Queme El Dolor

El silencio del vengador

No pensaba avisar, quería matarlo y punto. La decisión estaba tomada desde el día en que se fué y no iba a pagarlo solo él.

Pero el día por fin llegó, he de hacerlo pagar y agonizar como le hizo a mi madre el día que dejó de respirar. Ya lo tenía todo listo, sabía la hora en que llegaba su mujer de hacer los mandados, cuando llegaban sus hijos después de estudiar a la casa, los había investigado todo, el terreno, la casa, los horarios, todo como la palma de mi mano.

Esta noche nadie va a escapar. Primero acabaría con su mujer: la ataría y quemaría como la pasión que mi madre algún día le tuvo a mi padre, el siguiente sería su hijo mayor: lo golpearía hasta q no pudiera pararse hasta que suplique que lo matara de una vez…lo haría agonizar de dolor, tanto como el que nos dejó mi padre cuando nos abandonó. Por último sería su hijo pequeño, el menor de todos, aunque se escondiera no tenía oportunidad…siempre sonriendo, hablando de sus logros y presumiendo de sus medallas como el hermano mayor: ¿Qué tenía él que mi madre y yo no tuviéramos? Ni siquiera era amable… ¡YO Y MI MADRE LO MERECÍAMOS TODO, NO ÉL!

De repente, un auto se asoma a la entrada, y a través de las cortinas las cuales anteriormente me había asegurado que estuvieran cubriendo toda la ventana, pude ver las luces del auto, ese auto del cual me había aprendido todas sus trayectorias, cada destino y momento. Era él, por fín estaba aquí, había aparecido él, mi padre…o mejor dicho ex padre.

Lo oí bajar del auto, oí sus pasos acercándose a la puerta, las llaves girando en la cerradura…y sonreí porque obviamente no se iba a abrir, lo había planeado todo, lo planee tan bien que incluso yo mismo le abrí la puerta, y cuando dejó cerrar la puerta, por detrás de él lo golpeé, lo golpeé con una fuerza intensa en la cabeza como para noquearlo, no quería matarlo, no aún. No antes de sentir como mi madre y yo sentimos su abandono durante tanto tiempo.

Con un poco de esfuerzo lo lleve hasta el sótano dónde le esperaba una sorpresa, quién diría una sorpresa hecha por mi para él, el hombre que algún día había sido mi padre. Baje las escaleras arrastrándolo por el piso, llevándolo a una silla para atarlo por las dudas de su reacción de felicidad al ver su gran regalo.

Pasaron unos minutos y despertó; abrió lentamente los ojos …y al verme, al principio no entendía. La confusión en su cara fue breve, apenas un parpadeo, porque enseguida su mirada se endureció, sabía quién era yo, sabía por qué estaba ahí.

¡¿Qué hiciste?! —preguntó con voz de odio y bronca.

Yo no respondí. Me senté frente a él, tranquilo observando cómo trataba de mover los brazos y notaba que estaba bien atado. El sótano estaba en silencio, menos por su fuerte respiración, nadie podía oírlo gritar.

—¡¿Dónde están ellos?!, ¿Dónde está mi familia? —dijo preocupado.

Entonces sonreí, esa pregunta era la confirmación de que el miedo estaba recién empezando.

Ahora le importaba, tanto tiempo sin aparecer y ahora le importaba, me abandonó por nacer sordo, prefiero ser sordo y no ser un padre que abandona a sus hijos. Le diría tantas cosas pero…mi discapacidad no me lo permite, por eso se lo transmitiré con actos.

Él bajó la mirada, no por arrepentimiento, no por culpa, sino cobardía, como siempre, supo porque estaba ahí, vio mis ojos y por eso supo todo. Me levanté y caminé al rededor suyo, dejando que el silencio lo atormentará más que cualquier sonido, hasta que me detuve detrás de él.

Él no decía nada, su rostro empezaba a tensarse distinto, como si una verdad lo estuviera quemando por dentro, hasta que rompio el silencio:

No pensaba que llegarías tan lejos…nunca pensaste como un chico normal. Nunca lo fuiste.

Me detuve. Todo quedó en silencio y lo miré.

—No me mires así. ¡No sabés lo que era vivir con un hijo que no hablaba!, ¡No sabés lo que hacía tu madre para que hablaras!, ¡Hasta brujerías llegó a hacer! —¡Tu madre me culpaba! ¡Como si fuera culpa mía que nacieras dañado!

Esa palabra: “dañado” me dolió hasta el alma, pero acá no vine a sufrir vine a hacer que sufra él. Saque una hoja de mi libreta y con letras oscuras, escritas con rabia y odio escribi:

NO NACÍ DAÑADO. ME DAÑASTES VOS. Me quiso hablar, pero el nudo en la garganta lo ahogaba. Saque otra hoja:

“Y LA DAÑASTES A ELLA TAMBIÉN.”

Y entonces, sin mirar atrás, me fui al rincón más oscuro del sótano, donde estaba lo que él no había notado antes...tres cuerpos envueltos, perfectamente alineados: La mujer, el hijo mayor y el menor. Cada uno con una vela encendida a los pies.

Gritó con un dolor que ya no era solo físico.

—¡¿Por qué?!, ¡Eran inocentes!

Deje caer una última hoja en sus piernas, sin mirarlo ya:

“COMO YO. COMO ELLA.”

Y subí las escaleras. Se escuchaba como gritaba, lloraba, maldecía, intentaba escapar, pero no se podía soltar…no lo dejaría, al menos esa noche no.

Subí arriba y encendí una cinta, una grabadora. Tal vez no podía hablar, pero él iba a escuchar lo que ellos vivieron, las voces de su familia, su familia que desaparecí.

Las voces empezaron a sonar. Primero la de su mujer, riendo con él en una cena familiar, después la del hijo mayor contándole un logro de sus estudios…y por último, la del más chico:

—Papá, mirá mi dibujo…¿te gusta?

Las risas se mezclaban con momentos cotidianos, cosas que él eligió tener con otra familia, cosas que mi madre y yo nunca recibimos.

Él lloraba. Lloraba como no lloró cuando se fue, lloraba como no lloró cuando mi madre sufrió. Y yo solo observaba desde la escalera mientras la cinta seguía…hasta que cambió: Ahora la voz que sonaba era la de mi madre, una grabación vieja, gastada, dañada.

—No importa que no hables, mi amor…yo siempre voy a entenderte.

Mi cuerpo tembló y no por miedo, por dolor viejo, de ese que nunca se cura. Lo miré una vez más, ya no gritaba, solo lloraba..solo existía. Me acerqué, encendí una última vela y la dejé a sus pies…con mi libreta escribí la última frase que leería:



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En el texto hay: recuerdos, dolor, vernganza

Editado: 07.11.2025

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