✦El día que todo cambió✦
—Tus pechos están más hinchados —dijo Aleksander de repente, con la naturalidad de quien comenta que va a llover.
—Gracias por notarlo, debe ser que pronto me vendrá el periodo —contesté, distraída, mientras me servía café—. He tenido algo de dolor estos días, así que no te preocupes.
Él no dijo nada. Solo se apoyó en la encimera y me observó con esa mirada suya, tan seria y profunda, como si intentara leer entre mis gestos lo que yo misma no había notado.
—¿Qué pasa? —pregunté, volviéndome hacia él.
—Nada —respondió, pero seguía sin apartar los ojos de mí.
—No me mires así, Aleks. Estoy bien. Últimamente he estado un poco estresada, nada más. Leo informes, como números y duermo poco, es normal.
Él negó despacio con la cabeza, como si no le convenciera mi argumento.
—No es estrés. Hay algo diferente en ti.
Solté una risa suave.
—Eso suena como el principio de una película de terror.
Pero Aleksander no sonrió. Se acercó, lento, con ese aire tan suyo de quien controla cada paso, cada palabra, cada respiración.
—No lo digo en broma —murmuró, y levantó una mano para apartarme un mechón del rostro—. Tus cambios no son de cansancio. Lo sé.
—¿Y qué crees que son?
—No lo sé aún —respondió, pero había un brillo en su mirada que contradecía sus palabras—. Pero quiero averiguarlo.
Yo arqueé una ceja.
—¿Y cómo piensas hacerlo, detective?
—No pienso esperar a que tú decidas comprar una prueba en la farmacia —dijo con ese tono bajo, firme, que usa cuando ya tomó una decisión—. Quiero hacerlo bien, sin suposiciones.
—Puedo comprar una prueba casera, como una persona normal.
Aleksander me lanzó una mirada que decía “ni lo sueñes”.
—No. No vamos a perder tiempo con eso. Quiero resultados precisos.
—Podríamos esperar unos días.
—No —interrumpió, con una suavidad que no dejaba espacio a réplica—. Quiero ser yo quien lo confirme, Adeline. No otro. Yo.
—Eres un egoísta —le dije, sonriendo.
—Sí. Y tú me quieres así —susurró. Me besó con cariño, para despúes salir.
Un par de horas después, me encontraba en su despacho, con su mano entrelazada a la mía mientras el silencio lo llenaba todo.
No hubo máquinas, ni palabras técnicas, ni discursos. Solo él observándome, cuidándome con esa mezcla de calma y nervios que siempre tiene cuando algo le importa más de lo que puede decir.
En la mesa, el resultado.
Positivo.
No reaccioné de inmediato. Solo escuché el sonido de mi respiración y sentí cómo Aleksander apretaba mi mano con una ternura que me rompió por dentro.
Cuando lo miré, ya estaba sonriendo, pero era una sonrisa distinta: contenida, temblorosa, casi frágil.
—Vamos a ser padres —dijo finalmente, con voz baja, como si temiera que las palabras pudieran romperse al salir.
Yo reí, entre lágrimas.
—Bueno… con suerte, saldrá con tu inteligencia y mi calma.
—Dios nos libre si hereda lo contrario —contestó, sin perder la sonrisa.
Se acercó, apoyó la frente en la mía y susurró:
—Te prometo que nunca vas a estar sola en esto. Ni tú, ni él, ni ella, ni quien venga después.
Y entonces me abrazó, tan fuerte que supe que en ese instante no había rincón del mundo más seguro que ese.
Desde ese día, Aleksander se convirtió en una versión exagerada de sí mismo.
Me vigilaba hasta cuando respiraba, me llenaba de besos y advertencias al mismo tiempo, y cada vez que me movía demasiado, su ceño se fruncía como si acabara de presenciar una catástrofe.
—Aleks, estoy embarazada, no hecha de vidrio.
—Por eso mismo —decía con absoluta seriedad—. No pienso dejar que te canses, ni un poco.
—¿Y qué harás cuando te dé sueño a ti?
—Dormir al lado tuyo. No me pierdo ni un segundo.
—Voy a encerrarme en el baño solo por rebelión.
—Perfecto, yo vigilo desde la puerta.
A veces me desesperaba, otras lo miraba y me preguntaba qué hice para merecer a alguien que me amara así: con ese miedo, con esa devoción.
Porque él no solo se enamoró de mí…
se enamoró de la idea de cuidarme.
Y aunque a veces le decía que exageraba, que no podía protegerme de todo, lo cierto es que, si pudiera, Aleksander me envolvería en sus brazos y no me dejaría salir nunca.
El día que descubrimos que estaba embarazada, no solo cambió nuestra historia.
También supe que ese amor suyo —tan controlador, tan absoluto, tan puro— no nació con la promesa del “para siempre”.
Nació el día en que decidió mirarme y ver en mí algo que valía la pena cuidar hasta el último segundo.