Querida Gaby

3. El rugido de la bestia.

Delia no podía pestañear del tanto miedo que tenía, temblando de incredulidad ante lo inexplicable. ¿Cómo era posible? ¿Quién había escrito esto? El texto era largo, repleto de pensamientos originales que no le pertenecían ni a ella ni a nadie que ella conociera.

La letra era primorosa, elegante y llena de florituras, como nunca antes la había visto. Pero estaba tan llena de desprecio, tan atiborrada de cinismo, atronador y avasallante, que a Delia se le pusieron las mejillas como amapolas, de la metralla que fueron para ella esas bofetadas epistolares.

“Léeme bien, Delia:

Para empezar, yo no puedo abrir diciendo ‘Querida’ como lo hiciste tu porque, de entrada, yo a ti no te quiero. Y ¿quieres saber por qué? Porque el sostén del querer, es el poder. Y si tú no puedes ni abrir tu propia boca, menos aún puedes querer, porque querer es poder. ¿Has escuchado ese refrán alguna vez?

Si tú no tienes poder, no puedes decir ‘Querida’ de corazón. ¿Lo comprendes, avispita? Quien quiere, puede, y si tú no puedes, menos aún quieres. Hay que ser congruente en esta vida, ¿sabes? Así que no seas tan hipócrita y atiéndeme bien.

Por algo se debe empezar cuando no tienes nada. Aprende de tío Saúl, y su hijita. Si no tienes nada, no eres nadie, y nosotras no queremos a las ‘nadiens’, ¿entiendes? Aprende de tío Saúl, y su hijita.

No tienes nada, no eres nadien, por lo tanto, no te puedes querer ni a ti misma, y menos aún me puedes querer a mí. No puedes dar lo que no tienes, y esa es la razón por la que no me quieres en realidad, y eres una hipócrita.

¿Cuál es el problema? Eres correspondida por mí, que tampoco te quiero. Solo que yo si lo admito. No como tú, que eres una hipócrita.

Pero podemos comenzar a trabajar en resolver eso de inmediato. Si te interesa, sigue leyendo.

Primero: para empezar a tener, debes empezar a poder, y para empezar a poder, debes estar en capacidad de hacer. ¿Me estás comprendiendo, avispita? Si tu respuesta es sí, sigue leyendo.

Bien, para empezar a poder, lo que debes hacer es… perder. ¿Suena confuso? Atiéndeme bien.

Lo primero que debes perder, es la pena. ¿Comprendes? Son solo 4 letras, ‘p.e.n.a.’, que no valen nada y te lo quitan todo. Pierde la pena, y empezarás a tener poder para tenerlo todo.

¿Por dónde debes empezar? Por tus piernas. ¿Estás comprendiendo? Para perder la pena, empieza por mover tus piernas. ¿Vas comprendiendo? Tan difícil no es, ¿verdad? ¿O eres acaso así de tarada?

Si tu respuesta es no, sigue leyendo.

Bien, tus piernas te van a abrir las puertas. Pero no nos adelantemos a la parte de abrir las piernas. Esa viene mucho más tarde. (Pero te da un abreboca de hacia dónde van los tiros. Aunque no espero que lo entiendas en este momento) Por hoy, solo pierde la pena de pelar las piernas, pero solo ante los ojos de quien vale la pena ponerlo ‘penoso’.

Ese pobre pendejo será el que te impartirá tu primer poder y quizás, muy quizás, yo te empiece a querer mañana. Pero ya veremos. No es que te tenga mucha fe que digamos, pero ya veremos.

Con ‘amor’, para no entrar en detalles.

Gaby.”

Delia hasta pudo escuchar el horrísono trueno, ese que estalló tras los ominosos acordes finales de esa brutal homilía. Ese trueno la hizo brincar del susto. Esto que ella tenía en sus manos ya no era un diario, pues su frío glacial atería. Esto era en cambio una daga, afilada para degollar a un cuello incauto, desprevenido ante tanta alevosía.

Aquellos no fueron “consejos”. Los consejos no supuran tanto odio. Fueron “amenazas” teñidas de tinta escarlata, como las de esa ponzoña que tronó diciendo: “y nunca más me llames ‘madre’ si tienes miedo de derramar su sangre.” Aunque esa no era la letra de su mamá.

“¿Quién escribió esto, Dios mío?”, se dijo Delia, asustada, temblando precisamente de miedo, sin saber qué hacer. Cuando de repente sonó el timbre y, con él, el llamado del destino.




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