Quédate conmigo

Capítulo 35: Adeline

Un año y dos meses.
Parece tan poco… pero lo ha sido todo.

En este breve fragmento de vida, el tiempo ha corrido como un río desbordado. Un año y dos meses desde que Aleksander y yo decidimos dejar de escondernos del mundo, de nuestros propios miedos… y apostarlo todo. Por amor. Por nosotros.

Ahora estoy aquí, tomada del brazo de mi padre, caminando lentamente hacia el altar donde me espera el hombre que amo. El hombre de mi vida. El que me ha enseñado que amar no siempre es suave, pero sí profundo. Que la piel es un puente… pero el alma es destino.

El vestido roza el suelo en cada paso. El murmullo leve de los invitados se silencia cuando me ven, cuando lo ven a él… De pronto, todo desaparece. Solo somos Aleksander y yo.

Ha pasado de todo en este corto —pero intenso— año. Discusiones pequeñas, reconciliaciones, viajes, promesas. Pero si tuviera que elegir un momento… solo uno, que haya quedado tatuado en mi alma, sería aquel día en el Caribe.

Un día cualquiera que se volvió eterno.

Aleksander me llevó en barco hacia una pequeña isla perdida entre el cielo y el agua. El mar era de un azul tan irreal que parecía pintado. Yo no sospechaba nada, aunque su mirada tenía ese brillo que me delataba que estaba tramando algo.

Y allí, justo donde el agua besaba la arena, se arrodilló. Me pidió que fuera su esposa. Que construyéramos una vida, no perfecta, pero nuestra.
No puedo describir lo que sentí. Solo sé que me quebré, lloré, reí… y le dije que sí con todo mi corazón.

Contárselo a mis padres fue otra historia. Ver a mi madre emocionarse, a mi padre abrazarlo con fuerza… no tiene precio. Y luego, claro, vino la tormenta de emoción de su madre, que a los cinco minutos ya estaba en videollamada con una organizadora de bodas.

Aleksander tuvo que intervenir con una risa contenida para calmarla, porque de lo contrario habríamos terminado casándonos en un castillo florentino con drones lanzando pétalos desde el cielo y en una semana. Fue difícil. Me río de solo pensarlo.

—Estás hermosa, cariño —dice mi padre, bajito, mientras nos acercamos más al altar.

—Gracias, papá… estoy nerviosa —respondo, respirando hondo, luchando por no llorar.

—No tienes que estarlo. Sé que te dejaré en buenas manos —me asegura con esa voz firme que siempre me ha sostenido.

Y ahí está él.
Aleksander.
Impecable, elegante, atractivo como el pecado… y con esa media sonrisa que solo me dedica a mí.
Nuestros ojos se encuentran, y el mundo vuelve a detenerse.

—Te entrego a mi tesoro más precioso —dice mi padre, alzando la voz con ternura y orgullo—. Por favor, cuídala y ámala como merece serlo.

Aleksander toma mi mano con suavidad, la suya cálida, segura.

—La cuidaré con mi vida. Gracias —le responde con convicción.

Le doy un beso en la mejilla a papá, y entonces Aleksander me coloca a su lado. Su mano se entrelaza con la mía y me da un pequeño apretón. Luego, se acerca a mi oído, apenas un murmullo que me arranca una sonrisa.

—Pero qué novia más candente tengo… Dichoso yo, ¿no amor?

Contengo una risa, bajito le respondo:
—Calla, por favor.

Y sí…
Durante estos meses, he conocido a otro Aleksander. Un hombre más maduro, más libre en lo emocional… y también más intenso en lo físico.
Ya no somos los dos jóvenes que se escondían detrás de la lógica y los límites.
Ahora soy suya… y él, completamente mío.
No puedo quejarme. Es más de lo que alguna vez soñé.

El oficiante aclara la voz y comienza a recitar.
Sus palabras se mezclan con el viento, con los latidos en mi pecho, con las miradas de todos los que amamos… pero solo hay una que importa.

La de Aleksander.
Porque cuando me mira así, todo tiene sentido.

Él me mira como si fuera su única verdad.
Y lo sé. Lo somos.

El oficiante vuelve a tomar la palabra con una solemnidad que envuelve a todos los presentes.

—Aleksander, ¿aceptas a Adeline como tu legítima esposa, para amarla, respetarla y cuidarla todos los días de tu vida?

Él no parpadea. No duda.

—Sí, la acepto. Hoy y todos los días que tenga el privilegio de despertar a su lado.

Mi corazón late como un tambor.

—Adeline, ¿aceptas a Aleksander como tu legítimo esposo, para amarlo, apoyarlo y caminar a su lado en cada etapa de esta vida?

—Sí… —respondo con voz firme, emocionada—. Acepto.

El oficiante sonríe ampliamente.

—Por el poder que me ha sido conferido, los declaro marido y mujer. Aleksander, puedes besar a la novia.

Las luces del salón titilan como estrellas atrapadas en candelabros de cristal. La música suena suave al fondo, una melodía de cuerdas que acaricia el aire y le da ese toque casi irreal a todo lo que está ocurriendo.

Estoy oficialmente casada con Aleksander.

No sé cuántas veces he repetido esa frase en mi cabeza desde que bajamos del altar, pero no deja de hacerme sonreír. Lo miro, vestido de negro impecable, con esa forma de caminar segura y ese brillo travieso en los ojos que solo yo sé descifrar. Me guiña un ojo desde el otro extremo de la pista mientras converso con una tía lejana que no reconocía hasta que me abrazó con fuerza.

La recepción está en pleno apogeo: flores blancas, copas de champán, risas, música y un aire de felicidad flotando como perfume.

La entrada del padrino de bodas interrumpe la calma. Darek entra… prácticamente de la mano de Emily. Ella se ríe mientras él intenta parecer indiferente, pero sus dedos no sueltan los de ella. No se han dicho nada oficialmente, pero el lenguaje corporal grita lo que sus bocas callan. Le susurro a Aleksander:

—¿Eso es nuevo o ya somos los últimos en enterarnos?—le digo, dándole un codazo suave.

—Eso lleva meses gestándose, pero ya era hora de que se tomaran de la mano en público —me indica

Luego viene una de mis partes favoritas: el brindis. Mi suegra se pone de pie. Está hermosa, elegante, radiante. Tomas, el padre de Aleksander, le cede el micrófono con una sonrisa cómplice.



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En el texto hay: decisiones, reencuentros, amor

Editado: 30.07.2025

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