Quédate conmigo

Capítulo 27: Adeline

El acceso se desliza con un chasquido mecánico y se abre solo unos centímetros, los suficientes para que Aleksander empuje con el hombro y entre primero. Lo sigo sin pensarlo. El aire que nos recibe es espeso, frío… y cargado. Como si nadie hubiera estado aquí en años, y a la vez, como si alguien nos esperara.

El archivo E-3 no se parece a los demás sectores del hospital. No hay carpetas polvorientas ni cajas apiladas sin orden. Todo está limpio, estéril.

—¿Quién mantiene esto así? —susurro.

Aleksander pasa la mano por una superficie metálica pulida.

—Alguien que aún lo usa.

En el centro de la sala, una vitrina blindada. Bajo el cristal, una carpeta negra sin rótulo, sin etiquetas. Solo un código en una esquina: A-19X

—¿Ese es el código que coincidía con la fractura múltiple? —pregunto.

—Sí. Y hay más.

Aleksander da unos pasos hacia una consola al fondo. Se detiene frente a una pantalla oscura, pasa su identificación por el lector y aguarda. La pantalla parpadea. Luego… abre.

Una interfaz antigua, casi arcaica, llena de textos encriptados, líneas médicas, informes de acceso clasificados. Me acerco y veo algo que me hace contener la respiración.

—“Paciente A-19X. Femenino. Edad estimada: 27. Estado neurológico: inestable. Diagnóstico primario: trauma encéfalo craneano, politraumatismo, colapso respiratorio inducido. Observaciones: Paciente llegó sin identificación. No figura en ningún sistema civil. Se ha dispuesto cambio de identidad y reubicación.

—¿Reubicación? —pregunto— ¿Eso suena a desaparición forzada, Aleksander.

—No solo eso —responde él, bajando la vista a una serie de documentos anexos—. Mira esto.

Los ojos se le detienen en un archivo adjunto titulado: INSTRUCCIONES INTERNAS – “FLOR NEGRA”.

Siento cómo se me congela el estómago.

—¿Flor negra? Como las flores que me enviaron hace unos días.

Aleksander asiente sin mirarme, tenso.

—Son parte de un código de seguimiento. Las flores no son un mensaje de amenaza, al menos no solamente. Son un marcador. Un símbolo usado para identificar a las personas que han sido parte de este tipo de proyectos. Como si quisieran decirnos: “sabemos quién eres… y dónde estás.”

—¿Quieres decir que… yo estuve en este hospital?

Aleksander no responde. Solo da un paso hacia mí.

—Cariño… lo sabemos, ¿verdad? —su voz baja hasta volverse un susurro tenso—. No era así como debía terminar. Era un plan… pero algo salió mal.
—Hace una pausa, la mirada fija, oscura—. No contaban con que su víctima… aún respirara.

El mundo se me hunde.

Siento cómo el aire se va, como si la sala entera empezara a girar en cámara lenta.

Pero entonces…

Un ruido seco.

El chasquido de una puerta que se cierra.

Aleksander se gira al instante. Yo también.
No estamos solos.

—¿Escuchaste eso? —pregunto con voz baja, conteniendo la respiración.

—Sí. Quédate detrás de mí.

Se mueve como una sombra, sacando una pequeña linterna que apunta hacia el pasillo desde donde vinimos. Nada. Solo oscuridad.

Pero el ambiente ha cambiado. Se siente… observado.

—Tenemos que salir de aquí ya. Toma la carpeta —ordena Aleksander con voz grave.

La agarro sin pensarlo. Sus dedos toman mi muñeca, y corremos.
El acceso no se abre.

—No… no puede ser. Lo dejé desbloqueado —dice él, presionando el panel.

—Nos cerraron.

—Y lo sabían —responde Aleksander con los dientes apretados.

Algo suena en el pasillo. No pasos. Un zumbido eléctrico.

Y entonces… la luz se va.

Todo a oscuras.

Solo nosotros, la carpeta, y una verdad que al fin empieza a emerger.
Pero que podría costarnos más de lo que estábamos dispuestos a pagar.

La oscuridad tiene un sonido propio.

Es sutil, casi imperceptible, como el roce de una presencia que no ves pero sabes que está. Aleksander me aprieta la muñeca, su tacto es lo único tangible en esta negrura espesa. El panel de salida sigue muerto, sin señales de vida.

—Esto no fue un corte general. Es local. Alguien lo hizo a propósito —murmura.

Trago saliva.

—¿Crees que siguen aquí?

—No lo creo. Lo sé.

Hay un chasquido. Metal raspando metal. No viene de la puerta. Viene de dentro del archivo, tal vez de una compuerta lateral. Aleksander apunta su linterna, pero la batería empieza a fallar. La luz parpadea y muere en un zumbido.

Lo único que ilumina el lugar ahora es un tenue resplandor rojo que aparece al fondo, detrás de una pared corrediza que se abre con un chirrido lento.

Una figura se dibuja en el umbral. No entra. Solo habla.

—No tienes idea de lo que estás buscando, Adeline.
Su voz es masculina. Pero suave. Neutral. Como si pronunciara cada palabra con una exactitud casi mecánica.

Aleksander se adelanta un paso, colocándose frente a mí.

—¿Quién eres?

—No es importante quién soy. Es importante lo que ella no es.

Me empiezo a helar por dentro.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que la paciente A-19X nunca fue Adeline.

Aleksander me lanza una mirada fugaz, de esas que no necesitan palabras. Pero la figura continúa.

—Ustedes llegaron aquí por una cadena de pistas colocadas con precisión. Cada una diseñada para llevarlos justo a esta carpeta, justo a este cuarto. El acceso no fue violado. Fue permitido. Porque queríamos que lo vieras.

—¿Para qué? —gruño. Mi garganta arde.

—Para que entiendas lo que buscan. Y lo que se interpone en su búsqueda.

—¿Y cuál es esa verdad?

La figura da un paso hacia adelante, lo suficiente para que su rostro reciba un reflejo pálido del resplandor rojo. No lo reconozco. Pero su mirada es… distinta. Casi vacía.

—El expediente A-19X fue real. Pero fue manipulado. Se usó como pantalla. El paciente original murió. El cuerpo, sin embargo, fue sustituido. Las fracturas, inducidas después. El ingreso, encubierto. El objetivo: encubrir a alguien con más valor… y protegerla.




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