Querida Gaby

2. Mi muy querida Gaby.

Precisamente por lo mismo, Delia Margarita vivía en unas condiciones de hacinamiento que tenían cierto parecido con el de Ana Frank cuando huía de los nazis. Solo que Delia se escondía era de la mirada inquisitiva de su familia, que no recibía del hermano millonario otra cosa que no fuera el ejemplo, pues su dinero era sólo de él, pues él fue quien se lo sudó. Que cada quien haga el suyo, como lo hizo él “sin la ayuda de ‘nadien’”

Ese roñoso mal agradecido, el típico egoísta por conveniencia, disfrutaba del especial desdén de la familia, que se hacía lenguas de tanta mezquindad, sin dejar que Delia Margarita emitiera su propia opinión, pues ella debía obedecer, no hablar.

Ese era precisamente el “algo” que estaba en los huesos de Delia, de lo cual ella no podía huir. Algo que, de seguro, heredó de la prosapia de su padre al que nunca conocería, y por eso es que Delia no sabía por qué ella era así de díscola por dentro.

Es que en ella habitaba un demonio que la empujaba a ser rebelde.

Precisamente por no saber cómo lidiar con eso, ni poderlo hablar, pues solo tenía potestad para obedecer, Delia optó fue por volcarlo en un diario. Y sin haber oído nunca de Ana Frank, pues en esa casa no se leen libros, sino billetes (cuando los hay), Delia empezó su diario del mismo modo que lo hiciera Ana Frank en aquel entonces, lejos en el espacio y en el tiempo, pero tan cercano en los sentimientos:

“Querida Gaby:”

Y se dedicó a vaciar en él todas sus angustias y pesares, todo aquello de lo que no podía hablar, ni vivir ni exteriorizar. En especial, vació allí sus resentimientos contra Berenice, que le amargó la vida con su sola existencia.

Mientras que, ni por un segundo, volteó “la doctora” a percibir la existencia de Delia. La ignoró tan por completo, que ni siquiera se le acercó para apartarla con el pie, como se hace con la basura atravesada en el camino. La doctora jamás llegó a ver la sombra de Delia, ni siquiera la percibió, y ese dolor tenía a Delia tan agotada, como si eso le impidiera respirar.

Para su sorpresa, Delia se sintió mucho mejor después de dar a luz a Gaby, vaciándola sobre el papel y dándole forma con los torturados trazos de su puño derecho. Cerró su diario, y lo escondió en lo profundo del armario, para luego Delia salir de su esquina y de su encierro, que solía ser tan opresor.

Pero de allí, Delia salía era al santuario pagano de su familia que, al igual que un Deuteronomio, hablaban del dios Dinero desde que se levantaban hasta que se acostaban, desde el dólar hasta el euro, al entrar y al salir, al poner y al quitar, al bajar y al subir especialmente a Berenice, sobre su altar de veneración en el que se ha vuelto tan inalcanzable.

Para cuando terminó el almuerzo, frugal como siempre, Delia quedó tan asqueada de tanta envidia mal represada, que prefirió regresar a su esquina a refugiarse tras su lápiz y su papel, y luego que sacara el diario de su escondite en el armario, y lo abrió donde lo había dejado, descubrió una cosa que la dejó congelada.

Gaby había contestado a su carta.




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