperando romperse.
Aleksander notó mi indecisión. Lo vi entrecerrar los ojos con esa expresión calculadora suya, la que usaba cuando estaba a punto de desarmar una situación con precisión quirúrgica.
—¿Qué es? —preguntó, apoyando un codo en la mesa y descansando la barbilla sobre su mano.
Tomé aire, obligándome a sostener su mirada. No era fácil, pero ya había huido de esto demasiado tiempo.
—Nosotros.
Esa única palabra cambió la atmósfera de la habitación. Lo vi tensarse sutilmente, su respiración profundizándose apenas. Sin embargo, no apartó la vista, no intentó evadirlo.
—¿Nosotros? —repitió, como si saboreara la palabra.
—Sé que no es el mejor momento —admití, frotando mis manos sobre mis muslos—. Pero no puedo seguir ignorándolo.
Aleksander se enderezó, apoyando ambas manos sobre la mesa. Su mirada se tornó intensa, esa intensidad que siempre había tenido cuando se trataba de mí.
—No me importa la circunstancia, Adeline —dijo con calma, pero con firmeza—. Lo único que importa es que estás aquí, hablando de esto. Eso es suficiente para mí.
Mi pecho se apretó. Él siempre había sido así, alguien que tomaba lo que se le daba sin exigir más, pero también sin dejarlo escapar.
—No quiero que pienses que lo menciono solo porque estoy vulnerable —mi voz salió más suave de lo que pretendía, casi como una confesión involuntaria—. Es solo que… quiero saber en qué página estamos. Si de verdad quieres intentarlo de nuevo, después de todo lo que ha pasado.
Aleksander mantuvo su mirada fija en mí, su expresión ilegible, pero con una intensidad que me hizo contener la respiración. Lentamente, deslizó una mano sobre la mesa, acercándola lo suficiente como para que, si yo quería, pudiera alcanzarla. Pero no insistió. No exigió. Solo esperó.
—Nunca dije esas cosas a la ligera —su voz era baja, segura, pero con un matiz de vulnerabilidad que rara vez dejaba ver—. Todo lo que te dije en su momento era real, Adeline. Y lo sigue siendo. Estoy más que decidido. Nos merecemos esta oportunidad.
Mi corazón latía con fuerza.